Aguililla, Michoacán-(OEM-Infomex).- Cuando el helicóptero militar comenzó a sobrevolar por la zona de El Terrero, en el municipio de Buenavista, aquellos mensajes de WhatsApp que previamente sus hijos le habían mandado al candidato tomaron sentido: “Ay papá, mejor no vayas” “Neta, ya regrésate”. El rostro de Juan Antonio Magaña de la Mora fue otro cuando la patrulla de la Policía Michoacán se detuvo sorpresivamente y con señas los elementos anunciaban que había que retroceder.
Minutos antes, el abanderado del Partido Verde se mostraba triunfante tras haber logrado introducirse al municipio de Aguililla sin mayores inconvenientes. Caminó por las calles del pueblo, saludó a los habitantes que estaban alrededor de la plaza principal, realizó un mitin y comió birria con arroz junto con el resto de su equipo.
En cuanto la camioneta abandonó Aguililla, el chofer conducía a alta velocidad y con el aval del político. “Él es el Lobo, maneja bien, tenemos que ir así porque es la única manera de salir rápido”, justificaba Magaña de la Mora, mientras dedicaba los minutos a observar en el camino las secuelas que ha dejado una violencia que no cesa en Michoacán.
Al superar el Aguaje, el candidato liberó peso, sonreía, contaba las anécdotas que le ha dejado su trayectoria como magistrado, hablaba de seguridad, corrupción y hasta confesaba por quién votaría en estas elecciones si él no se hubiera animado a buscar la gubernatura.
“¿Oye y esa moto?”, preguntó al Lobo cuando se percató de que a media carretera se encontraba el vehículo abandonado y sin señales de presencia humana. Su chofer estaba tratando de teorizar algunas posibilidades, cuando el bloqueo apareció frente a los ojos del candidato. Magaña de la Mora ya no escuchaba, estaba ensimismado. Sudor, mucho sudor, jugueteo con las manos y una sonrisa que buscaba serenidad.
Puede interesarte: Hay 2 detenidos por violencia en Michoacán; Los Viagras, señalados
Quizá, a su mente llegaron las palabras de su esposa, cuando una noche antes hizo el intento de convencerlo para que reconsiderara su visita a dicho municipio. O tal vez, simplemente estaba concentrado en salir bien librado de la situación.
El Terrero es una zona de guerra permanente. En este cruce, donde cualquier señal telefónica queda suspendida, los cárteles del crimen organizado protagonizan batallas y tiroteos en los que nadie interviene.
“Son de la comunidad, no quieren dejar pasar, está la opción de tomar otro camino de terracería”, le informó un elemento de la Policía Michoacán a través de la ventanilla. Por unos segundos, el candidato no atinó a dar respuesta, hasta que dejó escapar un tímido “hay que esperar a ver cómo se da todo”.
Todos estaban encapuchados. Se contaban por cientos y no tenían miedo a la Policía Militar ni mucho menos a los estatales. No se sabía qué querían con precisión, pero intimidaban. Algunos iban y venían en motocicletas, fiel al estilo de los llamados “Halcones” del crimen organizado. La prensa trataba de grabarlos, pero acercarse tanto no era opción.
Difícil precisar edades y rasgos físicos. Los pocos vehículos que compartían carretera con el candidato se atrevieron a afirmar que eran del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG); pero algunos encapuchados desmentían la versión cuando a la distancia hacían la “V” de los Viagras.
El sonido producido por un golpe a algo metálico captó la atención de los reporteros. “Cayó del árbol” dijo alguien, pero a los dos segundos su versión quedaría desechada. La segunda piedra dio directo en la camioneta de Juan Antonio Magaña.
La tensión incrementó en el momento en que un policía comenzó a correr a la distancia y con señas desesperadas pedía a la prensa que hiciera lo mismo. Vino la confusión. Las camionetas trataban de arrancar, pero no sabían a dónde. Pisaban el acelerador, pero luego retrocedían. No había plan B.
Se tuvo que forzar el diálogo. Fueron minutos de incertidumbre, nerviosismo y de preguntarse “¿para qué venia?”, hasta que un elemento de la policía llegó con la buena noticia: “Ya nos van a dejar pasar, pensaban que éramos gente del gobierno”.
Los dos minutos en que se demoró la camioneta en transcurrir por la pasarela de encapuchados, fue uno de los más prolongados en el camino periodístico. Amenazaban, hacían señas, mentaban madres, golpeaban los cristales para después golpearse a ellos mismos, como diciendo: “¡Ey!, mira, el miedo está del otro bando”.
Al sentirse cerca de Apatzingán, la celebración en el convoy fue colectiva. Vinieron los brindis, las risas ya con el alma recuperada y los detalles de lo que desde ese momento sería una anécdota. En una gasolinera, Juan Antonio Magaña de la Mora ofrecería su versión de lo ocurrido, luego confesaría que vivió “momentos de zozobra” y sonreía, como quien sabe que se ha ganado la primera plana del día siguiente.