Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).- La pérdida de la visión de un hombre en un incidente automovilístico que cambia por completo su vida, es el punto de partida de Todo lo invisible, de Mariana Chenillo, una de las nueve cintas en competencia en la Sección de Largometraje Mexicano del XVIII Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM).
Cuando Jonás (Ari Brickman) maneja a la escuela de sus dos pequeñas hijas antes de ir a su consultorio dental, un problema de tráfico se convierte en parteaguas de su historia, tanto profesional como personalmente, y su esposa Amanda (Bárbara Mori) deberá lidiar con la nueva situación a que ambos personajes son lanzados.
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Molesto por su nueva condición y por no encontrar un abogado que lo represente de mejor manera, Jonás acudirá a un viejo conocido de nombre Saúl (José María de Tavira), quien trabaja como litigante en contra de compañías trasnacionales.
Sin embargo, entre Saúl, Amanda y Jonás existe una historia intrincada que en las circunstancias presentes amenaza con derribar un equilibrio de por sí ya precario, en el que las cosas del pasado saldrán a flote y pondrán a prueba a los protagonistas.
Quizá uno de los aspectos más interesantes del filme remitirá a más de alguno al escritor portugués José Saramago, cuyo protagonista al inicio del libro Ensayo sobre la ceguera pierde la vista de pronto mientras maneja su coche, si bien será aquí Jonás el único que sufra tal condición, lo que le llevará a tener experiencias que le parecerán insólitas al espectador, pero que han sido ampliamente documentadas, por ejemplo, por Oliver Sacks en su obra Alucinaciones.
Y es que quien padece ceguera con seguridad ha tenido ya visiones de personas, objetos y escenas en movimiento que no están ahí, y que sin embargo tienen un carácter cierto, hiperreal, fantasmagórico, algo que durante Todo lo invisible Amanda le explica a Jonás con detenimiento.
Más allá de la ceguera y de las visiones del personaje principal, la cinta es una exploración de los lazos más íntimos con la familia y de aquello que nos hace seguir adelante cada día para levantarnos, la caída y transformación de Jonás le sirve a Mariana Chenillo para dar forma a su cuarto largometraje, si se toma en cuenta del documental El aula vacía de 2015.
Con todo, a pesar de su temática y correcta dirección, el filme no logra mayor empatía, tal vez por un guion que pudo estar mejor elaborado o porque el proyecto no arriesga más y ahonda en la construcción de los personajes, que parecen querer cobrar vida por momentos, aunque se sienten incompletos al final, como por lo demás está todo aquél que se ha enfrentado a una situación límite en su vida, es decir, todos.