En casa rodante, recorriendo toda América: crónica urbana

Sole, Tano y Fran se dirigen desde Argentina hasta Alaska, hoy se encuentran en el Orquidario de Morelia

Víctor Ruiz | El Sol de Morelia

  · sábado 27 de febrero de 2021

Foto: Fernando Maldonado | El Sol de Morelia

Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Quieren llegar a Alaska porque dicen que después de eso no hay más en el mapa. Al abrir su Instagram, la primera frase que se lee es: “Somos Sole, el Tano y Fran”. En una línea más abajo, se enorgullecen de que la “Gran Jefa” sea su hogar. Son Soledad Altamirano, Carlos Chiominto y la pequeña Francesca Chiominto Altamirano. Viven en una vieja casa rodante Ford y desde hace cuatro años salieron de Buenos Aires, Argentina, para conocer el mundo, y de paso a ellos mismos.

Varados en el estacionamiento del Jardín Orquideario de Morelia, la pareja argentina descansa al interior de la camioneta y Carlos es el primero en atender cuando se les llama desde la puerta. Aparece con bermudas, sandalias y una playera Nike en la que se lee Life Love Kicks, saluda con afabilidad y de inmediato relata que hace dos años ingresaron por primera vez a México y que ahora conocen casi todos los estados del país. Luego enumera los países que han recorrido a pulso de carretera: Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica… pierde la cuenta y vuelve a comenzar.

Francesca está a días de cumplir dos años. Todavía no articula una sola frase, pero de repente se le escapan algunas palabras. Con su abundante melena dorada corre alrededor de la camioneta albiceleste, la que hasta ahora conoce como su único hogar. Se balancea del cuello de su papá, coge unas piedras para lanzarlas a donde sea y sonríe cuando detecta que frente a ella está la cámara.

Soledad la mira con rasgos de ternura mientras bebe un mate. Está embarazada, hace cuentas y confirma que tiene 20 semanas, justo a la mitad. Al igual que con Francesca, quiere que Juliana nazca en Oaxaca, lugar donde pasaron tres meses antes de volver a subir a la “Gran Jefa” para continuar con el viaje.

El principio

Carlos y Soledad eran lo que comúnmente se le conoce como una pareja normal. En Buenos Aires, él trabajaba de técnico electrónico y ella ejercía la psicología. Había estabilidad económica, asados los fines de semana y de repente pizza por las noches con cerveza; pero rondaban dos factores que constantemente los carcomía y desgastaba con el pasar de las semanas: la rutina y el aburrimiento.

"Había algo que nos hacía preguntarnos si esto iba a ser así por el resto de nuestras vidas, queríamos salir por lo menos un año para romper con nuestra rutina, con un clásico de vida que todos seguimos, un mismo caminito; necesitábamos un tiempo para hacer algo distinto", explica Soledad, quien además fue la gestora de lo que un inicio parecía una locura.

Carlos también estaba saturado de la vida, así que no dudó en aceptar la propuesta. Vendieron su automóvil y los muebles, luego se compraron a la “Gran Jefa” y ficharon el 2 de febrero del 2017 como la fecha en la que emprenderían el viaje. Así, sin más, tomaron rumbo a la provincia de Rosario.

-Ese primer día éramos tan inconscientes, lo recuerdo porque otra gente que está viajando lo prepara todo con anticipación, pero nosotros fue de que nos subimos y qué sé yo. Dormimos en una estación de gasolinera y era rarísimo, a la hora empezamos a percibir sonidos de vacas, nos reímos y preguntamos si esto iba a ser así durante el resto del viaje- cuenta Soledad entre carcajadas.

Coinciden en que no les costó lanzarse a la aventura. Para Sole, el hartazgo funcionó como un empujón. -Aparte uno entiende que el conocimiento y las herramientas están acá, mi carrera ya está hecha, la experiencia ya la tengo conmigo, si vuelvo mañana me empiezo a contactar con gente para hacer lo mismo. La realidad es que uno a veces se agarra de las cosas como si fuesen lo último que hay en la vida-.

Aunque la idea era volver a Argentina después de un año, tomaron la decisión de seguir cuando se encontraban en Costa Rica. Evidentemente los ahorros comenzaron a tambalear, pero en el camino aprendieron a elaborar artesanía para venderla, también aceptan cualquier trabajo que se encuentran en el destino de paso y hasta han recibido donaciones de personas que comulgan con su proyecto.

A este estilo de vida fue acomodándose la familia y los amigos que dejaron en Buenos Aires. Lo que en un inicio era rechazo y burlas de que no llegarían ni a Bolivia, con el tiempo se transformó en un convencimiento pleno que se dio gracias a las fotografías que cuelgan en Instagram.

"La economía argentina no es una de las mejores, a toda nuestra familia y conocidos les cuesta cada vez más vivir mejor. A nosotros nos ven que con lo poco que tenemos vivimos bien y estamos bien, como que nos empezaron a decir que no volviéramos", dice Carlos mientras juguetea sin prisa con Francesca.

La “Gran Jefa” está decorada con un montón de placas y stickers de las ciudades por las que ha pasado. Por dentro, cuenta con una cama doble en la parte trasera, tiene un baño en la zona central, a un costado se encuentra la cocina con estufa incluida y un lavabo para trastes, enfrente se ubica una mesa con sillones que lo mismo sirve para comer que para hacer una segunda cama. El resto es una nevera y muebles de los que se han ido haciendo en los 14 países que han transitado: Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Belice, México y Estados Unidos.

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Los días con Sole, Tano y Fran nunca son iguales. Hay mañanas en que deciden hacer caminatas para explorar las ciudades, otras veces montan su pequeño changarro para vender artesanía y comida, y a veces la “Gran Jefa” causa problemas y decide dejarlos varados por un mes en un taller mecánico de Perú. La familia ha perdido el concepto del tiempo al grado de que por un momento olvidan que ya es jueves.

Hay un gesto de placer en la pareja cuando se les pregunta qué tanto han cambiado en cuatro años. Dice Soledad que ella venía de una vida con muchas comodidades, llegaba a su casa y si tenía calor simplemente encendía el aire acondicionado. -Ahora hace calor, abro la ventana y me sigo muriendo. Es que acá aprendés a que la comodidad ya no es tan necesaria, a vivir con menos, a entender que no es requisito llegar a un lugar para irme a un restaurante, que hay otros planes que son divertidos, que te llenan de alegría, de vida, conocimiento, cultura y apertura mental-.

En la misma línea se expresa Carlos, en eso que él llama poner las cosas sobre una balanza para ver qué es lo mejor. –Lo ideal nunca lo vas a llegar a tener y tampoco lo sabés, pero sí puedes analizar qué es lo ideal para ti. Si yo para tener cosas materiales tengo que estar trabajando 12 horas diarias, prefiero no tenerlas tanto, opto por disfrutar más de lo poco que tengo, de lo simple-.

Las conversaciones entre Soledad y Carlos son diarias, intentan convencerse, mentalizarse de que el viaje terminará cuando pisen Alaska. Se ponen serios y racionales, saben que todo juega en contra. Cuando nazca Juliana, argumentan que será complicado seguir sumando kilómetros por carretera. “Todo irá perdiendo el sentido”, admite Sole.

Cuesta definir cuál será el plan a seguir. Se niegan a radicar en Buenos Aires, a que lo grande, el lío, el caos y la ansiedad los vuelva a chupar. Soledad se imagina en un pueblo pequeño, donde solamente tenga que caminar cuatro cuadras para llevar a Francesca al colegio. Sabe que instalarse lejos de la capital implicará seguir lejos de los suyos, “pero siempre que uno elige, pierde”. Carlos la anima y le recuerda que arriba de la “Gran Jefa” han aprendido que “uno puede volver atrás y que si algo no te gusta, lo modificas”.

Por momentos, el deseo inconsciente los traiciona y siempre hablan en modo incógnito: “Supongo que será ya nuestro último año”, “Muy probablemente tengamos que volver”, “Puede ser, ya veremos”. Nada es seguro. Sole, Tano y Fran dejan una ventana de posibilidades para seguir en el camino.

Durante este tiempo, la familia creció y conectaron con lugares y culturas que hasta hace no mucho eran improbables para ellos. Dicen que viajar es vivir. Se les pregunta por Europa y se emocionan. “Está difícil, es otro sueño” suelta Carlos con un dejo de esperanza. “Tendríamos que recorrerlo en tres meses… imposible”, complementa Sole. Tienen razón. Es una locura, algo irracional, como cuando aquel 2 de febrero del 2017 decidieron salir de Buenos Aires, Argentina, porque querían cambiar su vida.