/ jueves 27 de julio de 2023

Conoce cinco poemas de Ramón López Velarde para recordarlo

El poeta nacional tiene un sinfín de escritos que sin duda te maravillarán 

Morelia, Michoacán (OEM - Infomex).- Ramón López Velarde, nació un 15 de junio de 1888 en Zacatecas y se convirtió en el impulsor de la poesía contemporánea en México, es conocido como “el poeta nacional” y este 27 de julio google decidió homenajearlo con un doodle.

Pese a que estudió la carrera de derecho, su camino lo encontró en las letras, la poesía y el periodismo, es por ello que hoy te mostraremos cinco de sus poemas para que lo conozcas.

López Velarde, falleció a los 33 años y su trabajo es tan vasto que ha servido de inspiración para nuevas generaciones de escritores y lectores.


El son del corazón


Una música íntima no cesa

porque transida en un abrazo de oro

la Caridad con el Amor se besa.


¿Oyes el diapasón del corazón?

Oye en su nota múltiple el estrépito

de los que fueron y de los que no son.


Mis hermanos de todas las centurias

reconocen en mi su pausa igual,

sus mismas quejas y sus propias furias.


Soy la fronda parlante en que se mece

el pecho germinal del bardo druida

con la selva por diosa y por querida.


Soy la alberca lumínica en que nada,

como perla debajo de una lente,

debajo de las linfas. Scherezada.


Y soy el suspirante cristianismo

al hojear las bienaventuranzas

de la virgen que fue mi catecismo.


Y la nueva delicia, que acomoda

sus hipnotismos de color de tango

al figurín y al precio de la moda.


La redondez de la Creación atrueno

cortejando a las hembras y a las cosas

con un clamor pagano y nazareno.


¡Oh, Psiquis, oh mi alma: suena a son

moderno, a son de selva, a son de orgía

y a son marino, el son del corazón!


Treinta y tres


La edad del Cristo azul se me acongoja

porque Mahoma me sigue tiñendo

verde el espíritu y la carne roja,

y los talla, el beduino y a la hurí,

como una esmeralda en un rubí.


Yo querría gustar del caldo de habas,

mas en la infinidad de mi deseo

se suspenden las sílfides que veo

como en la conservera las guayabas.


La piedra pómez fuera mi amuleto,

pero mi humilde sino se contrista

porque mi boca se instala en secreto

en la feminidad del esqueleto

con un crepúsculo de diamantista.


Afluye la parábola y flamea

y gasto mis talentos en la lucha

de la Arabia Feliz con Galilea.


Me asfixia, en una dualidad funesta,

Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,

y de Zoraida la grupa bisiesta.


Plenitud de cerebro y corazón;

oro en los dedos y en las sienes rosas;

y el Profeta de cabras se perfila

más fuerte que los dioses y las diosas.


¡Oh, plenitud cordial y reflexiva:

regateas con Cristo las mercedes

de fruto y flor, y ni siquiera puedes

tu cadáver colgar en la impoluta

atmósfera imantada de una gruta!


Si soltera agonizas


Amiga que te vas:

quizá no te vea más.


Ante la luz de tu alma y de tu tez

fui tan maravillosamente casto

cual si me embalsamara la vejez.


Y no tuve otro arte

que el de quererte para aconsejarte.


Si soltera agonizas,

irán a visitarte mis cenizas.


Porque ha de llegar un ventarrón

color de tinta, abriendo tu balcón.

Déjalo que trastorne tus papeles,

tus novenas, tus ropas, y que apague

la santidad de tus lámparas fieles...


No vayas, encogido el corazón,

a cerrar tus vidrieras

a la tinta que riega el ventarrón.


Es que voy en la racha

a filtrarme en tu paz, buena muchacha.


Día 13


Mi corazón retrógrado

ama desde hoy la temerosa fecha

en que surgiste con aquel vestido

de luto y aquel rostro de ebriedad.


Día 13 en que el filo de tu rostro

llevaba la embriaguez como un relámpago

y en que tus lúgubres arreos daban

una luz que cegaba al sol de agosto,

así como se nubla el sol ficticio

en las decoraciones

de los Calvarios de los Viernes Santos.


Por enlutada y ebria simulaste,

en la superstición de aquel domingo,

una fúlgida cuenta de abalorio

humedecida en un licor letárgico.


¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas

para que así pudiesen

narcotizarlo todo?

Tu tiniebla

guiaba mis latidos, cual guiaba

la columna de fuego al israelita.


Adivinaba mi acucioso espíritu

tus blancas y fulmíneas paradojas:

el centelleo de tus zapatillas,

la llamarada de tu falda lúgubre,

el látigo incisivo de tus cejas

y el negro luminar de tus cabellos.


Desde la fecha de superstición

en que colmaste el vaso de mi júbilo,

mi corazón oscurantista clama

a la buena bondad del mal agüero,

que si mi sal se riega, irán sus granos

trazando en el mantel tus iniciales;

y si estalla mi espejo en un gemido,

fenecerá diminutivamente

como la desinencia de tu nombre.


Superstición, consérvame el radioso

vértigo del minuto perdurable

en que su traje negro devoraba

la luz desprevenida del cénit,

y en que su falda lúgubre era un bólido

por un cielo de hollín sobrecogido…


Color de cuento


¡Oh qué gratas las horas de los tiempos lejanos

en que quiso la infancia regalarnos un cuento!

Dormida por centurias en un bosque opulento,

despertaste a la blanda caricia de mis manos.


Y después, sin que fueran los barbudos enanos

o las almas en pena a turbar el contento

del señorial palacio, en dulce arrobamiento

unimos nuestras vidas como buenos hermanos.


Hoy se ha roto el encanto: ya la Bella Durmiente

no eres tú; la ilusión de trinos musicales

se fue para otros climas, y pacíficamente


celebraré contigo mis regios esponsales,

al rendir el espíritu, de rostro hacia el poniente,

en la paz evangélica de los campos natales.


Morelia, Michoacán (OEM - Infomex).- Ramón López Velarde, nació un 15 de junio de 1888 en Zacatecas y se convirtió en el impulsor de la poesía contemporánea en México, es conocido como “el poeta nacional” y este 27 de julio google decidió homenajearlo con un doodle.

Pese a que estudió la carrera de derecho, su camino lo encontró en las letras, la poesía y el periodismo, es por ello que hoy te mostraremos cinco de sus poemas para que lo conozcas.

López Velarde, falleció a los 33 años y su trabajo es tan vasto que ha servido de inspiración para nuevas generaciones de escritores y lectores.


El son del corazón


Una música íntima no cesa

porque transida en un abrazo de oro

la Caridad con el Amor se besa.


¿Oyes el diapasón del corazón?

Oye en su nota múltiple el estrépito

de los que fueron y de los que no son.


Mis hermanos de todas las centurias

reconocen en mi su pausa igual,

sus mismas quejas y sus propias furias.


Soy la fronda parlante en que se mece

el pecho germinal del bardo druida

con la selva por diosa y por querida.


Soy la alberca lumínica en que nada,

como perla debajo de una lente,

debajo de las linfas. Scherezada.


Y soy el suspirante cristianismo

al hojear las bienaventuranzas

de la virgen que fue mi catecismo.


Y la nueva delicia, que acomoda

sus hipnotismos de color de tango

al figurín y al precio de la moda.


La redondez de la Creación atrueno

cortejando a las hembras y a las cosas

con un clamor pagano y nazareno.


¡Oh, Psiquis, oh mi alma: suena a son

moderno, a son de selva, a son de orgía

y a son marino, el son del corazón!


Treinta y tres


La edad del Cristo azul se me acongoja

porque Mahoma me sigue tiñendo

verde el espíritu y la carne roja,

y los talla, el beduino y a la hurí,

como una esmeralda en un rubí.


Yo querría gustar del caldo de habas,

mas en la infinidad de mi deseo

se suspenden las sílfides que veo

como en la conservera las guayabas.


La piedra pómez fuera mi amuleto,

pero mi humilde sino se contrista

porque mi boca se instala en secreto

en la feminidad del esqueleto

con un crepúsculo de diamantista.


Afluye la parábola y flamea

y gasto mis talentos en la lucha

de la Arabia Feliz con Galilea.


Me asfixia, en una dualidad funesta,

Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,

y de Zoraida la grupa bisiesta.


Plenitud de cerebro y corazón;

oro en los dedos y en las sienes rosas;

y el Profeta de cabras se perfila

más fuerte que los dioses y las diosas.


¡Oh, plenitud cordial y reflexiva:

regateas con Cristo las mercedes

de fruto y flor, y ni siquiera puedes

tu cadáver colgar en la impoluta

atmósfera imantada de una gruta!


Si soltera agonizas


Amiga que te vas:

quizá no te vea más.


Ante la luz de tu alma y de tu tez

fui tan maravillosamente casto

cual si me embalsamara la vejez.


Y no tuve otro arte

que el de quererte para aconsejarte.


Si soltera agonizas,

irán a visitarte mis cenizas.


Porque ha de llegar un ventarrón

color de tinta, abriendo tu balcón.

Déjalo que trastorne tus papeles,

tus novenas, tus ropas, y que apague

la santidad de tus lámparas fieles...


No vayas, encogido el corazón,

a cerrar tus vidrieras

a la tinta que riega el ventarrón.


Es que voy en la racha

a filtrarme en tu paz, buena muchacha.


Día 13


Mi corazón retrógrado

ama desde hoy la temerosa fecha

en que surgiste con aquel vestido

de luto y aquel rostro de ebriedad.


Día 13 en que el filo de tu rostro

llevaba la embriaguez como un relámpago

y en que tus lúgubres arreos daban

una luz que cegaba al sol de agosto,

así como se nubla el sol ficticio

en las decoraciones

de los Calvarios de los Viernes Santos.


Por enlutada y ebria simulaste,

en la superstición de aquel domingo,

una fúlgida cuenta de abalorio

humedecida en un licor letárgico.


¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas

para que así pudiesen

narcotizarlo todo?

Tu tiniebla

guiaba mis latidos, cual guiaba

la columna de fuego al israelita.


Adivinaba mi acucioso espíritu

tus blancas y fulmíneas paradojas:

el centelleo de tus zapatillas,

la llamarada de tu falda lúgubre,

el látigo incisivo de tus cejas

y el negro luminar de tus cabellos.


Desde la fecha de superstición

en que colmaste el vaso de mi júbilo,

mi corazón oscurantista clama

a la buena bondad del mal agüero,

que si mi sal se riega, irán sus granos

trazando en el mantel tus iniciales;

y si estalla mi espejo en un gemido,

fenecerá diminutivamente

como la desinencia de tu nombre.


Superstición, consérvame el radioso

vértigo del minuto perdurable

en que su traje negro devoraba

la luz desprevenida del cénit,

y en que su falda lúgubre era un bólido

por un cielo de hollín sobrecogido…


Color de cuento


¡Oh qué gratas las horas de los tiempos lejanos

en que quiso la infancia regalarnos un cuento!

Dormida por centurias en un bosque opulento,

despertaste a la blanda caricia de mis manos.


Y después, sin que fueran los barbudos enanos

o las almas en pena a turbar el contento

del señorial palacio, en dulce arrobamiento

unimos nuestras vidas como buenos hermanos.


Hoy se ha roto el encanto: ya la Bella Durmiente

no eres tú; la ilusión de trinos musicales

se fue para otros climas, y pacíficamente


celebraré contigo mis regios esponsales,

al rendir el espíritu, de rostro hacia el poniente,

en la paz evangélica de los campos natales.


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