Morelia, Mich.(OEM-Infomex).- Para preparar un buen mole, el proceso debe hacerse con amor, pasión y compañía en la cocina. Sazonar el proceso con historias y experiencias resulta elemental para Yazmin Arriaga Ramírez, quien por años se ha dedicado a mantener vigente y actual “la receta de la abuela”.
Una vez al mes, la cocina de su casa en Morelia se transforma en la sede del Jardín Cooperativo de Paz 13:20, un espacio que reúne a personas desconocidas que al cabo de cuatro horas de taller, forman parte de una hermandad única que estrecha sus lazos al calor del fuego, entre cacao, pepitas, chiles, cacahuate, tomates y uno que otro ingrediente que de último momento puede agregarse a la receta.
Fue hace siete años que Yazmin decidió dar un giro total a su vida, dejó de lado “el estatus y satisfacción del mundo capitalista” que había alcanzado como trabajadora de Marketing en Playa del Carmen para dedicar su tiempo a promover el arte culinario de su familia. Buscó destinos del país en los que pudiera aprender y a la vez enseñar lo que por años había visto como cotidiano en la cocina de su casa: la preparación de moles y pipianes.
Aunque fue hasta su edad adulta que creó conciencia sobre “el tesoro invaluable” que había heredado de su abuela Julia, dice que en todos los recuerdos de su niñez hay momentos en la cocina, donde al igual que su edad, la jerarquía de las labores en las que participaba fue en aumento.
Desde niña participé en la preparación del mole, soy de Puebla y allá la variedad de recetas es tan grande como el número de familias que habitan cada zona del estado. Mi abuela lo hacía con su estilo y yo participaba, primero con tareas sencillas y después, mientras crecía, las responsabilidades aumentaron, ahí aprendí todo lo que sé y que comparto en los talleres
Yazmin Arriaga Ramírez
Sus vivencias propias, los gustos culinarios que ha desarrollado en su vida y el contacto permanente con las personas que participan de sus talleres -proveedores y asistentes- la han llevado a personalizar la receta original de su familia, una receta que es adoptada y modificada por cada una de las personas que asiste a las sesiones que ofertan en redes sociales en ciudades como Morelia, Puebla y San Cristóbal de las Casas, Chiapas; por mencionar algunas.
Tradición que permanece
Yazmin Arriaga dice ser una convencida de que la variedad y riqueza gastronómica de México se ha mermado por la pérdida de la práctica de cocinar, “es algo que se antoja difícil, tardado, complicado y a veces aún enfocado a las mujeres, y eso no es así”.
Afirma que con sólo visitar un mercado, una persona puede darse cuenta de la amplia variedad de opciones de alimentos e ingredientes con los que se puede trabajar. Sus talleres se enfocan en recetas de moles y pipianes a base de ingredientes cien por ciento naturales y vegetarianos, y por ello, lamenta que “hemos dejado que se pierda la variedad de opciones de alimentos en los mercados cada vez con menos ingredientes y mucho tiene que ver con lo pedimos como consumidores. El vendedor siempre le apostará a tener lo que más se pida”.
En busca de frenar esa inercia y de abonar a que se le dé el valor justo a lo que se produce en los campos mexicanos, Jardín Cooperativo de Paz se ha convertido en un espacio de resguardo y promoción del cacao que dé siembra y cosecha en campos chiapanecos.
Además del taller de mole y pipián, Yazmin imparte cursos de preparación de chocolate que han encantado a chicos y grandes, todos ellos con materia prima traída desde los cultivos en Chiapas donde ha creado importantes lazos con los productores de cacao que la han llevado a convertirse en una especie de “guardiana” del grano.
Redes sociales, aliadas del jardín
La decisión de dejar su vida “cómoda” no fue fácil pero tampoco tuvo mucho que pensar. Bastó una charla sobre creencias mayas en el hotel en que trabajaba para darse el valor de explorar nuevos modos de vivir, pero “el inicio no fue fácil”, recuerda Yazmin.
En el anhelo de no sentirse anclada a un lugar o espacio, se deshizo de su casa y encontró en las redes sociales el apoyo que ocupaba para llegar más allá de donde su voz alcanzaba para anunciar sus talleres. A la par del anunció había personas que ofrecían espacios y promoción de los talleres en espera de volver a vivir la experiencia.
De manera independiente y con el apoyo de personas que al pasar por los talleres se han ido incorporando a la cooperativa, Yazmin ha visto crecer su proyecto y ahora es parte de una especie de red nacional que engloba productores, promotores y hasta publicistas que difunden entre sus allegados la maravilla de experiencia que se vive en cada taller, donde son igual de importantes las recetas como las anécdotas que se comparten en torno a la mesa.
En 2017, el proyecto estaba tan consolidado y con demanda de talleres que se sumó de manera formal Paulina Grajeda, ella se encarga de la parte administrativa y organizativa de la cooperativa que está en vías de consolidarse como asociación civil, trámite que concluirán antes de que termine este año.
Cada sesión, una nueva experiencia
Aunque existen recetas y se sigue una especie de guión en cada uno de los talleres, Yazmin y Paulina coinciden en que cada sesión es una experiencia diferente pues si bien los ingredientes no cambian “el sazón que le dan las personas, sus experiencias y recuerdos son únicas. Para muchos es catártico, recordar la receta de su familia y conocer la de la mía. Se sorprenden que no me gustó nada para mí”.
Pasar de ser personas desconocidas a un equipo es el primer paso a seguir, para ello cada asistente comparte su nombre, sus pasiones y la razón por la que han coincidido en el taller que a decir de Paulina, "es un espacio donde todas la personas tienen algo que aportar y compartir. Con el pretexto del taller, todos nos reunimos en un espacio pero las historias son de todas y se comparten en torno al pretexto del preparar un mole”.
Yazmin se confiesa apasionada de “viajar con las maletas llenas de cacao” y convencida de que "nuestro tesoro está en la alacena", pero sobre todo convencida de seguir haciendo honor a sus raíces, a su herencia familiar, a ese legado en la cocina que “no es tema de género, es de la humanidad para la humanidad, no solo de mujeres para mujeres porque también los hombres son herederos de la sabiduría y experiencia de sus abuelas”.