Don Anselmo Bustamante no ve a sus hijos desde hace más de 10 años, sólo sabe de ellos por llamadas ocasionales que recibe de una de sus hijas que vive al otro lado del mundo. Vive en un departamento pequeño que construyó prácticamente con sus manos cuando vivía aún su esposa.
El abandono de sus cuatro hijos no lo toma como una forma de maltrato y lo justifica con el trajín de la vida moderna, el cúmulo de trabajo, la distancia y la falta de recursos de sus descendientes.
Relata con orgullo que a todos les dio educación universitaria con su oficio de jardinero, de albañil y de mil usos que ejerció desde que era apenas un niño en su natal Guerrero. Don Anselmo, apenas sabe leer, escribir y hacer matemáticas básicas.
Llegó a Morelia hace 20 años por azares del destino, tras la depresión que le causó la muerte de su mujer y llegó cargando como única pertenencia una pequeña mochila donde traía sus herramientas de jardinería, que es lo que más le gustaba hacer hasta que un accidente con una podadora lo dejó sin un brazo.
A sus 84 años todavía hace algunos encargos pequeños o se alquila como chalán de otros jardineros o albañiles más jóvenes, con más maquinaria y más trabajo que él.
Recibe cada mes la pensión del gobierno federal y también una pequeña mesada del IMSS de 3,500.00 pesos que apenas le permite sobrevivir.
El abandono de los padres en edad avanzada constituye una forma de maltrato a la vejez según lo establece la Organización Mundial de la Salud (OMS); en México el 12.9 por ciento de personas de la tercera edad viven como don Anselmo, solos.
Por ley, “la familia de la persona adulta mayor deberá cumplir con su función social de manera constante y permanente, de tal manera que deberá velar por cada una de las personas adultas mayores que formen parte de ella, y es responsable de proporcionar los satisfactores necesarios para su atención y desarrollo integral”, (Congreso de la Unión, 2001).
En Michoacán y de acuerdo al censo poblacional del 2020 del Instituto Nacional de Estadística (INEGI), hay 602 mil personas mayores de 65 años.
Los adultos mayores de 65 años representan en el país uno de los sectores más vulnerables, expuestos a enfermedades, depresión, desnutrición y accidentes domésticos.
Don Anselmo padece de la próstata. Va al IMSS cada 15 días a buscar sus medicamentos pero relata que lleva más de cinco meses sin que le surtan el medicamento que necesita para que calme el dolor que le produce la inflamación.
Tampoco en el IMSS ha podido conseguir una cita con el urólogo para que le diga la causa de ese padecimiento que puede ser por razones que van desde una infección urinaria, hasta principios de un cáncer.
El peregrinar de Don Anselmo en las filas del IMSS comienza desde las cuatro de la mañana para trasladarse de su casa hasta su clínica asignada y de ahí hacer una larga fila de personas como él que acuden a consulta primero, para recoger una receta u orden de atención, hasta otra fila kilométrica para surtirla que implica, en el 80 por ciento de los casos, arriesgarse a que en la ventanilla de la farmacia le digan que no cuentan con el medicamento.
La situación se complica cuando tiene que acudir con un especialista y sobre todo cuando se trata de un geriatra. Las citas se espacian a veces hasta por seis meses, sobre todo después del tiempo crítico de la pandemia.
De acuerdo al Sistema estatal de Salud únicamente en el estado existen 13 geriatras para atender a la población de más de 600 mil adultos mayores, es decir hay uno por cada 46 mil de esa población, exclusivamente de personas que rebasan los 65 años.
“Hay algunas opciones que tenemos para solventar la deficiencia de atención de geriatras que van desde cuidados preventivos hasta temas especializados que están contemplados en un Programa de atención al envejecimiento”, señala la Secretaria de Salud estatal.
Este programa pretende fundamentalmente “mejorar las condiciones de vida de las personas adultas previniendo, retrasando o disminuyendo los padecimientos propios de la edad”, indica la dependencia.
Entre sus ejes de acción propone mejorar el acceso y la calidad en el sistema de salud, disminuyendo la discriminación y el maltrato contra las personas adultas y desarrollando un sistema de cuidados a largo plazo para adultos con dependencia funcional.
La falta de especialistas en la vejez afecta a todo el país; de acuerdo a un estudio publicado recientemente por el programa de Atención al Envejecimiento en México, destaca que sólo hay 615 especialistas geriátricos certificados en el país, lo que significa que cada médico debe atender a más de 14 mil 200 adultos mayores.
A nivel local, la SSA a certificado a 32 personas como Cuidadores Primarios y señala que se han capacitado en línea a solo 20 personas en primer nivel de atención sobre el Manual de Atención Integrada para las Personas Mayores (ICOPE) desarrollado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) impartido por el Instituto Nacional de Geriatría.
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Anualmente en el estado, según las cifras oficiales se atienden a 120 mil adultos mayores en las diferentes unidades de salud, donde se practican tamizajes (pruebas simples) y detecciones de síndromes geriátricos y salud mental, como principales actividades.
Es decir, a menos de la mitad de la totalidad (602 mil) de las personas mayores de 65 años que viven en la entidad.
Don Anselmo es ajeno a toda esta información y desconoce la dirección de la Secretaría de Salud; señala también que nadie le ha informado sobre los programas que hay para su edad y condición.
No se ve tampoco ingresando a un asilo. “Son caros o tratan mal a los viejitos”, indica mientras se carcajea y enseña sus encías sin dentadura.
A la par de la falta de geriatrías, tampoco hay muchos asilos en el estado. Registrados oficialmente existen 19 y la mayoría están concentrados en la ciudad de Morelia, donde el 90 por ciento son privados y cobran mensualidades que van de los 15 mil pesos a los 45 mil pesos.
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Cada vez es más frecuente en la cabeza de don Anselmo la idea de la muerte, confiesa, pero antes de ese momento sólo persigue dos cosas: el momento de reunirse con sus hijos una navidad cualquiera y conseguir un trabajo para llevar flores y una serenata a la tumba de su mujer, en su natal pueblo de Iguala, Guerrero.