/ domingo 17 de enero de 2021

Juan, el albañil invencible: crónica michoacana

Ha sobrevivido a todo. Con su 1.60 vivió un accidente en motocicleta, una mutilación de un brazo, una caída en una obra de dos pisos y medio

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Juan Barriga Ponce ha sobrevivido a todo. Con su 1.60 metros de estatura ha sabido sortear cuanta tragedia le ha puesto la vida enfrente: un accidente en motocicleta, una mutilación de 20 centímetros de un brazo, una caída en una obra de dos pisos y medio, así como la muerte por tumor cerebral de su esposa y la de su padre por insuficiencia renal. Por si faltara algo, se enorgullece de que en 15 años no ha presentado afectaciones por su consumo diario del tequila “El Compadre”.

A eso de las 8 de la mañana, Juan llega a la primera casa que va a construir en este 2021. Con un pantalón caqui, tenis grises, playera blanca, chamarra azul marino y una gorra morada que cierra la vestimenta de la jornada, analiza el trabajo que se realizará durante el día. La obra apenas registra un 20 por ciento de avance, pero no se preocupa. Con su bigote abundante, afirma que “si le echa ganas” por ahí del mes de mayo ya va estar entregando.

Como buen “maistro”, da instrucciones a un chalán que lo supera de edad, pero no de conocimientos. Y es que Juan comenzó en eso de la construcción a los 17 años de edad, siempre ayudando a su padre, quien ya se sabía al derecho y al revés el oficio. Bajo la fórmula de observar y practicar, fue como aprendió a levantar una casa desde los cimientos.

En un lapso de cinco años, experimentó la metamorfosis que lo hizo pasar de ayudante a encargado. Anduvo por Morelia, Uruapan, Quiroga y un sexenio en California, allá en los Estados Unidos. Confiesa que siente bonito cuando ve concluida una casa y no puede dejar de presumir sus obras cuando recorre la ciudad en compañía. “Yo cuadré ese trabajo”, alardea.

Pero también es pesado. Con una voz ronca y al mismo tiempo clara, relata que a sus 47 años de edad el cansancio ya se duplica. Si bien argumenta que el cuerpo se acostumbra, el suyo ha pasado por lo de dos o tres vidas. La primera tragedia le vino el 3 de noviembre de 1999. Apenas tenía dos días que había regresado a México; manejaba su motocicleta por la Salida a Guadalajara cuando un camión impactó directamente sobre su brazo.

Los segundos posteriores fueron confusos. Juan se arrastró todavía unos metros más sobre el pavimento y de inmediato se dio cuenta que su brazo y sus nalgas estaban despedazadas. En el hospital aún peor: le tuvieron que mutilar 20 centímetros del brazo por una infección que se le complicó, mientras que sus pies sufrieron una deformación que exhibe sin tapujo para que se le entienda mejor.

Sigue leyendo: Canis Lupus Familiaris: crónica de los perros de Erandeni

Un año fue el que tuvo que esperar para volver a la construcción. Era difícil hacer todo con una sola mano, pero al intentar una y otra vez, fue agarrando el modo. En este punto, Juan se da cuenta de que su chalán no está haciendo algo correcto y con elegancia acude a corregirlo. “Pásame mi martillo” le indica y a base de certeros golpes, logra derribar el bloque de cemento. Su ayudante observa con atención y replica la técnica.

El “maistro” ya estaba aprendiendo a levantar colados a una sola mano, cuando la vida, caprichosa como es, le puso otra prueba. Desde una casa de dos pisos y medio, Juan resbaló y fue a dar al pavimento directamente con sus rodillas. No recuerda el dolor, pero sí el shock inmediato en el que entró mientras los cables de la luz se balanceaban de un lado a otro.

El parte médico de nueva cuenta no era optimista: rótulas destrozadas, tornillos y cirugías de más de siete horas. La advertencia era contundente: “Usted ya no va a poder ser albañil, mejor ponga un negocio”. Vino la rehabilitación, el romper pronósticos. Juan estaba de vuelta y se levanta el pantalón de nueva cuenta para que miremos las secuelas.

Si se le pregunta el porqué de la insistencia en volver a un oficio que le ha traído más tragedias que alegrías, responde casi por naturaleza que la paga es buena, que puede llegar a ser de hasta 10 mil pesos a la semana en un colado, o de 2 mil 500 pesos si se levanta una escalera adecuadamente durante un día.

Pero sospecho que lo suyo va más con la pasión. En un recorrido que hace por las obras, explica a detalle las razones por las que es mejor usar una piedra volcánica, las medidas de un baño, la forma correcta de alinear las escaleras, el amarre de varillas y un montón de cosas técnicas que no logro entender.

Se ha dado un tiempo de dos años para dejar el oficio y montar un negocio, pero lo dudo. Ni siquiera cuando una tercera tragedia lo asaltó, consideró el abandonar la obra. Su esposa comenzó a sufrir dolores de cabeza intolerables y con el tiempo se dieron cuenta que se trataba de un tumor cancerígeno. Como pudo, Juan se las ingenió para pagar hospitales, pero nada. La muerte terminó haciendo lo suyo, dejando al “maistro” con sus dos hijas.

Hace tres meses volvió a sufrir. Cuando el teléfono sonó a la media noche, Juan sabía de qué se trataba. Acostumbrado a las malas noticias, su mente se adelantó y no falló: su padre acababa de fallecer producto de una insuficiencia renal. “Es el costo de la vida alegre”, expresa a manera de consuelo.

A los pocos días volvió a la talacha. En esas anda el “maistro”, pide un café para hacerle frente al frío. Se suma a su chalán y enciende la pulidora para acelerar el trabajo. Pienso que Juan Barriga Ponce es el albañil con más mala suerte del mundo. Me atrevo a expresarle mi sentir y de inmediato me contradice. No se explica cómo se le puede llamar desafortunado a alguien que tiene trabajo.

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Juan Barriga Ponce ha sobrevivido a todo. Con su 1.60 metros de estatura ha sabido sortear cuanta tragedia le ha puesto la vida enfrente: un accidente en motocicleta, una mutilación de 20 centímetros de un brazo, una caída en una obra de dos pisos y medio, así como la muerte por tumor cerebral de su esposa y la de su padre por insuficiencia renal. Por si faltara algo, se enorgullece de que en 15 años no ha presentado afectaciones por su consumo diario del tequila “El Compadre”.

A eso de las 8 de la mañana, Juan llega a la primera casa que va a construir en este 2021. Con un pantalón caqui, tenis grises, playera blanca, chamarra azul marino y una gorra morada que cierra la vestimenta de la jornada, analiza el trabajo que se realizará durante el día. La obra apenas registra un 20 por ciento de avance, pero no se preocupa. Con su bigote abundante, afirma que “si le echa ganas” por ahí del mes de mayo ya va estar entregando.

Como buen “maistro”, da instrucciones a un chalán que lo supera de edad, pero no de conocimientos. Y es que Juan comenzó en eso de la construcción a los 17 años de edad, siempre ayudando a su padre, quien ya se sabía al derecho y al revés el oficio. Bajo la fórmula de observar y practicar, fue como aprendió a levantar una casa desde los cimientos.

En un lapso de cinco años, experimentó la metamorfosis que lo hizo pasar de ayudante a encargado. Anduvo por Morelia, Uruapan, Quiroga y un sexenio en California, allá en los Estados Unidos. Confiesa que siente bonito cuando ve concluida una casa y no puede dejar de presumir sus obras cuando recorre la ciudad en compañía. “Yo cuadré ese trabajo”, alardea.

Pero también es pesado. Con una voz ronca y al mismo tiempo clara, relata que a sus 47 años de edad el cansancio ya se duplica. Si bien argumenta que el cuerpo se acostumbra, el suyo ha pasado por lo de dos o tres vidas. La primera tragedia le vino el 3 de noviembre de 1999. Apenas tenía dos días que había regresado a México; manejaba su motocicleta por la Salida a Guadalajara cuando un camión impactó directamente sobre su brazo.

Los segundos posteriores fueron confusos. Juan se arrastró todavía unos metros más sobre el pavimento y de inmediato se dio cuenta que su brazo y sus nalgas estaban despedazadas. En el hospital aún peor: le tuvieron que mutilar 20 centímetros del brazo por una infección que se le complicó, mientras que sus pies sufrieron una deformación que exhibe sin tapujo para que se le entienda mejor.

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Un año fue el que tuvo que esperar para volver a la construcción. Era difícil hacer todo con una sola mano, pero al intentar una y otra vez, fue agarrando el modo. En este punto, Juan se da cuenta de que su chalán no está haciendo algo correcto y con elegancia acude a corregirlo. “Pásame mi martillo” le indica y a base de certeros golpes, logra derribar el bloque de cemento. Su ayudante observa con atención y replica la técnica.

El “maistro” ya estaba aprendiendo a levantar colados a una sola mano, cuando la vida, caprichosa como es, le puso otra prueba. Desde una casa de dos pisos y medio, Juan resbaló y fue a dar al pavimento directamente con sus rodillas. No recuerda el dolor, pero sí el shock inmediato en el que entró mientras los cables de la luz se balanceaban de un lado a otro.

El parte médico de nueva cuenta no era optimista: rótulas destrozadas, tornillos y cirugías de más de siete horas. La advertencia era contundente: “Usted ya no va a poder ser albañil, mejor ponga un negocio”. Vino la rehabilitación, el romper pronósticos. Juan estaba de vuelta y se levanta el pantalón de nueva cuenta para que miremos las secuelas.

Si se le pregunta el porqué de la insistencia en volver a un oficio que le ha traído más tragedias que alegrías, responde casi por naturaleza que la paga es buena, que puede llegar a ser de hasta 10 mil pesos a la semana en un colado, o de 2 mil 500 pesos si se levanta una escalera adecuadamente durante un día.

Pero sospecho que lo suyo va más con la pasión. En un recorrido que hace por las obras, explica a detalle las razones por las que es mejor usar una piedra volcánica, las medidas de un baño, la forma correcta de alinear las escaleras, el amarre de varillas y un montón de cosas técnicas que no logro entender.

Se ha dado un tiempo de dos años para dejar el oficio y montar un negocio, pero lo dudo. Ni siquiera cuando una tercera tragedia lo asaltó, consideró el abandonar la obra. Su esposa comenzó a sufrir dolores de cabeza intolerables y con el tiempo se dieron cuenta que se trataba de un tumor cancerígeno. Como pudo, Juan se las ingenió para pagar hospitales, pero nada. La muerte terminó haciendo lo suyo, dejando al “maistro” con sus dos hijas.

Hace tres meses volvió a sufrir. Cuando el teléfono sonó a la media noche, Juan sabía de qué se trataba. Acostumbrado a las malas noticias, su mente se adelantó y no falló: su padre acababa de fallecer producto de una insuficiencia renal. “Es el costo de la vida alegre”, expresa a manera de consuelo.

A los pocos días volvió a la talacha. En esas anda el “maistro”, pide un café para hacerle frente al frío. Se suma a su chalán y enciende la pulidora para acelerar el trabajo. Pienso que Juan Barriga Ponce es el albañil con más mala suerte del mundo. Me atrevo a expresarle mi sentir y de inmediato me contradice. No se explica cómo se le puede llamar desafortunado a alguien que tiene trabajo.

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