Morelia, Mich (OEM-Infomex).- El olor a café y galletas se mezcla con el de la tinta de los periódicos. En este lugar los clientes, en su mayoría adultos mayores, todavía se informan de la vida política y social de Michoacán a la vieja escuela: a través de las palabras en papel.
En pleno corazón del Centro Histórico de Morelia, en la calle Ocampo, el Café del Prado sigue albergando a los clientes de siempre como desde 1991, cuando este negocio comenzó a escribir su historia, primero en un local alterno y a partir de 1994 en el sitio en el que se ubica actualmente.
Lo primero que se observa en el pasillo que da la bienvenida es la lista de precios que van desde los seis pesos, en el caso de las galletas, y hasta los 50 pesos cuando se trata de un café capuchino. Ya al interior, una luz clara hace sintonía con el amarillo de las paredes y la cantera de sus pilastras.
Los cuadros que decoran el espacio presentan a próceres de la patria como José María Morelos y Pavón, Miguel Hidalgo, Melchor Ocampo, Sor Juana Inés de la Cruz, entre otros. En la parte de en medio, una lona gigante de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH) se exhibe de manera imponente.
Nada de esto es casualidad. María Saraí Carranza Ángeles relata que cuando su padre decidió emprender el negocio del Café del Prado lo hizo pensando en que fuera un lugar en el que se pudiera proyectar todo el orgullo que sentía por ser nicolaita y la pasión por la historia de México.
Ingeniero civil de profesión y tras su jubilación, el señor Carranza se planteó como proyecto de vida hacerse de un café, pero nunca se imaginó que de a poco y de manera natural, el del Prado se convertiría en el establecimiento de cabecera para ruedas de prensa de sindicatos, profesores, activistas sociales, colectivos, partidos políticos y estudiantes.
“En un inicio su clientela estaba conformada por sus compañeros nicolaitas, pero poco a poco fueron llegando personas que tenían un perfil similar en lo académico. Yo creo que las ruedas de prensa se empezaron a hacer populares y casi una costumbre porque, a diferencia de otros cafés, nosotros no les cobramos más que el consumo mínimo”.
Cuando Saraí Carranza arriba puntual al lugar, bromea con su trabajadora, se prepara un café y no son pocos los clientes que la saludan y le solicitan el periódico del día. Esto tampoco es una coincidencia, pues relata que su juventud la pasó entre las mesas y la música instrumental que todos los días suena de fondo.
“Incluso con mis hijos aprendimos sobre todos los tipos de cafés y el cómo prepararlos. Aquí siempre ayudamos a atender a los clientes y entendimos que el éxito de tantos años es porque mis papás nos heredaron el aprendizaje de nunca bajar la calidad, que al final es lo que ha hecho que nos sigan visitando”.
Hace seis años que el señor Carranza falleció, tiempo después lo haría su esposa. La pandemia puso a tambalear al Café del Prado, pero dice Saraí que fue a “estirones” como lograron solventar el pago de la renta durante los dos años en que la contingencia sanitaria ahogó a varios negocios.
“Mis papás ya fallecieron, pero mientras el dueño del lugar nos sigue rentado nosotros aquí seguiremos, ya que afortunadamente contamos con una clientela muy definida, aunque también de repente recibimos estudiantes que vienen a leer en medio del silencio y tranquilidad que distingue al café”.
En la agenda del día, el Café del Prado recibe a los integrantes del Consejo Supremo Indígena de Michoacán (CSIM), uno de los más activos en cuanto a ruedas de prensa, indica Saraí Carranza. El tema es la desaparición y asesinato de pobladores que habitaban en las comunidades originarias.
De forma involuntaria, la propietaria admite que con el paso de los años y el escuchar las palabas detrás de los micrófonos, ha podido ir conociendo las diferentes problemáticas que se viven en Michoacán. A lo largo de más de tres décadas, el Café del Prado se ha convertido en un testigo de lo que, para muchos, se trata de una realidad cada vez más compleja.