/ sábado 23 de septiembre de 2017

La esperanza nunca muere: México apuesta a que se repita la historia de los niños milagro

Si hace 32 años un frágil bebé aguantó 4 días aún hay oportunidad para “las causas perdidas”

Este sábado, cuando la halitosis de la muerte gana terreno en las zonas de desastre del terremoto de México, el país apuesta al milagro del niño Francisco, un bebé que en el sismo de 1985 salió debajo de la tierra y decidió vivir.

Cinco días después del temblor de hace 32 años, Graciela Rodríguez abandonó los rezos y celebró su momento de dicha en medio del desastre: ver salir de los escombros a su sobrino recién nacido, al que horas más tarde adoptaría como su hijo.

Había llegado al Hospital General poco después de que el sismo de aquel 19 de septiembre derribara en su casa una jaula de pájaros que salieron volando como aves de mal agüero y desde entonces hilvanó una cadena de oraciones por la vida de Fidelina, la mujer de su hermano, enterrada en los escombros junto a su niño con cuatro días de nacido.

Poco después del anuncio de meter maquinaria en los escombros porque no quedaban vivos, el doctor Luis Arturo Chávez se acostó a dormir en el auditorio del nosocomio derrumbado, pero a las tres de la madrugada del día 23, lo despertaron para decirle un imposible, que alguien lloraba debajo de la mole de piedra.

 

Escuchó entre los escombros algo parecido a un piar, entonces se metió en un túnel donde encontró al lado de una mujer muerta a un niño preso entre las paredes y los barrotes de su cuna. Tenía fracturas, varillas enterradas, hipotermia, secuelas del ambiente infectado y grietas en su piel, pero estaba vivo.

Fue una de las historias más humanas del terremoto de 1985, parecida a las de Jesús Antonio, Crisanta y María Milagros, que acabados de nacer mostraron una monumental capacidad de resistencia y sobrevivieron, aunque en el caso de la última falleció más adelante.

Francisco, "Chuchín", como le dicen sus amigos, aguantó cinco días enterrado sin agua ni alimentos y ni los médicos se pusieron de acuerdo 32 años después para explicar cómo soportó la sed, el hambre, los dolores y las infecciones a sus pocos días de nacido.

"Fue un milagro", repitieron entonces los doctores, que en el caso del niño insinuaron que quizás se alimentó del pecho de la madre muerta o fue protegido por la "grasa parda" que tienen los recién nacidos para situaciones de emergencia.

Este sábado un sismo menor pareció anunciar el inicio de los días más duros, en los que los posibles sobrevivientes en los escombros se rendirán ante la sed, la fiebre y la infección y son considerados condenados a muerte.

El sentimiento de vulnerabilidad crece, los estudiosos sugieren que después de cuatro días las nubes serán negras. Pero México no escucha, se envuelve en un manto de esperanza y cree que si hace 32 años un bebé frágil aguantó, este fin de semana, el lunes y el martes serán cuatro días para apostar por las causas perdidas, esas que como la del niño Francisco, a veces no lo son tanto.

Este sábado, cuando la halitosis de la muerte gana terreno en las zonas de desastre del terremoto de México, el país apuesta al milagro del niño Francisco, un bebé que en el sismo de 1985 salió debajo de la tierra y decidió vivir.

Cinco días después del temblor de hace 32 años, Graciela Rodríguez abandonó los rezos y celebró su momento de dicha en medio del desastre: ver salir de los escombros a su sobrino recién nacido, al que horas más tarde adoptaría como su hijo.

Había llegado al Hospital General poco después de que el sismo de aquel 19 de septiembre derribara en su casa una jaula de pájaros que salieron volando como aves de mal agüero y desde entonces hilvanó una cadena de oraciones por la vida de Fidelina, la mujer de su hermano, enterrada en los escombros junto a su niño con cuatro días de nacido.

Poco después del anuncio de meter maquinaria en los escombros porque no quedaban vivos, el doctor Luis Arturo Chávez se acostó a dormir en el auditorio del nosocomio derrumbado, pero a las tres de la madrugada del día 23, lo despertaron para decirle un imposible, que alguien lloraba debajo de la mole de piedra.

 

Escuchó entre los escombros algo parecido a un piar, entonces se metió en un túnel donde encontró al lado de una mujer muerta a un niño preso entre las paredes y los barrotes de su cuna. Tenía fracturas, varillas enterradas, hipotermia, secuelas del ambiente infectado y grietas en su piel, pero estaba vivo.

Fue una de las historias más humanas del terremoto de 1985, parecida a las de Jesús Antonio, Crisanta y María Milagros, que acabados de nacer mostraron una monumental capacidad de resistencia y sobrevivieron, aunque en el caso de la última falleció más adelante.

Francisco, "Chuchín", como le dicen sus amigos, aguantó cinco días enterrado sin agua ni alimentos y ni los médicos se pusieron de acuerdo 32 años después para explicar cómo soportó la sed, el hambre, los dolores y las infecciones a sus pocos días de nacido.

"Fue un milagro", repitieron entonces los doctores, que en el caso del niño insinuaron que quizás se alimentó del pecho de la madre muerta o fue protegido por la "grasa parda" que tienen los recién nacidos para situaciones de emergencia.

Este sábado un sismo menor pareció anunciar el inicio de los días más duros, en los que los posibles sobrevivientes en los escombros se rendirán ante la sed, la fiebre y la infección y son considerados condenados a muerte.

El sentimiento de vulnerabilidad crece, los estudiosos sugieren que después de cuatro días las nubes serán negras. Pero México no escucha, se envuelve en un manto de esperanza y cree que si hace 32 años un bebé frágil aguantó, este fin de semana, el lunes y el martes serán cuatro días para apostar por las causas perdidas, esas que como la del niño Francisco, a veces no lo son tanto.

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