Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- El que haya dicho que “la vida no es color de rosa” es porque evidentemente no sabía nada de Mattel y lo que la directora Greta Gerwig era capaz de hacer. Con la industria cinematográfica de su lado, ha matizado a gran parte del mundo con las tonalidades de Barbie, ese producto que creíamos que estaba destinado a ser resguardado en el acervo de la nostalgia.
Pasan de las seis de la tarde, pero en realidad no importa. En el cine de Plaza La Huerta estas últimas semanas han sido una postal en la que siempre sucede lo mismo: gente entrando y saliendo con prendas color rosa, largas filas para adquirir un boleto o un combo de palomitas y la frase “me da dos boletos para Barbie, por favor” que se replica a lo largo de las 35 funciones que ofrece el complejo durante el día.
“Pero querías venir al cine”, “la fila de la dulcería es una locura”, “hay un perramadral de fila”, “¿y si mejor lo dejamos para otro día?”, son solo alguna de las frases que se escuchan en medio de la multitud que se aglutina frente a los trabajadores que se han olvidado involuntariamente de aquella política robótica de Cinépolis: sonreír.
No son muchos los hombres que circulan al interior del cine, pero son menos los que se han animado a portar su playera rosa. Algunos lo hacen con orgullo, diversión y sin soltar la mano de su pareja, pero otros se presentan más tímidos y con una notoria incomodidad que están resistiendo como cualquier superhéroe de pantalla.
El periodista especializado en crítica de cine y director general de Cinéfilos en Apuros, Elías Leonardo Salazar, explica al Sol de Morelia que el ir disfrazado con la temática de la película que te gusta no es algo nuevo y que recuerda marcadamente en los 90 con la segunda y tercera parte de la saga de Volver al Futuro, cuando millones de chicos querían ser como Marty McFly y el científico Emmett Brown.
“Esta rosamanía que estamos viendo creo que tiene mucho que ver con el impacto de la estrategia mercadológica que se construyó alrededor de la película y en la que tuvieron mucho que ver los propios fans de la muñeca, pero que a su vez, se sumaron las propias salas de cine y complejos comerciales que terminaron generando una gran expectativa”.
En el caso específico de México, considera que también se ha convertido en un método de entretenimiento pasajero que funciona para evadir la realidad y los entornos violentos a los que estamos acostumbrados, “entonces por dos horas las personas se sienten distintas y más libres”.
Al interior de la sala de cine, los asientos se van ocupando gradualmente por gente de todas las edades. Las largas filas han provocado que incluso haya personas que por fin logran ingresar después de que la trama de la película arrastra más de cuarenta minutos en pantalla.
Frente al espectador, Margot Robbie, Ryan Gosling y América Ferrera desarrollan una historia en la que se hace una alusión directa al feminismo y el patriarcado, dos conceptos añejos que han vuelto a tener presencia en el lenguaje y pensamiento de las nuevas generaciones.
Elías Leonardo refiere que sería ingenuo creer que Hollywood tiene una genuina postura para incursionar en temas como el feminismo, la igualdad de género y la inclusión, pues argumenta que a final de cuentas se trata de una industria que nació para hacer negocio y si en estos tópicos encuentra una ventana para capitalizar un proyecto, no dudará en abordarlos.
“Pero eso no quiere decir que no haya directores y guionistas con un interés real de explorar estos temas por muchas razones, ya sea porque creen que existe una deuda por mostrar en pantalla a alguna población marginada, porque formen parte de sus propias convicciones o porque simplemente se sienten comprometidos con una causa social. Entonces la manera que tienen de contar estas historias es a través de Hollywood”.
Luego de 120 minutos y al encenderse las luces de la sala, se percibe un silencio extraño. Podría tomarse como una señal de disgusto por no haber visto lo que esperaban, pero también cabe la posibilidad de que sea la insignia de la reflexión o la inquietud que sembró en la mente de algunos.
A las afueras, se mantiene el murmullo a tope, las prolongadas filas y las fotografías en todo aquel aparador que tenga algo relacionado con la película. Es una noche de lunes lluviosa y la “barbiemanía” se extiende más allá del cine. A unos metros del complejo, se venden mojitos color de rosa. En esta ciudad que frecuentemente se tiñe de rojo sangre, de repente se anhela que Barbieland deje de ser una ilusión más.