El certamen de oratoria inició con un lleno total en el Aula Máter Miguel Meza de la Facultad de Derecho de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). Guillermo Alejandro Ortiz Ruiz, estudiante de leyes, daba una cátedra en esta materia ante el jurado, los asistentes y su familia. Se veía seguro de sí mismo; “como pez en el agua”, diría su madre.
Era la mañana del 29 de marzo de 2006, Ortiz Ruiz mereció cálidos elogios del jurado desde su primera participación, lo que se reflejó en excelentes puntuaciones en su presentación, dicción, voz, seguridad, claridad, secuencia de ideas, y forma y fondo del discurso. No fue el único discurso y oratoria que hizo en vida, hubo muchos más, pero ese fue representativo por estar en su Facultad y salir en el periódico.
Trece años después de ese glorioso momento, Guillermo ahora es uno de los 40 mil desaparecidos que hay en México. Hace nueve años Guillermo Alejandro Ortiz Ruiz ya no regresó a su casa. Salió desde muy temprano rumbo al Puerto Lázaro Cárdenas a una cita con un cliente, a la cual nunca llegó. A la fecha, su madre lo busca incansablemente.
“Una madre sigue siendo madre a pesar de la muerte”, comenta Mercedes Ruiz, madre de Guillermo, mientras observa entre sus manos una de las últimas fotos que le tomaron junto con él en 2009.
El cuarto donde Guillermo pasaba las noches, los días de estudio y veía el futbol está intacto. Su madre ha sacado muy pocas cosas desde que él desapareció. Y a pesar de que lleva nueve años en la búsqueda, no flaquea, sigue fuerte y esperanzada por encontrar algún indicio del lugar donde pudiera estar su Memo, como ella le decía.
Ni la esperanza de encontrarlos ni la exigencia de justicia muere. Yo creo que muere o morirá el día en que nosotras muramos, porque quienes asumimos esta lucha no es nada más por mi desaparecido, sino es ya por todos los hijos desaparecidos que hay. Entonces desgraciadamente yo creo que me voy a morir, nos moriremos muchas de las que estamos en lucha, y va a seguir habiendo desaparecidos
Sentada en la orilla de lo que era la cama de Guillermo, Mercedes platica con El Sol de Morelia y reflexiona: “No nos da miedo que vayamos a algún lugar o situación, pero el hecho de pensar en morir y no encontrar, eso sí es de miedo”.
LOS PRIMEROS DÍAS DE LA DESAPARICIÓN
Guillermo salió de su casa por la mañana del sábado 27 de noviembre de 2010. “Yo no lo vi salir en la mañana”. Él trabajaba con su colega Vianey, también desaparecida el mismo día. Tenían un despacho de abogados que iniciaron un par de años antes.
Lo último que Mercedes supo de su hijo fue la tarde del 28 de noviembre, donde Guillermo le mandó un mensaje. “Me escribió que iba a ir a ver a los propietarios de los terrenos en Lázaro Cárdenas y que ya después me hablaba; ese fue el último mensaje que recibí de él”.
El lunes 29 de noviembre, a las 6:00 de la mañana, la madre de Vianey les preparo unas tortas, les prestó dinero y una camioneta con placas de San Luis Potosí para que pudieran llegar con el cliente que los esperaba ese mismo día.
Ellos habían quedado de regresar el 5 de diciembre, que era cumpleaños de Vianey; ya tenían comprado todo para el festejo, ella cumplía 27 años. Tampoco regresó, tampoco se sabe dónde está
Cuando Guillermo no le habló el 29 y 30 de noviembre, Mercedes se preocupó. “Estuve hablando con sus compañeros, indagando en el ‘face’, pero nadie sabía nada”. Por ese medio, Mercedes contactó al cliente que los esperaba. “Al parecer nunca llegaron a Lázaro Cárdenas”, concluye la madre de Guillermo.
El primero de diciembre amplió su declaración, ya con denuncia, con los datos que ya había recabado la familia. “A partir de ahí empieza este martirio. Porque aceptaron la denuncia, pero uno espera que luego, luego actúen con lo que se tenga qué hacer. Pero nada, no hicieron nada. Pasó el día 2, el 3 y nada. Nada que iban a buscarlos a la zona; no hubo nada”.
Al no saber el paradero de su hijo, Mercedes decidió viajar a otros municipios en su búsqueda. Nueva Italia, Tumbiscatío, Aquila, Cupuán del Río visitó sin poder hallar algún indicio de dónde estaría su hijo Guillermo y su compañera Vianey.
En uno de esos viajes, en la comunidad de Cupuán del Río, en La Huacana, en plena Tierra Caliente, Mercedes se quedó con una señora que la invitó a su casa porque ya no había transporte para regresarse a Morelia. “Decidí quedarme con la señora en Cupuán, ella me dijo que aquí el que andaba llevándose a los jóvenes era el Ejército. Sí hay ‘maña’ por aquí, pero el que se lleva por aquí la gente es el Ejército, nosotros a los mañosos los tenemos ubicados y los conocemos; el Ejército es el que se lleva a la gente”.
Desesperanzada, Mercedes regresó a Morelia con la novedad de que su padre había marcado al celular de Guillermo y respondió “un tal Beto, que luego colgó”. Pasamos el reporte al investigador que teníamos asignado y no hubo nada, nuevamente nada”.
ESTADO MEXICANO, INCAPAZ
Mercedes dormía en el cuarto de enfrente por esos días, paseaba y miraba la recámara de su hijo y dejaba la puerta abierta por si regresaba en la madrugada. Guillermo nunca regresó. “Yo jamás me quedé en la cama llorando. En la escuela que daba clases, unas compañeras me cuestionaban de cómo era posible que estuviera en la escuela dando clases. ¿Y qué querían, que me quedara tirada en la cama llorando?, ¿quién va a buscar a mi hijo?
Desde el primer momento me dije ‘debo tratar de dormir porque después tengo que poner la cara en las oficinas y pasar ratos perdiendo el tiempo, horas esperando, cansada’. La estrategia de que uno se canse y no vaya a exigir justicia no aplicaba en mí
Mercedes tiene claro que los desaparecidos son personas que tienen una historia que el Estado mexicano quiere ocultar. Han sido horas perdidas en el Ministerio Público, en las Fiscalía estatal, en la Comisión Estatal de los Derechos Humanos, en las oficinas gubernamentales, y ni así Mercedes ha claudicado.
“Es en 2012 cuando tengo acceso por primera vez a mi expediente. Ahí me di cuenta de la ocultación de información que se había hecho”. Las hojas del expediente estaban desordenadas, no estaban foliadas, las sábanas de llamadas del celular de su hijo que solicitó por oficio los primeros días de su desaparición se las entregaron dos años después, sin ninguna explicación.
Creo que esa rabia, ese coraje que tenemos que los casos queden impunes, de la falta de trabajo del Estado mexicano, hay que transformarlo en acción. ‘Ay ya me dijo el MP que no hay nada, que no hay nada y que no hay nada’, no pues hay que estar exigiendo que hagan lo que tienen que hacer; nosotros tenemos que hacer algo para que esto no siga pasando. En momentos sí es frustrante, el que vea uno tantos años y que no hay avances de nada
“Es frustrante, pero es algo que hemos aprendido a transformarlo; sí duele, pero no es para quedarnos cruzadas de brazos llorando”. Su caso no ha tenido avances. “Ninguno en mi caso. No han hecho nada. Mientras no haya resultados y mi hijo no aparezca, no vale de nada lo que han hecho”.
Las madres están desgastadas porque no hay procesos jurídicos ni acompañamientos a las víctimas. “Hay muchas que desertaron por el cansancio, a veces la familia prefiere ya desentenderse de todo para no sufrir”.
Mercedes no quiere claudicar y no lo hará. “Mi hijo no va a estar detrás de un escritorio, no lo van a encontrar detrás de un escritorio. El Estado mexicano apuesta a un olvido obligado para las familias”.
EL NIETO QUE APARECIÓ
“Tiene actitudes de Guillermo, es idéntico. Lo veo y me imagino como si estuviera regresando el tiempo. Aunque lo negara, es mi nieto, es igualito a Guillermo. Es zurdo y le gusta el futbol”, expresa Mercedes con una sonrisa cuando platica y enseña la foto de su nieto, el hijo de Guillermo que él nunca le comentó que existía.
“Fue muy especial la historia y muy impactante para todos en la familia, porque no sabíamos de su existencia”. El niño tenía tres años cuando lo conoció Mercedes. Tiene la misma sonrisa.
Un día una chica apareció en su casa. “Guillermo me la había presentado como su novia, y me dijo que lo buscaba, ella no sabía nada de la desaparición”. Mientras platicaban de la vida, la exnovia de Guillermo le confió que tenía un hijo y que era de Memo. Mercedes se impactó al primer momento.
Me soltó que ella tenía un hijo de Guillermo, ‘yo nunca se lo dejé ver, nunca quise que lo conociera, nos enojamos’, me dijo y platicó la historia. Ella pensaba que Guillermo ya tenía otra pareja y por eso lo dejó de buscar. Le dije que él sí la dejó de buscar porque Guillermo estaba desaparecido
Acordaron que Mercedes podría ver al nieto. “En algún momento fue difícil para mí. Recuerdo que cuando acudió al primer festival lloré mucho, cómo lloré ese día al ver a mi nieto y recordando a mi hijo. Pensé ‘¿por qué estoy sufriendo si debería estar disfrutando lo que me dejó mi hijo?’, son cosas que uno tiene que ir procesando”.
EL CUARTO LLENO DE RECUERDOS
Un libro acerca de Fidel Castro, otro de Umberto Eco, un envase de cerveza, papeles de gastos, lápices, lociones, las llaves del coche que nunca utilizó por viejo, trabajos escolares, plumas, el programa de la generación donde dio el discurso final, algunos de los gafetes de los concursos en los que participó, son algunas de las cosas que yacen en la habitación de Guillermo.
Su cama, vestida de la bandera rojinegra del Atlas desprende recuerdos. “Aquí todavía están sus perfumes, sus relojes, tengo aquí algunas fotos de Guillermo”. Fotos de la prepa y de la secundaria se encuentran guardadas junto con los libros y papeles de los trabajos que realizó en la Universidad y una radiografía de un golpe que tuvo en una pierna. Las agendas también invaden parte de este espacio en el cual no ha pasado el tiempo.
Mercedes ríe cuando pasa unas fotos donde se encuentra con el pequeño Guillermo en brazos. “Esa soy yo, sí ando china, pues son los 70…”, comenta mientras saca una sonrisa que no se le había visto en días pasados cuando comenzó la V Caravana de desaparecidos en el estado.
Lo último que recuerda Mercedes de Guillermo es el entusiasmo por el trabajo, su sonrisa tan alegre y las pláticas tan interesantes que tenía con él. “Mi hijo se sentía orgulloso de mí, hay que darle para delante”, comenta al tiempo que se le rompe el corazón, mientras salva una lágrima que quería escurrírsele por la mejilla. Así, quisiera detener el tiempo.