/ domingo 24 de enero de 2021

El mariachi loco quiere bailar, la pandemia no lo deja: crónica

Los trajes charros no brillan como en sus mejores días, los músicos no revelan sus nombres pero sí el de su grupo: Los Gavilanes

Morelia, Michoacán (OEM-infomex).- Si José Alfredo Jiménez viviera, no daría crédito a tanto abandono. A los “tres gavilanes” que se postran a las afueras de la Casa Natal de Morelos, se les caen los párpados de sueño, llevan las manos en los bolsillos y seguramente por ratos bostezan, aunque el cubrebocas no deje la expresión a la vista. Es jueves por la tarde y todavía ninguna guitarra desprende el primer acorde.

No son precisamente el sinónimo del entusiasmo. Los trajes charros lucen desalineados, arrugados, cenizos… no brillan como en sus mejores días. El tridente de músicos se dejan ver tímidos, dejando claro que las palabras no son lo suyo. El más viejo es tajante y dice que él no va a decir nada, pero de a últimas termina respondiendo cuando sus compañeros no atinan a lo que se les pregunta. No revelan sus nombres de pila, pero sí el de su mariachi: “Los Gavilanes”.

Tienen 15 años de existencia como agrupación o eso creen, pues con el tiempo aseguran que han perdido la cuenta. Explican que de por sí la música es muy eventual, no se sabe cuándo habrá día bueno o malo, pero en tiempos de pandemia, la incertidumbre todavía se incrementa aún más. “Ahorita hemos estado agarrando trabajo pues cada 8 ó 15 días, es muy poco la verdad”.

Sobre la calle Corregidora transitan las personas sin notar la presencia de los mariachis. Los elementos policiacos del municipio son los únicos que les hacen compañía de alguna manera, aunque están más ocupados en vigilar que no circule ningún auto por el lugar. No se ven posibles clientes a la vista.

Uno de los “gavilanes”, el más joven y robusto de los tres, toma mayor confianza y las palabras nacen más fluidas, sobre todo cuando se trata de lamentarse y reprochar al Gobierno Municipal: “Cuando hicimos la manifestación afuera de Palacio, el Ayuntamiento prometió que nos iban a ayudar, pero nomás nos mandaron una despensa y fue todo, ¿imagínate? En tres meses y ni siquiera alcanzaron todos”.

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A unas cuadras más, en la esquina de Morelos Sur, el panorama es similar. Ahí se encuentra Fidencio Cortés Manríquez con sus 36 años de carrera musical en el mariachi “Estrella”. Barba de candado y mirada firme, el trompetista no se desanima. Ya se olvidó de los contratos que se han esfumado desde que inició la pandemia, pero hay que salir a buscarle.

Y es que así lo aprendió de su viejo, cuando a los 15 años lo sacó a las calles para que interpretara sus primeras notas en la guitarra. Luego vino darle al guitarrón y finalmente a la trompeta. Entre fiestas, serenatas y despedidas, Fidencio le tomó cariño a la herencia familiar y a hacer del “Son de la Negra” su canción favorita.

“En el grupo somos siete músicos, también está mi hijo, mis sobrinos y un hermano que tiene casi lo mismo de trayectoria que yo”. Fidencio ya no se arriesga a salir de madrugada, cuenta que no son pocas las peleas que tuvo que encarar antes borrachos impertinentes que se negaban a pagar las horas de servicio.

El año pasado y este 2021 para él son iguales. Hay semanas enteras donde ni un cliente llega a pararse en la esquina de Morelos Sur y duele en la parte económica, pero también admite que se extraña la música. “Negrita de mis pesares, ojos de papel volando, negrita de mis pesares”. Pero si de ídolos se trata, para él no hay nadie como José Alfredo Jiménez. Versionar sus composiciones se ha vuelto una adicción y ante la ausencia, no queda más que ensayar en casa. Tomar la guitarra, rasgar las cuerdas y seguir siendo el rey.

Morelia, Michoacán (OEM-infomex).- Si José Alfredo Jiménez viviera, no daría crédito a tanto abandono. A los “tres gavilanes” que se postran a las afueras de la Casa Natal de Morelos, se les caen los párpados de sueño, llevan las manos en los bolsillos y seguramente por ratos bostezan, aunque el cubrebocas no deje la expresión a la vista. Es jueves por la tarde y todavía ninguna guitarra desprende el primer acorde.

No son precisamente el sinónimo del entusiasmo. Los trajes charros lucen desalineados, arrugados, cenizos… no brillan como en sus mejores días. El tridente de músicos se dejan ver tímidos, dejando claro que las palabras no son lo suyo. El más viejo es tajante y dice que él no va a decir nada, pero de a últimas termina respondiendo cuando sus compañeros no atinan a lo que se les pregunta. No revelan sus nombres de pila, pero sí el de su mariachi: “Los Gavilanes”.

Tienen 15 años de existencia como agrupación o eso creen, pues con el tiempo aseguran que han perdido la cuenta. Explican que de por sí la música es muy eventual, no se sabe cuándo habrá día bueno o malo, pero en tiempos de pandemia, la incertidumbre todavía se incrementa aún más. “Ahorita hemos estado agarrando trabajo pues cada 8 ó 15 días, es muy poco la verdad”.

Sobre la calle Corregidora transitan las personas sin notar la presencia de los mariachis. Los elementos policiacos del municipio son los únicos que les hacen compañía de alguna manera, aunque están más ocupados en vigilar que no circule ningún auto por el lugar. No se ven posibles clientes a la vista.

Uno de los “gavilanes”, el más joven y robusto de los tres, toma mayor confianza y las palabras nacen más fluidas, sobre todo cuando se trata de lamentarse y reprochar al Gobierno Municipal: “Cuando hicimos la manifestación afuera de Palacio, el Ayuntamiento prometió que nos iban a ayudar, pero nomás nos mandaron una despensa y fue todo, ¿imagínate? En tres meses y ni siquiera alcanzaron todos”.

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A unas cuadras más, en la esquina de Morelos Sur, el panorama es similar. Ahí se encuentra Fidencio Cortés Manríquez con sus 36 años de carrera musical en el mariachi “Estrella”. Barba de candado y mirada firme, el trompetista no se desanima. Ya se olvidó de los contratos que se han esfumado desde que inició la pandemia, pero hay que salir a buscarle.

Y es que así lo aprendió de su viejo, cuando a los 15 años lo sacó a las calles para que interpretara sus primeras notas en la guitarra. Luego vino darle al guitarrón y finalmente a la trompeta. Entre fiestas, serenatas y despedidas, Fidencio le tomó cariño a la herencia familiar y a hacer del “Son de la Negra” su canción favorita.

“En el grupo somos siete músicos, también está mi hijo, mis sobrinos y un hermano que tiene casi lo mismo de trayectoria que yo”. Fidencio ya no se arriesga a salir de madrugada, cuenta que no son pocas las peleas que tuvo que encarar antes borrachos impertinentes que se negaban a pagar las horas de servicio.

El año pasado y este 2021 para él son iguales. Hay semanas enteras donde ni un cliente llega a pararse en la esquina de Morelos Sur y duele en la parte económica, pero también admite que se extraña la música. “Negrita de mis pesares, ojos de papel volando, negrita de mis pesares”. Pero si de ídolos se trata, para él no hay nadie como José Alfredo Jiménez. Versionar sus composiciones se ha vuelto una adicción y ante la ausencia, no queda más que ensayar en casa. Tomar la guitarra, rasgar las cuerdas y seguir siendo el rey.

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