Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Apenas se toca el timbre y Leonel Ramírez Calderón no tarda ni dos segundos en aparecer frente a la puerta. Está de buen humor, luce sonriente con su cabellera blanca y perfectamente arreglada. Se dice listo para hablar de la producción de ates artesanales, negocio en el que lleva inmerso 40 años y en el que se ha convertido el mejor, pero no porque lo diga él, aclara, sino porque así se lo reconoce la competencia.
Don Leonel vive en una vieja casona del Centro Histórico que también se utiliza para contar leyendas por la noche con las que asustan lo mismo a morelianos que a turistas. Tiene 90 años, pero no los aparenta. Camina de un lado a otro sin dificultad en ese patio grande, donde tiene una mesa con hileras de ates que ha estado produciendo en las últimas semanas.
Las frutas que tiene en su catálogo van desde el mango, piña, durazno, manzana, guayaba y nopal. Con el paso de los años, señala que ha ido moldeando sus productos, los cuales valen cien pesos en el caso de la pieza más pequeña y 180 pesos el pedazo más grande.
“Yo era electricista, este negocio en realidad fue de mi suegra, pero luego me pidieron que les ayudara y con el tiempo ya éramos cuatro los que hacíamos ates, sin embargo lamentablemente se fueron muriendo todos, incluyendo a mi esposa, y pues finalmente me quedé yo con este medio de subsistencia”.
A diferencia de otros establecimientos, explica que en ates “La Providencia” el dulce se prepara cien por ciento con la fruta y se deja de lado los saborizantes. Al hacerlo de manera tradicional, detalla que el esfuerzo físico es considerable porque todo el tiempo hay que estar rodeado de fuego y las manos van pagando esa factura con el tiempo.
Entre risas, relata esas eventualidades que lo han hecho terminar con el médico, como aquella vez en que el fuego alcanzó su ojo y tuvo que acudir de manera urgente a ser atendido. A raíz de ese accidente, expone que se volvió una persona más precavida, pues ahora no comienza con el proceso de elaboración de ates si no tiene su careta puesta.
Detrás de su mostrador donde también pone a la venta libros, don Leonel admite que ya está cansado. Sin lamentos afirma que ya llegó a su límite y que dentro de sus planes está el dejar el negocio pronto, pues argumenta que las secuelas en su cuerpo ya empiezan a aparecer: dolor en la cintura, espalda agotada y desgaste en las manos.
Cuenta que en sus mejores años llegaba a elaborar hasta 50 piezas por día, pero ahora como una consecuencia del cansancio y la ruptura de un tendón del brazo, precisa que a lo mucho llega a producir nueve bloques.
“Hay clientes que me han seguido desde hace mucho tiempo, incluso una señora que vive en la Ciudad de México que me llega a pedir hasta doce piezas al año. Pero la verdad es que ya pienso en terminar con esto. Ando haciendo trámites para irme a un lugar donde haya viejitos como yo y poder cambiar de actividad, una que me genere menos estrés”.
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Aclara que el decir adiós no significa que quiera que muera la tradición de La Providencia, por lo que ya ha conversado con su hijo sobre la posibilidad de que tome las riendas del negocio, “y su intención es hacerlo más grande, el instalar una fábrica con maquinaria para incrementar la producción”.
Mientras don Leonel juguetea con su perro, observa que sus ates se encuentren en buenas condiciones, que no reciban directamente el sol, pero que tampoco se pierdan en la sombra. Su trabajo es de mucha paciencia, pues para que un bloque de dulce se encuentre listo para ser vendido al público debe de pasar un mes, ya que antes se asegura que esté completamente deshidratado.
Pese a acumular 40 años de experiencia, califica su trabajo como incierto, esto al expresar que hay días malos donde no vende absolutamente nada. Pero hoy la fortuna le sonríe. Mientras se lamenta, una mujer ingresa y pide que le venda un bloque de ate. Son los primeros cien pesos de la jornada laboral y Don Leonel no duda en persignarse con el billete antes de meterlo al bolsillo. La venta le ha hecho sonreír y al menos este día, el retiro puede esperar.