Morelia, Michoacán (OEM-Infomex).– Con una casa vacía, casi sin muebles, lleno de deudas y preocupado por su futuro, en The Trouble with Nature (Dinamarca/ Francia) -de Illum Jacobi- el filósofo irlandés Edmund Burke se embarca en un viaje por los Alpes en busca de lo sublime, esa belleza que de tan grande amenaza con destrozarnos y que por ello sólo es principio de lo terrible.
En el trayecto que narra este Estreno Internacional del XVIII Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), el espectador ve un Burke -Ian Burns- con alergia a la naturaleza, un caballero europeo cuarentón con peluca y traje de gala, al que no le gustan ni los árboles ni el verde de las plantas y que, sin embargo, escala ayudado por su bastón esa gran cadena montañosa, mientras añora una cama y un escritorio donde sentarse a redactar sus apuntes.
Pero, ¿por qué busca lo sublime y por qué el irlandés dice que es una sensación que ha creado? Hay que recordar que en 1757 el filósofo escribió un libro, La indagación acerca de lo sublime y lo bello, que tanta repercusión tendría en los siguientes dos siglos, cuya segunda edición quiere escribir y para lo cual debe buscar algo grande y pleno de belleza que, de tan tremendo, cause miedo y conmocione a quien lo experimenta; sólo así podría escribir de nuevo.
Sin embargo, lejos de producirle esas sensaciones, que Burke afirma haber inventado, si bien ya antes otros autores las mencionaban en el Renacimiento o la Grecia de la antigüedad, la naturaleza le desagrada, las flores lo hacen sentirse enfermo y la vida campestre, al aire libre, a la intemperie, le suscita mareos.
Claro que, al ser un caballero británico, Burke no carga sus propios artículos sino que lleva servidumbre: ni la tienda donde duerme ni el talco que trae en la peluca blanca ni los utensilios para comer las lleva él; esas cosas las carga Awak -interpretada por Nathalia Acevedo-, verdadera protagonista del filme.
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Awak es una indígena de las Indias Occidentales francesas -léase las Antillas-, quien le explica al filósofo irlandés que la razón no sirve para entender la naturaleza, puesto que la naturaleza tiene un alma y el ser humano, que también posee la suya, se conecta con ésta para alcanzar un grado más elevado de experiencia, algo que Burke rechaza en principio, pero a lo cual se ve arrastrado al llegar a las cumbres de los Alpes.
Paulatinamente, la arrogancia y pedantería del personaje masculino se convierten en aceptación de una magnitud mayor y de que el ser humano quizá no las tenga todas consigo en eso de querer domar a la naturaleza; de hecho, lo sublime se presentará de golpe, amenazando, precisamente, con abatir y destrozar cuanto encuentre a su paso.
Una película introspectiva que no llega a aburrir, que trata de la relación con el otro, el desconocido, que nos hace darnos cuenta de quienes somos; una cinta que en su última escena justifica su razón de ser. Para quien esté familiarizado con la pintura, la escena sin duda le será conocida; para quien no lo esté tanto, un nombre puede servirle: Caspar David Friedrich.