Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Al menos 35 migrantes provenientes de Haití, entre ellos niñas, niños, jóvenes y adultos, se mantienen varados en la Terminal de Autobuses de Morelia (TAM), luego de que el Instituto Nacional de Migración (INM) ofreciera tarjetas migratorias por razones humanitarias para permitir su estancia en México.
De acuerdo con un informe de la Secretaría del Migrante (Semigrante), 20 de estas personas fueron apoyadas por la dependencia para trasladarse a Tijuana, mientras que 15 más no tenían recursos económicos para continuar con su tránsito y se les enlazó a la Secretaría de Gobierno.
En el reporte de Semigrante también se detalló que al grupo de haitianos que llegó a la central de autobuses de la capital michoacana se les aplicaron 33 pruebas contra Covid-19 y dos menores fueron asistidos en el Hospital Infantil.
En tanto, la Comisión Mexicana de Ayuda para Refugiados (COMAR), reconoce que la cifra de migrantes centroamericanos y sudamericanos que quieren documentarse en el país se ha disparado en el último año.
En 2020, 15 mil 398 hondureños solicitaron refugio en el país, pero tan solo en los primeros nueve meses del presente año el número fue de 31 mil 894. En esa misma comparación, Haití tenía cinco mil 954 solicitudes y creció a 26 mil. Cuba pasó de cinco mil 741 a siete mil 683; El Salvador de cuatro mil 36 a cinco mil 170, mientras que Venezuela de tres mil 269 a cuatro mil 670.
Buscarse la vida, hermano
La mayoría están congregados a las afueras de la Sala A de la Terminal de Autobuses de Morelia (TAM). Entre cobijas, mochilas y contacto humano, se dan calor unos a otros. Son migrantes originarios de Haití y llevan cuatro días instalados en este pasillo sin saber muy bien lo que buscan o hacia dónde van.
Nadie se arriesga a explorar más allá de la rotonda, por lo que matan el tiempo caminando en círculos, charlando o durmiendo. Los taxistas se han acostumbrado a la escena y prestan poca atención, mientras que los pasajeros que llegan o se van, intentan mirar discretamente sin conseguirlo del todo.
Collin tiene 29 años. Se encuentra sentado en la orilla de un pilar y no le importa que el sol pegue directamente sobre su rostro. En todo momento muestra su dentadura desviada, juguetea con el cubrebocas en las manos, viste con una gorra Adidas, una playera y una chapa de Michael Jordan, bermudas y tenis Nike.
Junto a su esposa, tomaron la decisión un día cualquiera de abandonar Haití porque ya no había opciones de trabajo. Como no tenían dinero, caminaron. Con un español descompuesto, relata que la travesía ha tenido una duración de casi dos meses, tiempo en el que han atravesado montes, lomas… “andando así a lo loco”.
Primera parada. Llegaron a Tapachula, Chiapas. Collin se dice decepcionado de la experiencia. Acusa a la policía de ser violenta y reprocha lo que llama una simulación de ayuda humanitaria. “Solamente pan, agua y galletitas es lo que nos daban”. La vida es muy complicada ahí, dice. También recuerda que el calor era insoportable, pero que lo peor es que nunca los trataron como gente y sí como perros.
Calcular a la comunidad de haitianos que se encuentran en el país le resulta imposible. Son muchos los que han elegido el éxodo, pero también son otros tantos los que se han tenido que quedar. Collin tuvo que dejar a sus dos hijas en Puerto Príncipe para poder hacer el respectivo sacrificio, o como prefiere llamarlo: buscar vida.
“Con el terremoto del 2010 perdimos muchas familias. Yo estaba en el campo y después me enteré que se murieron hermanos. Ahora no tenemos gobierno y eso lo hace más complicado, allá no tienes nada, fue entonces que con mi esposa dijimos que lo mejor era ir a otro país”, narró.
Si se le pregunta un plan no hay claridad. En un primer momento se consideró el llegar a Tijuana, pero advierte que no tienen dinero siquiera para comer. Habla de documentos, de ese papel migratorio que les dé un poco de legalidad para poder trabajar “de lo que sea, sin hacer cosas malas”.
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Contrario a Tapachula, afirma que en Morelia la gente se ha portado solidaria. Por las mañanas les llevan café y por las tardes un poco de comida. Les han donado ropa, cobijas y cualquier prenda que ayude a resistir el frío de las madrugadas. “Me gusta para quedarme”, confiesa.
-¿Qué piensas de tu país ahora mismo?-, se le pregunta a un Collin que por fin hace un esfuerzo por ocultarse el rostro del sol. “Mucho mal, malo, malo. Situación difícil. Ya no hallas nada por hacer. Aquí tienes un presidente, vas a tener tu trabajo y allá no lo tienes. En México también hay quien la pasa mal, mucha violencia, han agarrado amigos y hemos pasado frío. Pero por lo menos te puedes buscar la vida, hermano”.
La gente que rodea a Collin le reprocha que habla mucho, que una vez que inicia ya no para. A su esposa parece no importarle. Sonríe todo el tiempo. Expresa cosas en criollo haitiano y vuelve a sonreír. Lejos de pasarla mal, da la impresión de que estuviera en temporada vacacional. Por momentos escucha la entrevista y en otros ratos se mueve a convivir con el resto de sus paisanos. Anda de un lado a otro en la Terminal de Autobuses, presumiendo una blusa azul que lleva impresa una leyenda en letras doradas: “Todo es cuestión de despertar tu alma”.