MORELIA, Mich. (OEM-Infomex).- Un grupo reducido de mujeres lucha por no infartarse. No son más de 10, rebasan los 50 años de edad y hacen severos esfuerzos para soportar la rutina de aeróbic: “¡Un paso a la derecha, uno a la izquierda!”, les grita el instructor de forma efusiva mientras mueve el cuerpo al ritmo de la música, de esa que te hace sudar con tan solo escucharla.
Es casi medio día y el sol comienza a sentirse con más fuerza. En la Unidad Deportiva de la colonia Solidaridad, justo en la cancha principal, es el único espacio que se presenta como medianamente digno y que ha logrado sobrevivir a la hecatombe que se ha producido en este sitio.
Bajo el eje y lema de “Morelia segura”, este lugar fue inaugurado en el año 2013 con una inversión de cinco millones de pesos destinados por el gobierno municipal y federal, como parte de la estrategia para combatir los índices delictivos de esta zona de la ciudad; sin embargo, en pleno marco de su sexto aniversario, la unidad muestra señales de principio a fin de haberse convertido en todo lo contrario a un centro deportivo y a un punto de tranquilidad.
Al bajar del colectivo Prados Verdes, el barrio te recibe con tensión y con un tianguis que se coloca en el estacionamiento de la unidad. Entre los pasillos, se pueden encontrar a la venta herramientas de trabajo como martillos, serruchos, pinzas y taladros; también hay celulares y equipos de sonido. Nada de lo que se oferta es nuevo ni sellado, todo de segunda mano.
A un costado se ubica una caseta de la Policía Municipal que tiene como objetivo resguardar lo que sucede, tanto dentro como fuera de la unidad. La oficial que se encuentra cubriendo su turno, asegura que día y noche se puede hallar a un elemento en el diminuto cuartel que goza de luz eléctrica, pero padece de agua potable.
Cuando se le solicita autorización para fotografiar aspectos de la unidad, el elemento policial no presenta objeción alguna, pero emite una mirada que advierte que la decisión es “bajo propio riesgo”. Nunca más la volvemos a ver. No realiza rondines y por ningún motivo abandona su puesto en la caseta.
Fuera del instructor de aeróbic y su fiel equipo de señoras, no hay más presencia humana en el centro deportivo. En la entrada se percibe lo que en algún momento fueron tableros de ajedrez y que ahora han quedado reducidos a simples pedazos de concreto. Más al fondo, se observa el área infantil que ya luce incompleta: los columpios ya no tienen en qué columpiarse, la resbaladilla está deformada y a punto de colapsar.
Antes de ingresar a la cancha de futbol rápido, se exhibe un reglamento que dice que está prohibido el uso de zapatos con tachos para no dañar la alfombra, pero adentro son pocos los espacios que todavía cuentan con pedazos de pasto sintético. A los alrededores se imponen grafitis de todo tipo, figuras como la de pitufos con los ojos rojos y cabizbajos, o la de los futbolistas Guillermo Ochoa, Carlos Tévez y Cristiano Ronaldo. Para complementar la zona, se cuenta con una grada de metal a medias que huele a hierro oxidado.
El paisaje de toda la unidad se adorna con grandes cantidades de maleza, basura y más maleza. En la parte baja, la más oculta, se encuentra la zona de skate y una cancha de basquetbol que ya no tiene aros ni tableros. Los logos del Ayuntamiento de Morelia, la Sedatu y el Gobierno de la República están sin color, grafiteados y abandonados como el mapa de esta parte de la ciudad.
Aunque la unidad cuenta con dos accesos oficiales supuestamente controlados, en la parte trasera de la misma se las han ingeniado para realizar cortes cuadrados y perfectos sobre la malla. En esos huecos cabe un cuerpo humano a la perfección.
Cuando nos acercamos al instructor de aeróbic nos recibe con desconfianza. Miedo. Nos pregunta quiénes somos, a qué hemos venido; mostramos credenciales de prensa y duda aún más. Le pregunto su nombre y me miente: Dice llamarse Miguel, pero cuando le pido el apellido, duda y por fin se decide: Miguel Hernández.
Cuenta que en un inicio la unidad ofrecía varias actividades dirigidas a los habitantes de la colonia Solidaridad; había clases de boxeo, talleres de manualidades y una serie de dinámicas que hacían que el lugar tuviera vida. Actualmente, solamente Miguel y una persona más imparten clases de fitness.
¿POR QUÉ SE HA DETERIORADO TANTO EL LUGAR?
“Al inicio se hacía un cobro simbólico de tres pesos y eso permitía que el acceso fuera más controlado, pero después decidieron quitarlo y entonces empezó a entrar cualquier gente; supongo que esa fue la causa que ha llevado a que la unidad esté en estas condiciones”.
Miguel, o Manuel como confiesa llamarse minutos después, se muestra ansioso por concluir la conversación. Se le cuestiona quién es el encargado de administrar la unidad. Se limita a responsabilizar a una persona de nombre Alejandra, no recuerda su apellido, pero se le escapa decir que le paga una cuota para poder impartir sus clases. ¿El costo? Tartamudea unos segundos y luego responde que “depende de qué tan sucio esté el lugar”.
Buscamos a Alejandra pero no tuvimos éxito. La señora que se encarga de cuidar y cobrar a cuatro pesos el uso de los baños sin agua, asegura que es complicado hallar a Alejandra, “sí viene, pero no tiene un horario”. Para quitarnos de encima, “amablemente” me pasa el número de celular del esposo de la encargada. “Se llama Víctor, él sabrá decirte dónde está”, marcamos el 443 18 67 10 y resulta ser un número inexistente.
El deportivo de la colonia Solidaridad es probablemente sólo uno de los tantos espacios abandonados y sin control que existen en el municipio. El problema es que no existe un censo oficial para determinar cuántos son y bajo qué condiciones están operando.
Es el propio director del Instituto Municipal de Cultura Física y Deporte (Imcufide), Javier Torres Zambrano, quien admite que no se ha hecho una revisión en este sentido, por lo que no tienen identificado 100% qué canchas o unidades están en posesión de las colonias. Acusa que son centros deportivos que fueron inaugurados por diferentes administraciones municipales, pero que por el descuido se convirtieron en puntos que hacen apología a las adicciones.
A través de la historia de Morelia se construyeron varios espacios deportivos, pero nunca fueron acompañados de un programa, una escuela, un club o una liga; simplemente se inauguraron, a lo mucho se hizo un torneo y posteriormente se dejaron en el abandono total
Expone que otro problema que tienen que enfrentar como instituto es que no cuentan con el recurso para poder rehabilitar estos espacios, por lo que en todo caso, solamente podrían hacer labores de mantenimiento y limpieza.
“Lo que queremos es partir de la necesidad de la gente, que sean ellos quienes nos digan qué actividades deportivas son las que requieren en sus espacios, dejar de lado esa idea de que nosotros debemos llegar con un programa a implementarlo sin consultarles”.
Tras la partida del instructor de aeróbic y sus alumnas, la Unidad Deportiva de Solidaridad quedó vacía, en total silencio. Pasaron varios minutos sin que en el lugar ingresara una sola persona, hasta que apareció un joven que vestía con sudadera de gorra, bermudas y botines negros. Caminaba sin mirar a nadie, daba la impresión que iba entonando una canción.
Sin mediar palabra con la señora que está a cargo de los baños, se dirigió a la parte trasera de la cancha de futbol rápido. Estuvo por varios minutos inhalando resistol; posteriormente, dedicó algunos segundos a moverse por el área verde como si fuera un boxeador arriba de un ring. Se enfadó y se marchó del lugar, no sin antes dedicarnos una mirada.
Momentos después, llegó otro joven con características similares inspeccionó la primera parte del centro deportivo y nos observó por algunos segundos. Se retiró sin más. Ante la sospecha, optamos por abandonar la unidad. No lo pensamos y tomamos el primer Prados Verdes que se nos atravesó. Decidimos buscar en otro lugar a la “Morelia segura”.