/ jueves 29 de septiembre de 2022

La leyenda y la verdad de José María Morelos

El héroe de la independencia se desempeñó como sacerdote pero también como comerciante, en el campo, la construcción y la ganadería

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Antes de convertirse en mito y héroe, José María Teclo Morelos Pavón y Pérez fue empleado, ideólogo, hijo, hermano y también soñador.

Un hombre común, de carne y hueso que el tiempo lo encaminó a espacios de lucha en México como bien refiere el historiador Carlos Herrejón Peredo, autor del libro “Morelos, revelaciones y enigmas”, un volumen editado entre El Colegio de Michoacán y Debate.

En el marco del 257 aniversario de su natalicio, ocurrido en Valladolid, hoy Morelia, el historiador da cuenta de que José María fue el tercero de un total de ocho hijos procreados por José Manuel Morelos Robles y Juana María Guadalupe Pérez Pavón y Estrada.

En aquel entonces la esperanza de vida de la población era bastante inferior y de la familia solo tres infantes llegaron a ser adultos: Juan de Dios Nicolás, María Antonia y José María Morelos y Pavón .

La infancia de Morelos fue difícil, el libro de Herrejón Peredo señala que su vida familiar estuvo marcada por ausencias continuas del padre y José María debió abandonar los estudios siendo niño, mientras que a los 14 años se fue al rancho de San Rafael Tahuejo, en Parácuaro.

En ese sitio laboró en el campo, la construcción y la ganadería; en un trayecto de 10 años tuvo episodios como fracturarse la nariz rota luego de perseguir un toro o ayudar al tío que arrendaba el rancho, Felipe Morelos Ortuño, a llevar la contabilidad de la unidad agrícola. También fue arriero, por lo que trasladó mercancías hacia lugares como Acapulco.

De acuerdo con Herrejón Peredo, Morelos quiso continuar estudiando, por lo cual “se consiguió una gramática del llamado Nebrija y de manera autodidacta se inició en el latín”.

En el año de 1790 pudo volver a Valladolid, en donde conocería a su futuro colega de luchas independentistas, dado que buscó inscribirse “en las clases de gramática del Colegio de San Nicolás cuyo rector era entonces don Miguel Hidalgo y Costilla. Su ingreso lo hizo en calidad de capense, esto es, no como interno sino externo sólo para tomar las clases”.

Luego de seguir su formación y ser ordenado sacerdote, José María tuvo un trayecto eclesiástico como cura en La Huacana, Urecho y Carácuaro, siendo en este último donde enfrentó diversos predicamentos no sólo religiosos sino también económicos, que Morelos solucionó con el comercio de productos entre la Tierra Caliente y Valladolid.

Si bien el comercio era un oficio no permitido a los curas, se aprobaba “cuando había justa causa, siempre que el clérigo no desatendiese sus obligaciones”.

Herrejón Peredo narra lo siguiente en su libro: “Morelos organizó un equipo de arrieros con los cuales mandaba granos, aguardiente y ganado, en tanto que Cervantes –algo así como su socio en la capital- le mandaba telas, herrajes y otros enseres conseguibles en los almacenes de Valladolid, en particular en la tienda de Isidro Huarte, mercader preferido por Morelos para sus operaciones”.

De acuerdo al historiador, José María era a fin de cuentas sacerdote y un constructor caritativo, por lo cual “gran parte de su dinero fue a dar a la iglesia de Nocupétaro, concluida en 1802, y a sus anexos: casa cural, casa del campanero y sepulturero y casa del sacristán”.

El hijo de Morelos

“Morelos, revelaciones y enigmas” señala que José María tuvo un niño de nombre Juan Nepomuceno Almonte, se creía que el hijo tenía habilidades de premonición, al grado de que sus coetáneos le pusieron el apodo de El adivino.

Al paso de los siglos, Álvaro Carranco publicó en 1984 “El Siervo de la Nación y sus descendientes”, como una prueba de que era descendiente de Morelos; sin embargo, Herrejón Peredo lo cuestiona, pues señala que en ese libro Álvaro Carranco se toma como fuente un diario de José Vicente Carranco, el cual se adjudicaba como el hijo del héroe con una narración que “no tiene más apoyo que ella misma y ofrece algo lejos de lo verosímil”.

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Antes de convertirse en mito y héroe, José María Teclo Morelos Pavón y Pérez fue empleado, ideólogo, hijo, hermano y también soñador.

Un hombre común, de carne y hueso que el tiempo lo encaminó a espacios de lucha en México como bien refiere el historiador Carlos Herrejón Peredo, autor del libro “Morelos, revelaciones y enigmas”, un volumen editado entre El Colegio de Michoacán y Debate.

En el marco del 257 aniversario de su natalicio, ocurrido en Valladolid, hoy Morelia, el historiador da cuenta de que José María fue el tercero de un total de ocho hijos procreados por José Manuel Morelos Robles y Juana María Guadalupe Pérez Pavón y Estrada.

En aquel entonces la esperanza de vida de la población era bastante inferior y de la familia solo tres infantes llegaron a ser adultos: Juan de Dios Nicolás, María Antonia y José María Morelos y Pavón .

La infancia de Morelos fue difícil, el libro de Herrejón Peredo señala que su vida familiar estuvo marcada por ausencias continuas del padre y José María debió abandonar los estudios siendo niño, mientras que a los 14 años se fue al rancho de San Rafael Tahuejo, en Parácuaro.

En ese sitio laboró en el campo, la construcción y la ganadería; en un trayecto de 10 años tuvo episodios como fracturarse la nariz rota luego de perseguir un toro o ayudar al tío que arrendaba el rancho, Felipe Morelos Ortuño, a llevar la contabilidad de la unidad agrícola. También fue arriero, por lo que trasladó mercancías hacia lugares como Acapulco.

De acuerdo con Herrejón Peredo, Morelos quiso continuar estudiando, por lo cual “se consiguió una gramática del llamado Nebrija y de manera autodidacta se inició en el latín”.

En el año de 1790 pudo volver a Valladolid, en donde conocería a su futuro colega de luchas independentistas, dado que buscó inscribirse “en las clases de gramática del Colegio de San Nicolás cuyo rector era entonces don Miguel Hidalgo y Costilla. Su ingreso lo hizo en calidad de capense, esto es, no como interno sino externo sólo para tomar las clases”.

Luego de seguir su formación y ser ordenado sacerdote, José María tuvo un trayecto eclesiástico como cura en La Huacana, Urecho y Carácuaro, siendo en este último donde enfrentó diversos predicamentos no sólo religiosos sino también económicos, que Morelos solucionó con el comercio de productos entre la Tierra Caliente y Valladolid.

Si bien el comercio era un oficio no permitido a los curas, se aprobaba “cuando había justa causa, siempre que el clérigo no desatendiese sus obligaciones”.

Herrejón Peredo narra lo siguiente en su libro: “Morelos organizó un equipo de arrieros con los cuales mandaba granos, aguardiente y ganado, en tanto que Cervantes –algo así como su socio en la capital- le mandaba telas, herrajes y otros enseres conseguibles en los almacenes de Valladolid, en particular en la tienda de Isidro Huarte, mercader preferido por Morelos para sus operaciones”.

De acuerdo al historiador, José María era a fin de cuentas sacerdote y un constructor caritativo, por lo cual “gran parte de su dinero fue a dar a la iglesia de Nocupétaro, concluida en 1802, y a sus anexos: casa cural, casa del campanero y sepulturero y casa del sacristán”.

El hijo de Morelos

“Morelos, revelaciones y enigmas” señala que José María tuvo un niño de nombre Juan Nepomuceno Almonte, se creía que el hijo tenía habilidades de premonición, al grado de que sus coetáneos le pusieron el apodo de El adivino.

Al paso de los siglos, Álvaro Carranco publicó en 1984 “El Siervo de la Nación y sus descendientes”, como una prueba de que era descendiente de Morelos; sin embargo, Herrejón Peredo lo cuestiona, pues señala que en ese libro Álvaro Carranco se toma como fuente un diario de José Vicente Carranco, el cual se adjudicaba como el hijo del héroe con una narración que “no tiene más apoyo que ella misma y ofrece algo lejos de lo verosímil”.

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