El Jazz: de Nuevo Orleans a Michoacán 

Hay personas que no deben pasar por ningún curso de vocación profesional para saber a qué le van a dedicar su vida, es el caso de Juan Alzate y Efrén Capiz, exponentes de la música

Francisco Valenzuela | El Sol de Morelia

  · domingo 3 de mayo de 2020

Foto: Archivo | El Sol de Morelia

Morelia, Michoacán. (OEM-Infomex). Decía Paul Witheman que el jazz llegó a Norteamérica encadenado, en clara referencia a cómo los esclavos negros llevaron el origen de ese estilo a los Estados Unidos. Duke Ellington, el icónico hijo adoptivo de Nueva York, afirmaba que “nadie se toma tan en serio la música como un músico de jazz”. Se dice que jazz es improvisación, es swing, “es la expresión genuina de una comunidad concreta –la población afroamericana- (…) es una interpretación irrepetible, la expresión de lamento o de alegría más genuina y personal que pueda imaginarse”, según se lee en el libro Historias curiosas del jazz.

La cuna de este género, cuya celebración internacional es el 30 de abril, se ubica en el Nuevo Orleans del siglo XIX, específicamente en un lugar llamado Congo Square, actualmente conocido como el Louis Armstrong Park, donde se realizaban danzas africanas a ritmo de cuerdas, tambores cilíndricos y otras percusiones improvisadas, lo que provocaba bailes caracterizados por sus movimientos circulares.

La primera vez que la palabra jazz apareció en una publicación escrita fue en 1913. Se trató del artículo In praise of jazz, a futurist word wish has just joined the lenguage, firmado por Ernest J. Hopkins para el San Francisco Bulletin. Para que los lectores entendieran de qué iba este género, el periodista lo describió como “vida, fuerza, energía, efervescencia de espíritu, alegría, vivacidad, magnetismo, inspiración, virilidad, exuberancia, valor, felicidad”.

El primer disco con música de jazz fue grabado en 1917 por la Original Dixieland Jass Band, lo que nos revela que incluso en la escritura de la palabra hubo una evolución. Llama también la atención que esa agrupación estaba conformada por hombres blancos, así que para ubicar el primer disco de jazzistas negros nos remitimos a 1923 con el material de la King´s Oliver Creole Jazz Band.

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Hablar del jazz es referirnos a sus inmortales exponentes: Thelonious Monk, Charlie Parker, Charles Mingus, Ella Fitzgerald, Nina Simone, John Coltrane, Miles Davis, Billie Holiday, Dizzy Gillespie… pero antes de todos ellos, había nombres como One leg Willy Joseph, Three fingered Mamie Desdoumes, Cripple Clarence Lofton, James Stump Johnson y One arm Slim, quienes compartían no solo el hecho de carecer de alguna extremidad física, sino de tocar jazz en los burdeles norteamericanos a principios del siglo XX. Claro, ni siquiera sabían que ese estilo se convertiría en uno de los más fascinantes poco tiempo después.

A México, el jazz llegó prácticamente al mismo tiempo que se consolidaba en Estados Unidos, con proyectos como All Nuts Jazz Band, Los Siete Locos del Jazz y la Winter Garden Jazz Band. Sin embargo, el género tardó mucho más en ser aceptado. El periodista Ricardo Lugo Viñas apunta en la revista Relatos e Historias de México que en 1921 el músico Miguel Lerdo de Tejada opinaba esto sobre el nuevo sonido: “Esa infame música hecha con los pies para los pies. Es un horror. Desgraciadamente la invasión del jazz está consumada. Estamos perdidos irremisiblemente. Es una locura de sonido, de desafinaciones […] El éxito del jazz consiste en tocar mal, lo más mal que se pueda. El jazz ha absorbido todo el mundo”. Tal animadversión oficialista y conservadora perduró por varios años, tantos, que todavía en la década de los 60 los conciertos de jazz en el país pasaban un tanto desapercibidos. Para referirnos a los pioneros nacionales de este estilo habrá que memorizar nombres como Chilo Moran, Julián Carrillo, Mario Patrón, Víctor Ruiz Pazos y Tino Contreras, considerado el “padre del jazz mexicano”. En esta escena hay otras figuras claves contemporáneas: Magos Herrera, Héctor Infanzón, Daniela Liebman, Antonio Sánchez y Eugenio Toussaint, solo por mencionar a algunos que han fortalecido las variantes de este gran aporte sonoro.

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Lo tenía claro

Hay personas que no deben pasar por ningún curso de vocación profesional para saber a qué le van a dedicar su vida. Es el caso de Juan Alzate, quien desde niño entendió que sería músico, y no sólo eso, sería músico de jazz. Egresado de la Escuela Popular de Bellas Artes (EPBA), el michoacano escuchaba discos de Benny Goodman cuando cursaba el tercero de primaria, pues en la familia había grandes músicos y melómanos encabezados por su propia madre, quien le obsequiaba acetatos que le marcarían para la posteridad. Además, su tío Víctor Núñez era el líder de La Revolución Francesa, tal vez una de las primeras bandas de rock en la capital michoacana.

Entrevistado para FIND, Alzate recuerda que, como todo músico, también comenzó tocando en “grupos contratados para amenizar fiestas” y ya en el plano profesional participó en orquestas sinfónicas y combos de ritmos latinos, sobre todo cuando radicó en Venezuela. Sin embargo, el saxofón pronto se convirtió en su compañero incondicional, pues el peso del mencionado Goodman más los sonidos de Paul Desmond y Leandro “Gato” Barbieri lo encaminaron irremediablemente a este instrumento.

Aunque ingresó en 1979 a la EPBA, en 1980 ya daba su primer concierto de jazz: “No te quiero ni decir cómo sonaba eso”, recuerda con cierto pudor, lo que era comprensible porque el género no se enseñaba como tal. Posteriormente conformó el Quinteto de Jazz de la Universidad Michoacana, invitado por el entonces secretario de Difusión Cultural Gaspar Aguilera, a la par de incursionar como conductor en Radio Nicolaita con el programa Jazz de la Noche, mismo que sobrevive a la fecha, en pleno año pandémico, y al que se suma Cool Jazz, en UVE Radio.

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Miguel Villicaña, Matías García, Roberto Ramírez y Efrén Capiz eran algunos de los músicos michoacanos que en la década de los 80 ya protagonizaban la pequeña escena del jazz en la ciudad, impulsada también por el entonces titular del Instituto Michoacano de Cultura, Saúl Juárez, quien ayudó a crear las Jornadas de Jazz, a las que se sumaría el Primer Festival de Jazz de la Universidad Michoacana.

El paso de Juan Alzate por Venezuela entre 1990 y 1994 lo marcó en términos personales y profesionales; ahí conoció a figuras como Tito Puente y ofreció su primer concierto fuera de México, en el Festival de Jazz de Caracas. Desde entonces, Juan ha recorrido casi todo el continente Americano, desde Canadá hasta Argentina, a lo que se suman presentaciones en Shanghái, Japón y Taiwán. Su aventura por Venezuela concluyó debido a las condiciones políticas desfavorables, por lo que regresó a Morelia y se reencontró con viejos amigos como Efrén Capiz, quien lo invitó a unirse a su grupo. Ambos siguieron abriendo camino para el género en esos años noventa, y pronto surgió la idea de organizar un festival de jazz como parte del Festival de Música de Morelia Miguel Bernal Jiménez, lo que no se pudo concretar, pero que fue la semilla para que a inicios de los dosmiles naciera el Festival Internacional de Jazz de Michoacán, rebautizado en 2005 como Jazztival, proyecto que Alzate ha defendido con uñas y dientes.


Yo era un desconocido allá, pero la oportunidad de tocar con músicos de primer nivel era maravilloso


Integrante por algunos años de La Banda Elástica, el michoacano ha grabado una decena de discos propios, más una cantidad similar como invitado en álbumes coautorales. También ha participado en bandas sonoras de películas y entre sus datos más curiosos se incluye una participación actoral en una telenovela venezolana. ¿Hay nuevos talentos en el género de los que podamos hablar pronto?, le preguntamos. “Claro, puedo mencionar a Óscar Vinicio Oseguera, Fredy Santamaría, Nemesio Villegas, Yancis Ventura, Fausto Balboa, entre otros”.

Capiz: jazz y raíces michoacanas

Efrén Capiz comenzó como bailarín folklórico en el Ballet de la Universidad Michoacana dirigida por el maestro Salvador Próspero, quien por otra parte era un gran seguidor del jazz. Por otra parte, el entonces joven preparatoriano comenzó a escuchar a Deep Purple, a Led Zeppellin, a los Beatles y a los Rolling Stones. Todas esas influencias, tan aparentemente separadas, le animaron a estudiar la batería y las percusiones, que con el tiempo no estallarían en una banda de heavy metal, sino con distintos proyectos jazzísticos. “Cuando escuché a Buddy Rich me encantó; al principio lo tomé con recelo, pensaba que era muy complejo, pero era una fusión del jazz con la onda setentera, con el rock”, recuerda entrevistado para este reportaje.

Con Francisco Alcázar, Alfredo Barrera y otros compañeros de Bellas Artes formó sus primeros proyectos musicales; no se quedó con las ganas de tocar rock cuando el mundo era invadido por la música disco e incluso llegó a tocar en el musical Jesucristo Súper Estrella y acompañó en conciertos a Roberto Briceño y Yekina Pavón, entre varios otros. En su estadía por San Miguel de Allende no dejó de tocar en vivo, aunque recuerda que le tuvo que entrar a todo, incluida la música salsa.

Con el Trío y Cuarteto Michoacano de Jazz le dio oxígeno puro al género en la ciudad, al igual que con otros proyectos en mancuerna con Juan Alzate. Su inquietud por fusionar al jazz con la música michoacana surgió a partir de un desencuentro en San Miguel de Allende, donde un promotor le sugirió que en vez de tocar los estándares que todo mundo interpretaba, buscara algo más novedoso, algo que estuviera a tono con su pasado como bailarín folklórico.

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Al principio me lo tomé muy mal, pero luego recapacité, porque géneros como el bossa-nova son justo eso, la fusión del jazz con una raíz musical

"En México hemos sido por mucho tiempo simples recicladores, pero no aprovechamos nuestro propio pasado”. Ahí es donde surge el proyecto conocido como Blurhépecha, una precisa y exquisita fusión que viaja de Nuevo Orleans a la Meseta Purépecha, cuyos primeros arreglos eran a piezas icónicas como Lindo Michoacán y Flor de Canela. Aunque surgió de manera oficial en 2003, Efrén producía y distribuía esos experimentos en discos compactos artesanales, “hacía las portadas en Lumen, pero en una de esas grabaciones hice un arreglo de Triunfo del Eco, una pirekua de José Cruz Jacobo, originario de Sevina, quien fue de los primeros en utilizar el contrapunto”.

La mente maestra de Capiz ya no tuvo freno: se sumergió a mezclar la armonía del jazz con elementos musicales mexicanos y michoacanos. Es un sello único plasmado en dos discos de estudio que pasarán a la historia como la locura, en el mejor sentido de la palabra, llevada a la realidad, a temas como Orquesta de Quinceo, pieza original que incluye una apertura de zapateado, y Son Colorado, una especie de Juan Colorado con el estilo de Tierra Caliente.

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