/ martes 20 de febrero de 2018

La noche en la que Julio César Chávez fue el campeón azteca

El boxeador dejaba en claro que era el mejor del mundo libra por libra, y ponía su palmarés en 85-0.

¡Pobrecito de Greg Haugen, pero quién le manda ser tan hablador!

Así comenzó nuestra crónica publicada en ESTO al día siguiente de que Julio César Chávez le propinó “la paliza de su vida” al estadounidense Greg Haugen en el estadio Azteca, hasta obligar al réferi de origen boricua Joe Cortez a intervenir para decretar en el quinto round uno de los dos nocauts técnicos más célebres en la ilustre carrera del ídolo mexicano.

Así, en el Coloso de Santa Úrsula se consumó la que era la décima defensa triunfal de Chávez como soberano universal superligero del WBC para colocar su palmarés en 85-0, .

El otro KOT al que nos referimos fue aquel que JC obtuvo a dos segundos del campanazo postrero contra Meldrick Taylor, el 17 de marzo de 1990 en el Hilton de Las Vegas.

Haugen había declarado que “iba a pegarle duro a Chávez en la panza, para sacarle los jalapeños”. Ni él se percataba de la osadía de sus palabras y lo cual tendría que pagar muy caro. El peleador nacido en el estado de Washington, en la ciudad de Auburn y radicado en Seattle, había comenzado desde mucho antes su ofensiva verbal contra el César al exclamar que “le había ganado a puros taxistas de Tijuana”.

Transcurrida la golpiza, el mexicano le preguntó a Haugen si todavía creía que solamente había derrotado a taxistas y el humillado peleador replicó: “Deben haber sido taxistas muy duros”.

Este nocaut técnico que le impuso a Haugen será inolvidable porque se produjo ante la mayor asistencia de la historia en un combate de boxeo y del cual se cumple un cuarto de siglo de su realización. Lo más extraordinario es que el hecho se consumó en un lugar que para muchos “no era para boxeo”.

Aunque en principio se dijo que la entrada oficial fue de 132,274 personas con boleto pagado, el libro Guinness igualmente lo consignaba con 136 mil. Lo importante es que se trata de una marca que perdurará por siempre.

Fue la de esa noche una fiesta con luces y sonido como no se había visto hasta entonces en un espectáculo mexicano, y mucho menos al aire libre. Los rayos láser en tono verde que aparecieron repentinamente durante la cartelera maravillaron a las legiones de espectadores, que anticipaban el gozo que el César del boxeo -así lo bautizamos en ESTO- iba a proporcionarles para llevarlos más allá del límite de la emoción.

JIMMY LENNON

“Bienvenidos a un día histórico no solo para el boxeo mexicano sino para el boxeo mundial”, pronunció el legendario anunciador estadounidense Jimmy Lennon júnior. Ocurrió uando Chávez y su enemigo ya estaban arriba del ring, con los guantes puestos y solamente en espera del término de la ceremonia protocolaria.

“A Haugen no le voy a tener nada de compasión”, había advertido Julio César.

“A ti sí te voy a arrancar la cabeza”, le había espetado al norteamericano en un tú a tú que sostuvieron previamente en el ring, tras una victoria previa del sonorense-sinaloense. “Prepárate bien y cuídate”, le manifestó Chávez en aquella ocasión.

“Yo tampoco te tengo miedo”, le había respondido Greg.

“La verdad, (Haugen) me la mentó, me insultó muchas veces, pero creo que eso me hizo prepararme más, entrenar con más fuerza para taparle la boca”, declaró Julio al evocar aquella breve rivalidad que él se encargó de hacer trizas y borrar para siempre.

BUTACAS EXCLUSIVAS

Es menester recordar que Álvaro Dávila, actual presidente de Monarcas de Morelia, era uno de los puntales de la organiza ción y al que hay que otorgar buena parte del mérito de que toda haya salido “a pedir de boca”. Eso lo comprueba el saldo blanco reportado pese a la afluencia imprevista de un verdadero maremágnum que fue acomodado sin incidentes, pues incluso se quedó gente fuera.

Cuando el historiador Víctor Cota -también fue colaborador en la sección de boxeo del ESTO- y un servidor nos encontrábamos en el área destinada a la prensa, mucho antes de dar inicio las acciones, Álvaro Dávila se acercó a nosotros y nos dijo:

“Como distinción para ustedes, coloqué dos butacas especiales delante de las demás (dichos lugares estaban unos 20 metros separados del resto). A que por favor, pasen a sentarse”. Le agradecimos el enorme detalle y ya sentados, al desarrollarse el primer combate, le dije a Cota: “¿Sabes qué?, desde aquí no vamos a ver bien porque el ring está colocado muy en alto y cuando los peleadores se van del otro lado de las cuerdas, solamente les miramos del tórax para arriba”. Regresamos a los asientos de prensa. Llegaron dos desconocidos y que creyendo que era su “día de suerte”, se acomodaron “delante de todos” mientras nosotros nos reíamos al saber que “mirarían la función a medias”.

¡Pobrecito de Greg Haugen, pero quién le manda ser tan hablador!

Así comenzó nuestra crónica publicada en ESTO al día siguiente de que Julio César Chávez le propinó “la paliza de su vida” al estadounidense Greg Haugen en el estadio Azteca, hasta obligar al réferi de origen boricua Joe Cortez a intervenir para decretar en el quinto round uno de los dos nocauts técnicos más célebres en la ilustre carrera del ídolo mexicano.

Así, en el Coloso de Santa Úrsula se consumó la que era la décima defensa triunfal de Chávez como soberano universal superligero del WBC para colocar su palmarés en 85-0, .

El otro KOT al que nos referimos fue aquel que JC obtuvo a dos segundos del campanazo postrero contra Meldrick Taylor, el 17 de marzo de 1990 en el Hilton de Las Vegas.

Haugen había declarado que “iba a pegarle duro a Chávez en la panza, para sacarle los jalapeños”. Ni él se percataba de la osadía de sus palabras y lo cual tendría que pagar muy caro. El peleador nacido en el estado de Washington, en la ciudad de Auburn y radicado en Seattle, había comenzado desde mucho antes su ofensiva verbal contra el César al exclamar que “le había ganado a puros taxistas de Tijuana”.

Transcurrida la golpiza, el mexicano le preguntó a Haugen si todavía creía que solamente había derrotado a taxistas y el humillado peleador replicó: “Deben haber sido taxistas muy duros”.

Este nocaut técnico que le impuso a Haugen será inolvidable porque se produjo ante la mayor asistencia de la historia en un combate de boxeo y del cual se cumple un cuarto de siglo de su realización. Lo más extraordinario es que el hecho se consumó en un lugar que para muchos “no era para boxeo”.

Aunque en principio se dijo que la entrada oficial fue de 132,274 personas con boleto pagado, el libro Guinness igualmente lo consignaba con 136 mil. Lo importante es que se trata de una marca que perdurará por siempre.

Fue la de esa noche una fiesta con luces y sonido como no se había visto hasta entonces en un espectáculo mexicano, y mucho menos al aire libre. Los rayos láser en tono verde que aparecieron repentinamente durante la cartelera maravillaron a las legiones de espectadores, que anticipaban el gozo que el César del boxeo -así lo bautizamos en ESTO- iba a proporcionarles para llevarlos más allá del límite de la emoción.

JIMMY LENNON

“Bienvenidos a un día histórico no solo para el boxeo mexicano sino para el boxeo mundial”, pronunció el legendario anunciador estadounidense Jimmy Lennon júnior. Ocurrió uando Chávez y su enemigo ya estaban arriba del ring, con los guantes puestos y solamente en espera del término de la ceremonia protocolaria.

“A Haugen no le voy a tener nada de compasión”, había advertido Julio César.

“A ti sí te voy a arrancar la cabeza”, le había espetado al norteamericano en un tú a tú que sostuvieron previamente en el ring, tras una victoria previa del sonorense-sinaloense. “Prepárate bien y cuídate”, le manifestó Chávez en aquella ocasión.

“Yo tampoco te tengo miedo”, le había respondido Greg.

“La verdad, (Haugen) me la mentó, me insultó muchas veces, pero creo que eso me hizo prepararme más, entrenar con más fuerza para taparle la boca”, declaró Julio al evocar aquella breve rivalidad que él se encargó de hacer trizas y borrar para siempre.

BUTACAS EXCLUSIVAS

Es menester recordar que Álvaro Dávila, actual presidente de Monarcas de Morelia, era uno de los puntales de la organiza ción y al que hay que otorgar buena parte del mérito de que toda haya salido “a pedir de boca”. Eso lo comprueba el saldo blanco reportado pese a la afluencia imprevista de un verdadero maremágnum que fue acomodado sin incidentes, pues incluso se quedó gente fuera.

Cuando el historiador Víctor Cota -también fue colaborador en la sección de boxeo del ESTO- y un servidor nos encontrábamos en el área destinada a la prensa, mucho antes de dar inicio las acciones, Álvaro Dávila se acercó a nosotros y nos dijo:

“Como distinción para ustedes, coloqué dos butacas especiales delante de las demás (dichos lugares estaban unos 20 metros separados del resto). A que por favor, pasen a sentarse”. Le agradecimos el enorme detalle y ya sentados, al desarrollarse el primer combate, le dije a Cota: “¿Sabes qué?, desde aquí no vamos a ver bien porque el ring está colocado muy en alto y cuando los peleadores se van del otro lado de las cuerdas, solamente les miramos del tórax para arriba”. Regresamos a los asientos de prensa. Llegaron dos desconocidos y que creyendo que era su “día de suerte”, se acomodaron “delante de todos” mientras nosotros nos reíamos al saber que “mirarían la función a medias”.

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