Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- Compañía infalible desde los inicios del siglo XX, la radio es uno de los mejores inventos de la humanidad. A través de este medio se reproducen las noticias en vivo, se escucha música, se saber qué tal anda el tráfico en la ciudad o simplemente cerrar los ojos y dejarse llevar por las historias habladas.
La radio ha tenido tanto poder, que en 1938 Orson Welles hizo su propia versión de La Guerra de los Mundos, novela de ciencia ficción de H.G. Wells donde los extraterrestres invaden la Tierra. El relato radiofónico era tan creíble, que cientos de habitantes de Nueva York y Nueva Yersey se alarmaron, creyendo que los marcianos en efecto estaban por acabar con la humanidad.
A México, la radio llegó cuando la Revolución se había terminado. En el libro La magia del inalámbrico (UNAM, 2016), se escribe: “México reconoció su diversidad, lo sonado colmó la ciudad con el nuevo instrumento; así como los generales arribaron, también lo hicieron hombres con el imaginario de su región: cantares, sones y jarabes, polcas, trova yucateca, marimba y chotís, que la radio intercaló con música clásica y moderna, lo mismo se transmitieron con Beethoven, Chopin, Verdi o Schubert, que con foxtrot o jazz, para diseñar un repertorio colectivo emergente y, aún más, rescatar y recrear una sonoridad nacional con Miguel Lerdo de Tejada, Manuel M. Ponce, Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, por mencionar algunos”.
Aunque la figura más visible es la de la locución, existen varios personajes que hacen posible las transmisiones por radio: hablamos de los operadores, los continuistas, los productores, los publicistas; esas personas que no aparecen en un micrófono, pero son parte fundamental de este universo que hoy en día convive con lo retro y lo contemporáneo.
Tres décadas en cabina
Oswaldo García Luna llegó con toda la fortaleza de quien presume juventud hace 30 años al entonces casi estrenado Sistema Michoacano de Radio y Televisión. Estudiaba en el Conalep, de donde lo enviaron para hacer su servicio social y prácticas profesionales.
Era 1990 y este escolapio no soñaba con estar en una cabina. Su primera maestra en el manejo de los controles fue la ya fallecida Cristina Garduño.
“Ella me enseñó el teje y maneje de las consolas”, recuerda, al tiempo de agregar que también operó para la televisión por algunos meses. Ya con los estudios concluidos tuvo la osadía de pedir trabajo, y como era bastante bueno, en 1992 firmó un contrato que sigue vigente en este virulento 2020.
Trasladar la memoria hasta los inicios de esa década donde Los Simpson y los Chicago Bulls se pusieron de moda trae como diseño de arte un equipo de transmisión completamente análogo.
“Manejábamos grabadoras de carrete abierto, muy grandes, los spots los hacíamos en cartuchos de cinta; la música salía de discos en vinil, de casetes, y ya después de discos compactos. Teníamos que ser muy precavidos para que no hubiera lagunas en las cintas, porque eso cortaba la continuidad en la transmisión. Con los discos era lo mismo, tenían que estar limpios, con la velocidad adecuada y poner la aguja donde tenía que estar. Era un trabajo artesanal en el que siempre teníamos que estar presentes porque no existían programas automáticos”.
Oswaldo cuenta la odisea de cambiar de una cinta a otra sin que se notara al aire, o estar atento para que el disco LP no estuviera rayado, porque si eso pasaba al aire, el desenlace era terrible.
Ese equipo de carretes fue cambiado en 1996, cuando llegó la tecnología en pleno: computadoras cargadas con el programa Audition, y entonces todo cambió. Paradójicamente, a este hombre le costó más trabajo entenderle al moderno software que lidiar con el trabajo manual, pero al final “ya le agarramos la onda, y nos ayudó mucho, ahora sí ya podíamos dejar el automático y no estar pegados ahí todo el tiempo”.
En las frecuencias del 1550 de AM y el 106.9 de FM nunca hemos escuchado su voz, pero sí los agradecimientos de los conductores a quienes opera. Entre sus favoritos, recuerda a Jorge Uribe, “El caballero de la radio”, igual que a Nicolás Rodríguez, quien “jamás usó un guion para trabajar, ninguna revista, nada de apuntes, todos los datos que daba al aire los sabía de memoria, era algo impresionante”.
Luego de tanto tiempo de estar en la cabina de una radio pública, Oswaldo no piensa, ni de lejos, en el retiro, en una temprana jubilación, dice que gracias a ese trabajo se ha vuelto una persona muy culta, que tiene un acervo musical impresionante, que no olvidará el blues que conoció cuando le operaba los controles a Miguel Enríquez, fallecido hace varios años. Aunque alguna vez se lo ofrecieron, nunca ha tenido la tentación de pasar la línea, de tomar el micrófono, “lo mío siempre ha sido estar atrás, en los controles, en la cabina de donde sale todo”.
Cambio generacional
Jessica Domínguez representa el cambio generacional en ese mismo grupo radiofónico. Cuando ingresó como asistente y secretaria, hace 12 años, la cambiaron rápidamente a la cabina y entonces el famoso Audition ya era la norma para los operadores.
Su capacitador la enseñó a usarlo un par de días y al tercero ya la dejó sola. “En mi tercer día de trabajo estaba sola, con gente que me regañaba, pero aprender así es mejor, como puedes lo sacas”, reconoce.
Meses después el Audition se volvió obsoleto y pasaron a Zara Radio, un programa con mucho más capacidad, un juguete que sedujo a los nerds de la programación. Pero tampoco le enseñaron demasiado, como sucede con los más jóvenes, la intuición sale a su defensa, y también como pasa cuando no le sabes a lo viejo, Jessy se ponía nerviosa cuando el mismo Jorge Uribe le pasaba los discos de vinyl: “Nunca le atinaba a la línea de la canción, era una pesadilla poner esos discos, ¡lo más difícil del mundo!”
Si hablamos de sus cómplices en ese dueto de operador-locutor, no olvida a Los Años Maravillosos, programa de rock clásico que por muchos años Joaquín Pardavé. Con Miguel Enríquez pasó lo que ella llama “la prueba de fuego”, pues era uno de los locutores más perfeccionistas, de un carácter duro y no soportaba los errores al aire. Por fortuna, en cada una de las transmisiones que ella operó no hubo contratiempos.
Cuando no está en su trabajo, Jessica, aunque parezca irreal, escucha la misma estación, pero cuando se sube a la combi y hay otras opciones dice que le da coraje: “Me da pena que un medio tan bonito como la radio se use para decir groserías, para insultar a la gente, para hacer bromas pesadas o decir tonterías, que no haya respeto por la audiencia”. Algo que no se sabe es que operadores como ella toman el teléfono para atender a los radioescuchas, y no siempre es para pedir una canción, como dicta el lugar común; “hay gente que te habla llorando, y no porque le pase algo malo, sino porque hizo empatía con el locutor, porque se conmovió con lo que dijo”. Actualmente trabaja para la transmisión en AM, y aunque no lo parezca, la audiencia sigue siendo cuantiosa: “A veces, si no hay llamadas, el conductor se queja al aire de que ya nadie se comunica y eso basta para que no pare el teléfono”.
La continuidad
Si trabajar en la radio pública implica un servicio a la sociedad, estar en la parte privada es una lucha constante por acaparar a la audiencia. Ángel Lemus García labora como continuista en el 91.5 de FM, una de las estaciones más longevas de la ciudad, posicionada desde aquellos tiempos en que había apenas tres opciones en la frecuencia modulada. Él se encarga de pautar contenidos, de ordenar los anuncios, de combinar la barra musical con los programas hablados. Está en comunicación constante con el departamento de marketing, pero también con el jurídico porque siempre hay que estar actualizados con las nuevas normas que se dicten desde el Instituto Federal de Telecomunicaciones (Ifetel). Sin perfiles como el suyo, simplemente los locutores no podrían salir al aire, porque no habría anuncios, pautas, parrillas, legalidad.
Ángel debe pensar en todo: en que haya ingresos para la estación, en que los anunciantes estén contentos, en que los locutores puedan hacer su labor sin contratiempos, pero sobre todo, en que el radioescucha no le cambie, porque la competencia es feroz. Es el arquitecto, el que dibuja, el que traza la línea de tiempo en ese medio cuyas antenas siempre han estado sobre la avenida Acueducto de Morelia.
Hoy, en plena crisis ocasionada por el Covid-19, enfrenta junto a sus compañeros un reto que jamás habían vivido: la caída de la publicidad, dice que un 80% de anunciantes retiraron sus spots y no hay certeza de cuándo regresen.
“Hace unos años llegamos a ser más de 90 personas trabajando, hoy apenas somos 18; los tiempos han cambiado mucho, han cambiado las reglas, la tecnología, pero la radio siempre será la radio”, sintetiza.