Belén, cuna del cristianismo, es lugar de visita obligada para turistas y peregrinos durante la época de Navidad. Como espacio religioso es un destino desde tiempos ancestrales. Ubicada a menos de diez kilómetros de Jerusalén y separada de esa ciudad por la valla y muro de hormigón que Israel construye en Cisjordania, sus representantes la siguen considerando “una tierra de paz”.
“¡Santa Claus, Santa Claus, Santa Claus!”, grita en tono festivo un vendedor ambulante mientras ofrece gorros de Papá Noel a turistas y peatones en una calle aledaña a la Basílica de la Natividad, en Belén.
Como cada diciembre, el comienzo de la temporada de Navidad tiñe las calles de esta urbe palestina de decoraciones, melodías navideñas, imágenes religiosas y tiendas con productos típicos de la festividad cristiana.
En el centro urbano, junto a la Plaza del Pesebre, se erige la iglesia de la Natividad, construida sobre la cueva donde, la tradición cristiana, establece que nació Jesús de Nazaret.
ENCENDIDO DEL ÁRBOL
Durante las festividades navideñas, que se reparten entre tres días distintos de Navidad según los ritos latino, ortodoxo y armenio (25 de diciembre, 7 de enero y 18 del mismo mes), muchas personas se arremolinan en los accesos de la basílica para visitar la Gruta de la Natividad, el punto donde la Virgen María habría dado a luz a Jesucristo.
Cada diciembre, el primer sábado del mes, las festividades navideñas comienzan con el encendido de la iluminación del árbol de Navidad, situado junto a la iglesia en la plaza, que este año está decorado con bolas de color rojo y guirnaldas de lucecitas parpadeantes.
El pasado 2 de diciembre, cuando se celebró la ceremonia oficial de encendido de las luces, alrededor de 15 mil personas se reunieron para presenciar un momento que, para muchos cristianos de Tierra Santa, es mágico.
Poco antes del encendido de las luces, con todas las calles de Belén llenas de gente, mientras los grupos musicales que participan en la ceremonia oficial tocan villancicos, se escucha la llamada a la oración desde el minarete de la mezquita principal de Belén, ubicada en la misma Plaza del Pesebre, frente a la Basílica de la Natividad.
En aquel momento, los fieles musulmanes se dirigen a rezar al templo islámico y se cruzan con los peregrinos cristianos que esperan a ver el árbol iluminado.
EL ORGULLO DE JESÚS
Alrededor de un tercio de la población de Belén, que cuenta con unos 30 mil habitantes, es de religión cristiana. El resto son musulmanes, pero la relación entre los vecinos de ambas religiones es amistosa.
Para Yibril Al Bakri, gobernador de Belén, la convivencia se refuerza durante la Navidad. “Ésta es una tierra de paz y creemos en ella”, añade Al Bakri, que lamenta las consecuencias que tiene la ocupación israelí sobre la ciudad.
Por otro lado, en opinión de Ali Abu Srour, viceministro de Turismo palestino, la celebración de las Navidades en lugares como Belén “es una ocasión para expresar fraternidad y demostrar que no hay diferencias entre cristianos y musulmanes”. Belén, a menos de diez kilómetros de Jerusalén, está separada de esa ciudad por la valla y muro de hormigón de hasta ocho metros de alto que Israel construye en Cisjordania, que impide el libre paso y el cruce de sus habitantes hacia la Ciudad Santa sin un permiso israelí.
JERUSALÉN Y SU CAPITALIDAD
Durante la temporada navideña el Ayuntamiento de Belén prepara toda la infraestructura al detalle. “Trabajamos año tras año para mejorar la acogida turística y religiosa”, dice el alcalde Anton Salman. “La celebración más importante para nosotros es el 24 de diciembre”, explica Salman, refiriéndose a la tradicional procesión que el patriarca latino, principal cargo de la iglesia católica en Tierra Santa, realiza cada año desde su sede en Jerusalén hasta Belén, cuando arrancan los principales actos litúrgicos de la Navidad, en una jornada que vuelve a llenar la ciudad de gente.
Esta Navidad se celebra, de hecho, semanas después del anuncio del presidente norteamericano Donald Trump de considerar Jerusalén como capital de Israel.
“Nos tratan como extraños en nuestra propia tierra”, declara Hama Masad, sacerdote del pueblo de Bet Yala, situado dentro de la demarcación administrativa de Belén.
“Llevamos ya 50 años de ocupación, pero no podemos cumplir con nuestros preceptos cristianos con libertad si vivimos tras el muro de separación”, expone este cura.
“Jerusalén es el lugar donde Dios se encuentra con los hombres y tendría que ser una ciudad abierta a todo el mundo, para las tres religiones, donde nos podamos reconciliar y vivir en paz”, opina.
Para él “reconocer Jerusalén como capital de Israel no es hacer justicia”. Aún así afirma que “como cristianos, aún creemos que podemos vivir juntos, con paz y justicia en la misma tierra”, comenta Masad, en un mensaje que se refuerza precisamente en fechas como la Navidad.