A bordo de su camioneta Ford Ranger, Julio y sus cuatro ayudantes se estacionan en la zona para taxis de la entrada principal del Hospital Civil, echan el vehículo azul metálico para atrás.
Julio y su bebé Doriani, junto con sus colaboradores bajan del auto. En cuestión de minutos, el equipo monta tres mesas plegables y comienza a bajar los alimentos de la parte trasera de la camioneta, grandes charolas con pan dulce y donas, un tambo de agua de jamaica y una olla express repleta de corundas, acompañadas de su crema y salsa.
Mientras tanto, la fila de personas que desean recibir el alimento se va extendiendo de la entrada a la vuelta del Hospital, hay quienes quieren hasta para llevar.
Animado y vivaracho, el panadero desenvuelve las corundas con gran rapidez, mientras su equipo se dispone a comenzar la repartición, todos acomodados en su comisión, quien sirve el agua, las corundas y por supuesto, quien le pone crema y salsa.
La repartición comienza, Julio alienta a quienes tengan hambre o deseen probar la comida a acercarse sin compromiso y sin cobro, al grito de “Con confianza arrimense, no se les va a cobrar ningún centavo, adelante banda, pasen”, el joven altruista alienta a los moradores a acercarse y llenar sus estómagos.
Esta es parte de la vida de Julio Guillén García, un joven oriundo de la capital michoacana que a sus 28 años se ha convertido en una figura reconocida entre la sociedad moreliana, esto debido a su labor altruista: entregar comida afuera del Hospital Civil.
Chicos, jovenes y grandes llegan a las mesas dispuestas, recogen un pan, agua y su plato de corundas, algunos agradeciendo cordialmente, otros bendiciendo las manos que lo reparten mientras que hay quienes simplemente recurren a abrazar a Julio.
La comida es suficiente para alimentar al menos a 200 personas, pues Julio sabe que son muchas las personas que están pasando por un momento difícil y que su ayuda será para algunos, el único alimento que reciban en todo el día.
Al tiempo, uno de sus ayudantes transmite el acto en directo para sus seguidores de Facebook, pues el joven altruista cuenta con más de 20 mil seguidores en sus redes sociales que apoyan, desde lejos, el trabajo que este realiza.
“Esto es para toda la gente que está pasando un mal momento, gracias por brindarme su apoyo, tomarse el tiempo y mandarme un mensaje”, dice Julio a la cámara que sostiene su amigo Juan.
No cuesta nada ayudar
Día con día decenas de familiares y visitantes rondan los alrededores del Hospital Civil en la ciudad de Morelia, muchos de ellos en la espera del horario de visitas o el simplemente saber alguna noticia de su paciente a visitar.
Sin embargo, los tiempos de espera y la situación de los internos en el hospital es muy variable, lo que orilla a muchas personas a esperar por horas o hasta días en las afueras de las instalaciones pues en ocasiones, la situación económica de quienes esperan a que sus seres queridos mejoren, no da para las medicinas, los traslados y en algunos casos, ni para la comida.
Es por ello, que pasadas las 18 horas de los días miércoles y viernes, policías y comerciantes que colindan en las instalaciones del hospital comienzan a avisar a quienes moran a las afueras del centro médico la llegada de una camioneta Ford Ranger modelo 90, que por su inconfundible color azul metálico con camper blanco, anuncia la llegada del ya conocido panadero, Julio Guillén García.
Este hombre de inconfundible estatura, que apenas y rebasa los 1.50 centímetros y su voz característica, que a grito de "Acérquense, no tiene ningún costo, bandita", alcanza a llegar a todos los alrededores del Hospital Civil, trabaja como panadero y repartidor en 80 tiendas de conveniencia en la ciudad de Morelia y como si esto no fuera suficiente, desde hace más de cuatro años sirve comida de manera gratuita a quienes esperan a las afueras del Hospital Civil.
“La idea de esto es ayudar a quienes lo necesitan, a mi no me cuesta nada, a lo mejor monetariamente sí, pero ¿por qué no compartir un poco de lo que tenemos?”, señaló en entrevista con El Sol de Morelia.
Este joven altruista es el menor de cinco hermanos, nacido en el seno de una familia humilde, Julio nos relató que en su casa se enseñó a trabajar y aportar su parte, pues mencionó que fue a partir de los 16 años cuando él comenzó en el mundo de la panadería.
Eduardo, a quien considera como su maestro y amigo, fue el primero en abrirle las puertas para laborar en el área de la preparación de comida, esto porque él era amigo de la familia. Su vecino y ahora compañero de trabajo fue quien le enseñó el oficio e impulsó para abrir su propia panadería en donde él vende donas únicamente.
Así pues, ahora con un negocio propio y numerosos clientes, Julio se las arregla para balancear su trabajo, su vida personal y la labor altruista que realiza en las inmediaciones del hospital.
Empezando su día en punto de las 3:00 am, siempre con una gran sonrisa en su rostro, este panadero de tes morena, rasgos gentiles y barba bien perfilada, está dispuesto a donar su tiempo y recurso a quienes más lo necesitan.
Se dirige a su negocio, ubicado en la calle 06 de diciembre, colonia Independencia, donde comienza todo el proceso de preparación para llevar su producto reciben horneado a la tiendas que surte.
Primero comienza llevando todos los ingredientes a la mezcladora: harina, azúcar, huevos, levadura y más, una vez que todo está integrado se deja reposar por un tiempo, luego, cuando la masa está en forma se cortan las donas una por una y se dejan reposar de nuevo antes de meter al horno. El resultado, 500 donas recién horneadas listas para degustar.
Luego pasa a recoger el pan dulce que elabora Eduardo y para las 7 am, ya se encuentra en la primera de las 80 tiendas a surtir.
“Me hice de mis clientes buscándole, navegándole, yo llegué ofreciendo mi producto en las tiendas, dando pruebas y como mi producto es del día, gracias a Dios, a la gente le gustó y ahí vamos”, apuntó.
En sus días buenos, la panadería le deja a Julio arriba de dos mil pesos diarios, sin embargo en sus días malos hay ocasiones en las que no se genera ni el gasto de producción, “se le invierten mil 300 diarios y el saca 2 mil 100 cuando le va chido, cuando está malo no se saca ni lo del material”, dijo entre risas.
Y es que, es a cuenta de su pequeño negocio que el joven obtiene recursos para poder llevar comida a quienes esperan a las afueras del hospital, esto además de donaciones de quienes se han sumado a la causa.
Recalcando que esta noble labor la realiza sin intervención de nadie más, ni grupos políticos, si asociaciones civiles, él sólo en ayuda de su familiares y vecinos, pues a decir de Julio, él no confía en quienes se le han acercado ofreciendo dinero.
“Yo sentiría como que ya se pierde el apoyo a la gente, porque hay gente que me va a apoyar pero me va a decir que promocione a tal partido político, tal logotipo y para no meterme en ese tipo de cuestiones, mejor cuando yo pueda, yo lo hago y cuando tengo el recurso lo hago”.
Asimismo, señaló que gracias al apoyo que sus acciones han generado en las redes sociales, gente en diferente lugares de México y Estados Unidos se ha sumado a la causa, contribuyendo con uno peso o dos, para que Julio continúe realizando esta labor en favor de quienes más lo necesitan.
Para el joven panadero, las razones sobran al momento de ayudar al prójimo, sin embargo el motivo por el que comenzó con este servicio a los demás, fue la enfermedad de su hermana mayor, Guadalupe Guillén en el año 2013.
La idea nace desde que su hermana tuvo cáncer, estuvo mucho tiempo en quimioterapias… son muy malos momentos los que se viven, mi madre pasó mucha hambre y frío, mi padre, mis hermanos y es muy difícil
Julio nos relató lo que se siente vivir en carne propia, la espera de un familia en situación delicada, pues a sus 22 años su hermana se encontraba muy enferma de cáncer, con necesidad constante de quimioterapias y medicamento, lo que llevó a la familia Guillén García a pasar algunos meses fuera del Hospital Civil.
Las guardias eran sencillas, los padres de familia se turnaban los horarios durante el tiempo que iban a trabajar, mientras que los hermanos hacían lo propio, “Lupe”, como apoda de cariño a su hermana, nunca pasó un momento sola.
Es de ahí que, después de pasar por lo menos seis meses a las afueras del hospital, Julio y su familia se enfrentaron a la cruda realidad que viven diariamente a quienes esperan a sus familiares, motivo que lo llevó a querer ayudar.
“Yo sé de la situación que se vive de los hospitales, pasar frío, hambre, muchas veces nada más se traía lo elemental, lo que es el medicamento o un plato de comida, muchas veces no nos daba tiempo de ir a la casa por no descuidar al paciente…, entonces yo empecé a ver que gente los hacía y nos daba de comer, y yo dije algún día en un determinado tiempo que Dios nos dé licencia y pueda salir adelante, lo voy a hacer”, dijo sonriendo.
Es por eso que Guillen ve como su único pago o beneficio la sonrisa o el cumplido de quienes reciben los alimentos que él prepara y lleva a regalar, “Mi satisfacción es la sonrisa de la gente, el ver comer a la gente, sus bendiciones, su forma de darme las gracias, es algo que no se compara con nada”.
A las afueras del Hospital Civil, los alimentos se van terminando poco a poco, la gente come contenta sentada en el piso o la banqueta, mientras Julio les recuerda que lleva una bolsa dispuesta para la basura que se genere, pues a la vez su intención es mantener el estacionamiento en las mejores condiciones para poder continuar su labor.
Entre gritos y repetidas de plato de algunos comelones, el equipo de Julio Guillen comienza a retirar las ollas y los recipientes, no queda más que repartir, montan pronto todos los materiales a la camioneta y se despiden de quienes aún se quedan en el lugar y así, hasta la próxima ocasión.