Morelia, Michoacán-(OEM-Infomex).- A un año de que Morelia resentía los inicios de la pandemia, y vivía un histórico aniversario, sin el tradicional festejo en el primer cuadro de la ciudad, hoy la memoria escrita nos ayuda a recordar que hace 188 años la Ciudad de la Cantera Rosa ya había sufrido una epidemia.
En julio de 1833 llegó la contingencia por cólera, que obligó al cierre de espacios públicos, la suspensión de clases y eventos masivos, que llevó a la saturación del hospital y la clausura del panteón de Morelia, narra José Eugenio Villalobos Guzmán, amante de la historia de la ciudad, quien ha escrito tres libros sobre la misma, dos de ellos ya publicados.
Justo 4 años después de que fuera inaugurada la Facultad de Medicina en Morelia, la primera en latinoamerica, la epidemia cimbra la ciudad y al verse rebasado, el gobierno le pide a José Manuel Gónzalez Ureña que indague sobre las condiciones que propiciaban el contagio e hiciera recomendaciones.
Quien fuera en ese momento el encargado de los temas de salud, se dio a la tarea de recopilar la poca información que había y tras ello se tomaron medidas, muy parecidas a las que ahora Morelia ha vivido con la pandemia por COVID-19.
Se prohibieron las reuniones públicas “no fandangos, no peleas de gallos”, indicaba el gobierno moreliano, tampoco hubo sesiones de Cabildo, y en lugar de semáforo se instauró un sistema de banderas.
En las casas se ponían banderas blancas, amarillas y negras, las primeras si había un enfermo no grave, las segundas si ya estaba delicado y las terceras si se tenía una difunto a causa de la epidemia.
“Construir la cantidad necesaria de cajas”, fue otra de las indicaciones, relata Villalobos Guzmán, quien recapitula lo que narra la historia moreliana: “Había el rumor de que si veían a los muertos se contagiaban, entonces la indicaciñon fue que los llevarán solo en cajas mortuorias”.
La careta de hoy en día, en aquellos ayeres era una placa pequeña de cobre, que sugerían a la gente, colocarla tocando su cutis para prevenir el contagio.
Había rótulos de información sanitaria en edificios del centro, a la vista de la gente y entre las principales recomendaciones para los hogares era tenerlos limpios y que los miembros de la familia no tomara agua en el mismo vaso.
Fue necesario construir un nuevo cementerio, porque el de San Juan ya se había llenado “los muertos llegaban por carretonadas, dice la historia que los dejaban en los descansos, es decir, en la entrada del panteón y la indicación fue cerrar ‘con una torta de mezcla y piedra’ el panteón”, cuenta Villalobos.
Se pidió a las boticas no encarecer medicamentos y a las iglesias suspender el toque de las campanas de agonía, cada que fallecía una persona. “Se sabe que fueron miles pero no se tiene un registro exacto de cuántos murieron”, relata Eugenio, quien tras años de dedicarse y estudiar los temas de salud en Morelia, considera que la ciudad va ganando experiencia tras las dos contingencias sanitarias que ha vivido.