Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- A Esperanza Hernández Trujillo le tomó 25 años volver a ver a su hijo. Y es que cuando José Meza Hernández decidió partir hacia los Estados Unidos, lo hizo sin papeles de por medio, por lo que una cosa era segura: se iba para no volver.
Aunque la comunicación telefónica era permanente y José mandaba puntualmente el dinero para su madre, no había manera de que sus miradas se volvieran a cruzar. Esperanza intentó en dos ocasiones conseguir la visa y nada. De la embajada solamente recibió malos tratos y un rotundo “no”.
Pero en este 2020 sucedió lo impensable. La comunidad de Cuto de la Esperanza y con ayuda del jefe de tenencia, José Luis Rivera Sánchez, se organizaron para realizar los trámites necesarios y lograr que la visa fuera aprobada. Ahí estaba Esperanza, a sus 87 años de edad abordando un avión para encontrarse con su hijo.
“La verdad es que no iba nerviosa, Dios me dio tanta resistencia y yo estaba como si nada, simplemente me encomendé. Todos me decían que si me prepararon porque no iba a estar tan sencilla la cosa, tanto para mí como para él”.
De mirada firme y con un fortaleza física para presumir, Esperanza explica que sólo ella sabe lo que sintió en el momento en que miró de frente a José, aunque eso sí, se dice apenada porque no derramó una sola lagrima. “Han de decir que esta vieja ni siquiera siente, pero pues chulo negocio hago si voy y me pongo así”.
Del otro lado fue todo lo contrario. José no pudo contener las emociones y lloraba como un niño. Su madre lo abrazaba y trataba de controlarlo: “Vamos a darle gracias a Dios que me hizo realidad este sueño” le decía mientras lo apretujaba hacia ella.
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José forma parte de los 11 hijos que procreó Esperanza. Del total, ocho se establecieron en México, mientras que los tres restantes decidieron probar suerte en Estados Unidos. Por caprichos de la vida, solamente él no logró emigrar con los papeles en regla.
Históricamente y casi por tradición, de la tenencia de Cuto de la Esperanza cada año emigran docenas de jóvenes al vecino país del norte. El jefe de tenencia relata que desde los 14 años el pensamiento de los adolescentes es ir a hacer vida a los Estados Unidos, teniendo como principales destinos los estados de California y Washington.
Algunos trabajan por temporadas y se establecen junto a sus familias en unos terrenos que les renta el propio gobierno norteamericano y que han sido bautizados como el “Campito”; otros se quedan como trabajadores fijos y a lo mucho, visitan la tenencia por un lapso de 15 días al año.
Este fenómeno social ha provocado que las dos terceras partes de la población de Cuto de la Esperanza sean adultos mayores, pero si se busca un dato positivo, el jefe de tenencia argumenta que por lo menos la oferta de trabajo en los Estados Unidos se ha ido ampliando en los últimos años y ya no se limitan a las labores de la construcción o del campo.
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El cuarto de Esperanza está convertido en una galería del recuerdo. En la primera fotografía aparece ella junto a su marido ya fallecido, se miran jóvenes y sonrientes. Cada espacio de la pared es ocupado por imágenes de sus hijos, nietos y bisnietos. En la parte de en medio, está el retrato de José, luce un bigote prominente, una camisa de manga larga, sonríe tímidamente mientras sus manos se esconden en los bolsillos del pantalón.
Después de estar un mes por los Estados Unidos, Esperanza confiesa que la despedida fue “dura”. Al llegar al aeropuerto, comparte que todo mundo quería encaminarla, cosa que ella permitió a cambio de una condición: “No quiero ni una sola lágrima”. Ni modo, como pudo, José se reservó el llanto.
La próxima semana es el cumpleaños de Esperanza y ella no para de afirmar que “el de arriba” es el único que decidirá cuánto tiempo más seguirá en el plano terrenal, pero por lo mientras, dice que está buscando la manera de que su hija también obtenga su visa para que juntas puedan visitar a José. Y quién sabe, en una de esas no tendrán que esperar otros 25 años para conseguirlo.