Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- No es fácil que un artista desnude su pasado familiar y lo exponga al público. Sin embargo, la ausencia de un padre en casa es el motivo para que Sebastián Portillo haya montado la obra Apuntes de Biología, actualmente disponible en el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce (MACAZ).
A través de fotografías, bocetos y otras técnicas, el egresado de la entonces Escuela Popular de Bellas Artes parte de la única herencia paterna que encontró: apuntes académicos, poemas sueltos e información que en apariencia no tendría otro valor que el personal, pero si algo debe hacer un artista es darle otra vida a lo que solo aparenta ser archivo muerto.
Entrevistado por este medio, Portillo narra que desde hace año y medio formó parte de un proyecto llamado Documento de un suceso inexplicable, el cual abordaba las secuelas sociológicas luego del atentando que sufriera Morelia en septiembre de 2008. En ese sentido, encontró caminos lúdicos y pedagógicos para enfrentar un acontecimiento de violencia y transformarlo a través del arte, pues la creación artística “es lo único que te libera, que te vuelve a poner en la realidad con una interpretación distinta de lo que te sucedió”.
Lo que Portillo hace no es necesariamente liberarse de un hecho de violencia, pero sí un atrevimiento para hablar de sí mismo, de algo que le duele. La expo abre con un tríptico que refiere al origen de las cosas, a la composición de los cuerpos, lo que se traslada como una interrogante existencial, “¿cómo construir algo que no te da tu padre, cómo lo construyo por mi cuenta?, o visto desde una retrospectiva, ¿cómo fue que lo logré?”, se cuestiona en esta charla.
Si un mito dicta que un dios hincado creó el universo, Portillo construye una fotografía que evoca quizá más al imaginario colectivo que a la propia realidad, pues como lo afirma, “nadie tiene la certeza de que Dios exista”. En ese hilo narrativo, las piezas expuestas en el museo son referencias claras a la expansión de la vida, a las piedras como formas primigenias, a las nubes cósmicas, a los primeros vapores que después habrán de fusionar a los cuerpos desnudos.
El ejercicio fotográfico de estos Apuntes se caracteriza por la entera libertad creativa y la exploración a distintas posibilidades, por lo que es posible observar foto microscópica con la propia sangre del autor, una metáfora que otra vez hace preguntas por el origen de la vida. El hallazgo de términos científicos heredados por su padre fue encontrando cauces creativos, pero no forzados por encajar gratuitamente ni producto de una iluminación mística, “pasa más por los procesos cerebrales donde siempre encontramos significados”, añade el también formado en la Universidad Vasco de Quiroga.
Otra de las características de la exposición es el trabajo intenso que se realizó por un grupo de personas expuestas a condiciones adversas en cuestiones climáticas o del mismo set. En una de las imágenes una mujer posa desnuda en medio de un lago en plena madrugada, para lo cual tanto la modelo como Portillo soportaron un ambiente que calaba hasta los huesos. Lo mismo se podría decir de una pareja que luce abrazada en un baño de vapor, obviamente con sus cuerpos desnudos, para lo cual hubo que estar por horas ante la lente. Para la composición de toda la obra, fueron más de 30 personas las que colaboraron en un esfuerzo que al final ha valido la pena.
Si por una parte el fotógrafo exploró el sentido de la creación, por el otro se da tiempo para retratar al humano contemporáneo bajo distintas formas, desde un retrato familiar hasta una serie en sepia donde plantea otro conflicto: ¿pueden dos personas girar con la misma fuerza, tomando la misma cuerda, pero nunca tocarse? Es, de hecho, el resultado de un ejercicio físico que expone a la velocidad como el parámetro para que dos cuerpos nunca se encuentren, que se alejen más. “Esta imagen habla del significado de la pareja, de lo que los une y los distancia, de qué sucede cuando a pesar de un pivote (el amor, el sexo, etc.) cada quien tira para su lado”. El tono de las fotografías transita entre el blanco y negro y el sepia, una estética que buscó darle una voz al padre de Portillo, tonos que refieren a las décadas de los 60 y 70.
Una vez expuesto ante el público, Sebastián Portillo acepta que “ésta es la plática más larga que he tenido con mi padre, nunca había pensado tanto en él; fue una conexión con mi pasado y al ser un diálogo unilateral, no necesito las respuestas me las di yo, por lo tanto, no necesité las suyas”.