Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Al llegar a la cantina se advierte una sola regla: “No se admite la entrada a menores de edad ni a uniformados”. Luego, el lugar presume estar vivo desde el año de 1945. Dice Luis Moreno Loeza, quien se encarga de la administración de este sitio desde hace 26 años, que en “El Juguete” no hay fecha de caducidad. Van a seguir tan vigentes como desde el primer día.
En el interior, la cantina está decorada en sus paredes con fotografías de jugadores de los Canarios del Atlético Morelia. Y es que cuenta Luis que por estas mesas pasaron figuras como Américo Orozco, el Perico González, Antonio Villalón, los hermanos Morales, entre otros. “Prácticamente era la segunda casa del equipo”, asegura entre risas.
Aunque explica que “El Juguete” es de los pocos establecimientos que sobreviven en su lugar de origen, reconoce que la competencia cada vez es más fuerte y que las cantinas están en peligro de extinción; sin embargo, afirma que nunca les ha pasado por la cabeza cerrar y decir adiós.
Antes no se podían poner dos cantinas pegadas una de otra, debía haber una distancia de por lo menos 500 metros, pero ahora el gobierno ha saturado de licencias y sólo basta con ver el Centro de la ciudad para darse cuenta de que estamos invadidos de alcohol
Aunque no califica como desleal la competencia, sí admite que están en desventaja ante los nuevos atractivos: bares, antros, negocios de micheladas, mezcalerías y todos aquellos conceptos que prefieren las nuevas generaciones.
Pero para Luis hay un factor que mantiene con vida a las cantinas: la curiosidad. Más allá de los clientes aferrados, detalla que siempre hay jóvenes, mujeres, artistas y profesionistas dispuestos a entrar a este lugar para palpar la tradición de una cantina.
En alguna época vino un profesor de la Escuela de Bellas Artes, se enamoró tanto del lugar que comenzó a utilizarlo para realizar actividades culturales, montaba exposiciones, hacía conferencias y encuentros; se tuvieron alrededor de 20 eventos con él
Luis rebasa ya los 70 años y dice que cada vez es más complicado aguantar las jornadas de trabajo, pero no duda que prefiere esta dinámica a soportar una jubilación en casa. Aunque en su juventud trabajó en la vieja Central Camionera, el destinó lo llevó a esta cantina, donde se enorgullece de haber aprendido una serie de bebidas que a cualquiera le curan el alma y la cruda.
De las viejas anécdotas, recuerda cuando “El Juguete” estaba en su apogeo y recibían clientes de las comunidades aledañas de Morelia y hasta de otros estados; también habla de que el lugar era frecuentado por agentes de la policía que ponían a todos nerviosos con sus pistolas en la cintura.
Pero también está el lado negativo. Relata sobre los amigos que vio partir a causa de la cirrosis y los excesos, a quienes el alcohol los terminó por dominar y nunca hicieron caso a las advertencias que sus propios organismos les hacían.
“El Juguete” ha sobrevivido al paso del tiempo, a remodelaciones y hasta a un accidente que dejó daños materiales por un microbús que se fue a estrellar a la entrada del lugar. Si a Luis se le pregunta cuál es la esencia de una cantina, no duda en hacer referencia a un espacio íntimo, donde prevalece la camaradería por sobre todas las cosas.
RESISTIR
Cuando se va a la “Enramada” es seguro que seas atendido por el Gordo, por el Chino y por Gabriel. Los tres suman una vida entera en esta cantina y nadie se ve dispuesto a dejar el trabajo. Son tan indispensables, que se convirtieron en la mano derecha de Armando Villanueva, dueño del lugar.
Fundada en el año de 1952 por Pepe Villanueva, o el Gordo, como se le conocía, cuenta Armando que la cantina ha tenido tres sedes, pero es en la calle 20 de noviembre donde por fin lograron sentirse cómodos y ya sumar 36 años ininterrumpidos de abrir todos los días del año.
Explica que su padre fue cantinero de toda la vida, trabajaba en restaurantes y diferentes establecimientos, hasta que un día se le cruzó por la cabeza montar su propia cantina. Así nació “Zirahuén”, nombre que fue modificado con el pasar de los años para ser finalmente la “Enramada”.
Por sus mesas y barra, asegura Armando, han pasado políticos y futbolistas de todos niveles; sin embargo, se niega a dar nombres. Argumenta que en las cantinas existen códigos y no se debe revelar la identidad de quienes se atreven a cruzar la puerta.
Al interior, las carcajadas son constantes. En una esquina, una figura enorme de Pito Pérez observa a detalle todos los movimientos. El Chino va y viene de la barra a las mesas, mientras que Gabriel prepara tacos de carnitas con frijoles, el Gordo se ha vuelto un experto en preparar cocteles y Armando corta la fruta para acompañar la bebida.
Todos coinciden en que hay temporadas difíciles, donde son pocas las ventas, pero también destacan que la tradición es lo que los mantiene vivos. Hablan de sus clientes como sus amigos, gente que frecuenta el sitio con el objetivo de no dejar que las cantinas queden en el olvido.
Así como heredó el negocio de su padre, a Armando le gustaría que su sobrino se hiciera cargo en el futuro. “Siempre manteniendo el estilo de la Enramada”, advierte; pero antes de que eso suceda, añade que dentro de sus planes está llegar al centenario de vida de esta cantina. Y estar ahí para verlo.