/ domingo 19 de septiembre de 2021

Voces del sismo del 85; la tragedia que no se supera

Tras la tragedia, hubo un fenómeno de movilidad a otras entidades mexicanas, pues miles de capitalinos temieron por su integridad o simplemente se quedaron sin hogar

Morelia, Michoacán-(OEM-Infomex).- El 19 de septiembre de 1985 un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter sacudió a la Ciudad de México, lo que provocó, según las cifras oficiales, poco más de 3 mil muertos, aunque algunas organizaciones calcularon que se rebasaron los 20 mil fallecimientos.

Tras la tragedia, hubo un fenómeno de movilidad a otras entidades mexicanas, pues miles de capitalinos temieron por su integridad o simplemente se quedaron sin hogar y tuvieron que empezar de cero en otro lado. A más de tres décadas y media de aquella mañana, los recuerdos de quienes vivieron el temblor son vivos, una mezcla de pesadumbre y desesperanza.

Erick tenía 16 años cuando se sumó a un grupo de rescatistas en los días posteriores al terremoto. Tan solo de recordarlo aún se forman nudos en la garganta y se cristalizan los ojos de quien ahora vive en Michoacán. En aquel año llegó proveniente de San Luis Potosí al mando de un exmilitar que animó a un nutrido grupo de jóvenes a que se solidarizaran con las víctimas. Adiestrados en rescate alpino, arribaron a la colonia Doctores, donde se les asignó la ayuda al Centro Médico, que se había derrumbado.

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“La experiencia es muy jodida, la organización era muy débil y estaba en manos de la gente, no había autoridad, nadie hacía una lista… había mucha gente llorando cuando se cayó el hospital”.

A su grupo se le reunió en el Parque del Seguro Social, aquel donde jugaban los Tigres y los Diablos Rojos. “Mi primera impresión fue horrorosa, porque a lo largo de toda la avenida Obrero Mundial había cuerpos apilados, olor a químico, mucho silencio con la esperanza de encontrar gente con vida”.

Recuerda que si algo se percibía era el olor a muerte, y no necesariamente a putrefacción, sino a desesperanza, “es como oler la oscuridad”. Sin mucha organización, junto a sus compañeros se dedicó todos esos días a sacar piedras, colchones, muebles, todo aquello que estorbara para hallar algún milagro. Fueron tres días en casas de campaña donde se reunieron mexicanos de todos los estados, un área habilitada con lo más básico de comida y bebida para no perder las fuerzas.

Foto: Adid Jiménez | El Sol de Morelia

También llega a su memoria el edificio de Oncología del Centro Médico, cuya estructura se mantuvo en pie, pero en su interior sufrió una sacudida que lo destrozó todo.

Ahí se metieron con todo y el miedo de las réplicas, pero había que hacer hasta lo imposible para hallar vidas. Una de éstas, recuerda Erick, llegó de manera dantesca. “Uno de nuestros líderes pudo abrir la puerta de un elevador con ayuda de otros, y lo primero que se encontraron fue a una mujer viva saliendo entre cadáveres. Cuando dio un paso al frente, ya no había escombros, pero sí una estructura derruida, así que balbuceó un par de palabras y murió”.

Fortino y Piscis, como eran identificados aquellos mandos al frente del grupo de rescatistas, no pudieron más y abandonaron la misión. “Eran nuestros generales y sin ellos los demás no teníamos nada qué hacer”, reconoce Erick, quien hasta la fecha tiene sentimientos encontrados respecto a su labor entre los escombros: “Te quedas con la idea de que solo moviste piedras, porque nunca encontré un cuerpo con vida, y es una sensación muy cabrona, muy contradictoria”.

Seamos precavidos

Job Meneses llegó a Michoacán proveniente de la Ciudad de México cuando todavía se registraba cierta animadversión por esa comunidad que, al parecer, salió huyendo del terremoto del 85 y se dispersó por distintas entidades del país.

Hoy recuerda cómo pasó de ser un vecino común y corriente a rescatista de barrio, organizado con decenas de jóvenes que hacían de todo con tal de ayudar en la tragedia. Era un estudiante del CCH Vallejo y vivía en la Jardín Balbuena. Su rutina era acompañar a una hermana a la secundaria, de lunes a viernes, para después dirigirse a la prepa.

“De regreso había que cruzar Fray Servando Teresa de Mier, la avenida que conecta al Centro con el Aeropuerto, y cuando estaba por cruzar la última lateral, sentí un jalón, pensé que me había bajado el azúcar, pero enseguida escuché el crujir de los edificios y a la gente gritar y llorar entre Fray Servando y la entrada al Viaducto”.

Llegar a su casa fue encontrarse con el auto familiar incrustado en la cocina, un Maverick 1973 que era pesado como un monstruo. Tras ello, se integró a un grupo de scouts del Escuadrón S.O.S., quienes se conjuntaron en la sede de la Delegación Venustiano Carranza para armar las primeras brigadas de rescate.

“Lo recuerdo con miedo, con incertidumbre, en medio de mucho polvo. Ver todo derrumbado en donde has vivido en verdad es inenarrable, porque nada se salvó: ni las escuelas, ni los comercios ni las casas. No había metro, no servía el teléfono y el gobierno no aparecía por ningún lado. La ciudad había desaparecido”.

Al igual que Erick, se dedicó por días a remover piedras, a formar cadenas humanas y ver gente sin piernas, sin brazos, y desde luego, muchos muertos.

Hoy, la lección que le ha dejado esta experiencia es la prevención, por lo que vive con un radio de transmisión y ha dejado toda su documentación personal actualizada. “Si con todo lo que ha pasado no aprendemos, entonces nunca lo vamos a lograr”.

Morelia, Michoacán-(OEM-Infomex).- El 19 de septiembre de 1985 un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter sacudió a la Ciudad de México, lo que provocó, según las cifras oficiales, poco más de 3 mil muertos, aunque algunas organizaciones calcularon que se rebasaron los 20 mil fallecimientos.

Tras la tragedia, hubo un fenómeno de movilidad a otras entidades mexicanas, pues miles de capitalinos temieron por su integridad o simplemente se quedaron sin hogar y tuvieron que empezar de cero en otro lado. A más de tres décadas y media de aquella mañana, los recuerdos de quienes vivieron el temblor son vivos, una mezcla de pesadumbre y desesperanza.

Erick tenía 16 años cuando se sumó a un grupo de rescatistas en los días posteriores al terremoto. Tan solo de recordarlo aún se forman nudos en la garganta y se cristalizan los ojos de quien ahora vive en Michoacán. En aquel año llegó proveniente de San Luis Potosí al mando de un exmilitar que animó a un nutrido grupo de jóvenes a que se solidarizaran con las víctimas. Adiestrados en rescate alpino, arribaron a la colonia Doctores, donde se les asignó la ayuda al Centro Médico, que se había derrumbado.

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“La experiencia es muy jodida, la organización era muy débil y estaba en manos de la gente, no había autoridad, nadie hacía una lista… había mucha gente llorando cuando se cayó el hospital”.

A su grupo se le reunió en el Parque del Seguro Social, aquel donde jugaban los Tigres y los Diablos Rojos. “Mi primera impresión fue horrorosa, porque a lo largo de toda la avenida Obrero Mundial había cuerpos apilados, olor a químico, mucho silencio con la esperanza de encontrar gente con vida”.

Recuerda que si algo se percibía era el olor a muerte, y no necesariamente a putrefacción, sino a desesperanza, “es como oler la oscuridad”. Sin mucha organización, junto a sus compañeros se dedicó todos esos días a sacar piedras, colchones, muebles, todo aquello que estorbara para hallar algún milagro. Fueron tres días en casas de campaña donde se reunieron mexicanos de todos los estados, un área habilitada con lo más básico de comida y bebida para no perder las fuerzas.

Foto: Adid Jiménez | El Sol de Morelia

También llega a su memoria el edificio de Oncología del Centro Médico, cuya estructura se mantuvo en pie, pero en su interior sufrió una sacudida que lo destrozó todo.

Ahí se metieron con todo y el miedo de las réplicas, pero había que hacer hasta lo imposible para hallar vidas. Una de éstas, recuerda Erick, llegó de manera dantesca. “Uno de nuestros líderes pudo abrir la puerta de un elevador con ayuda de otros, y lo primero que se encontraron fue a una mujer viva saliendo entre cadáveres. Cuando dio un paso al frente, ya no había escombros, pero sí una estructura derruida, así que balbuceó un par de palabras y murió”.

Fortino y Piscis, como eran identificados aquellos mandos al frente del grupo de rescatistas, no pudieron más y abandonaron la misión. “Eran nuestros generales y sin ellos los demás no teníamos nada qué hacer”, reconoce Erick, quien hasta la fecha tiene sentimientos encontrados respecto a su labor entre los escombros: “Te quedas con la idea de que solo moviste piedras, porque nunca encontré un cuerpo con vida, y es una sensación muy cabrona, muy contradictoria”.

Seamos precavidos

Job Meneses llegó a Michoacán proveniente de la Ciudad de México cuando todavía se registraba cierta animadversión por esa comunidad que, al parecer, salió huyendo del terremoto del 85 y se dispersó por distintas entidades del país.

Hoy recuerda cómo pasó de ser un vecino común y corriente a rescatista de barrio, organizado con decenas de jóvenes que hacían de todo con tal de ayudar en la tragedia. Era un estudiante del CCH Vallejo y vivía en la Jardín Balbuena. Su rutina era acompañar a una hermana a la secundaria, de lunes a viernes, para después dirigirse a la prepa.

“De regreso había que cruzar Fray Servando Teresa de Mier, la avenida que conecta al Centro con el Aeropuerto, y cuando estaba por cruzar la última lateral, sentí un jalón, pensé que me había bajado el azúcar, pero enseguida escuché el crujir de los edificios y a la gente gritar y llorar entre Fray Servando y la entrada al Viaducto”.

Llegar a su casa fue encontrarse con el auto familiar incrustado en la cocina, un Maverick 1973 que era pesado como un monstruo. Tras ello, se integró a un grupo de scouts del Escuadrón S.O.S., quienes se conjuntaron en la sede de la Delegación Venustiano Carranza para armar las primeras brigadas de rescate.

“Lo recuerdo con miedo, con incertidumbre, en medio de mucho polvo. Ver todo derrumbado en donde has vivido en verdad es inenarrable, porque nada se salvó: ni las escuelas, ni los comercios ni las casas. No había metro, no servía el teléfono y el gobierno no aparecía por ningún lado. La ciudad había desaparecido”.

Al igual que Erick, se dedicó por días a remover piedras, a formar cadenas humanas y ver gente sin piernas, sin brazos, y desde luego, muchos muertos.

Hoy, la lección que le ha dejado esta experiencia es la prevención, por lo que vive con un radio de transmisión y ha dejado toda su documentación personal actualizada. “Si con todo lo que ha pasado no aprendemos, entonces nunca lo vamos a lograr”.

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