Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- Atractiva por su arquitectura, notable a simple vista, la Casa de Cultura de Morelia es un lugar que guarda secretos de interés educativo, histórico y de potencial turístico, como ocurre con las catacumbas.
Estas son una sección de la estructura a la que sólo es posible acceder por mediación de una persona como la historiadora y supervisora Lizbeth Macedo Flores, que en entrevista refiere que dichas catacumbas podrían estar abiertas y acondicionadas para recibir visitantes, aunque aún no lo están por falta de recurso.
Para ella, la apertura de ese espacio impulsaría que las personas se interesen por la historia de lo que hoy es Casa de Cultura de Morelia y el templo del Carmen, cuyo territorio era más amplio de lo que ahora tienen.
Un poco de historia
En el siglo XVII, el Convento de los Carmelitas Descalzos y el templo del Carmen constituían el núcleo de una propiedad amplísima con huertas y un cementerio, este último ubicado en lo que ahora es la plaza.
Las huertas se extendían sobre la ladera de la colina por varios metros, tantos, que quizá a las personas que hoy transitan el norte de Morelia y que por alguna razón se dirigen al centro, les sorprendería saber que esos dominios empezaban desde el Río Grande, por lo que englobaban donde ahora está el monumento al Pípila y cientos de propiedades comerciales y habitacionales.
Otro dato que quizá te sorprenda: el área total tenía una extensión mayor a los 50 mil metros, todo para alojar y alimentar a los habitantes del convento, cuyo número nunca superó las 20 personas. Incluso, aunque el edificio tiene varias celdas, éstas nunca fueron ocupadas en su totalidad.
De acuerdo a lo relatado por Macedo Flores, las celdas, que eran habitaciones, tienen ahora otros usos: son oficinas o salones de clase, mismo destino que tiene lo que fue el comedor de los frailes, donde se pretendía que hubiera solemnidad mientras se comía y ahora es para la danza.
La cocina especial, en la que se preparaban banquetes para visitas prominentes, es una galería de exposiciones; la otra cocina, de uso ordinario, es hoy salón de clase; mientras que los antiguos sanitarios han desaparecido pero se cree que estaban junto a las escaleras que dan acceso al patio del Quijote.
La construcción de esta estructura comenzó en 1593, en lo que en ese ese entonces era la orilla norte de la ciudad, por la orden de los Carmelitas Descalzos. A partir de aquí se puede saber la razón de que existan catacumbas: de acuerdo con Macedo Flores, la construcción y sostenimiento del lugar fue sustentada por voluntarios humildes y donaciones pudientes, patrocinios que eran retribuidos a la gente en la otra vida: dependiendo de la importancia de la aportación es que la persona obtenía su lugar de sepultura, siendo las donaciones más pudientes las que lograban mayor cercanía al templo o dentro de este, mientras que los humildes quedaban en las orillas del cementerio.
La vida religiosa del convento finalizó a mediados del siglo XIX con la desincorporación de bienes a la iglesia y dio paso a un periodo oscuro en su historia “pues no se sabe que ocurrió inmediatamente después”.
Las huertas fueron poco a poco fraccionadas en casas y calles, mientras que el exconvento albergó al Seminario de Morelia entre 1943 y 1956; luego fue convertido en central camionera, hasta que en 1978 fue transformado en la Casa de Cultura.
Espacio para el arte
Desde que es Casa de cultura, el lugar ha recibido a una comunidad diversa que va desde adultos mayores hasta jóvenes y niños, algunos de los cuales fueron alumnos cuando infantes y volvieron, ya de adultos, como profesores.
Es el caso de Juan Pablo Luna, artista visual que cuenta, “tuve la fortuna de ingresar a los talleres libres, tenía unos 8 años y mi maestra fue Marcela Ramírez, fue fundamental en mi formación pues me abrió un panorama enorme, para mí es gratificante ahora ser maestro”.
Al partir de esa experiencia, Luna reafirma la importancia de que haya centros de formación como la Casa de Cultura de Morelia, “lamentablemente el arte y la cultura quedan relegados en la educación, pero son un pilar fundamental de la formación humana (…) el poder expresarte es una terapia sanativa, yo lo vi en mi vida pues fui un niño con altas probabilidades de ser chico banda, era muy agresivo, pero el arte me cambió el horizonte”.