Morelia, Michoacán.-Primera vez en Morelia a sus casi 40 años de historia musical y legado, Los Fabulosos Cadillacs la agrupación argentina de finales de los 80 dieron el sábado pasado una muestra de calidad y humildad, que hacen por momentos olvidar que acaban de pasar a un gobierno ultraderechista con Javier Milei, a la cabeza, todo lo opuesto a la filosofía de esta agrupación.
Los Fabulosos, están intactos como hace casi 40 años, quién lo diría. Quizás (Sergio) Regio Rotman con un poco más de canas en esos chinos ligeros y rebeldes, de los que le gustaría, pero intacto su ritmo en el cuerpo al abrir en punto de las 21:00 horas con la rola insignia: “Cadillacs”.
El estadio Estadio Morelos, de la ciudad de Morelia, lució casi abarrotado luego de que durante al menos cinco horas (desde las 17:00 y hasta las 22:00 horas) niños, señoras, señores, cincuentones, con todo e hijos y en muchos casos ya hasta con nietos, llegaban sin pausa.
La legendaria banda enseñó a toda una generación (antes de TikTok) a bailar slam con ska en letras que hoy adquieren todo el sentido del mundo y se mantienen a flote.
Vicentico, el vocalista impasible, el chavoruco mejor plantado de Argentina demuestra que está en sus mejores años desfilando vigoroso en un amplio escenario, yendo de Luciano Giugni (batería) a Flavio (Cianciarulo) en la guitarra, a Ariel Minimal y al público, ese público heterogéneo que no atinaba a sacar sus mejores paso de slam, pero tampoco a corear la letra puntual de “Mi novia se cayó en un pozo ciego”, una de las primeras de la noche.
Abajo, en la cancha y las gradas del Estadio los congéneres de Vicentico, chavorucos descafeinados sintiéndose un poco cohibidos, casi incómodos ante una flota de jovenes venite, treintañeros que no paraban de alzar el celular para captar en la minúscula pantalla lo que ocurría en un colorido escenario lleno de pantallas nítidas de led.
Ver la mezcla de edades y su interacción, se convirtió también en parte del espectáculo en dondé no se sabía que esperar, hasta que la música hizo lo suyo.
Para cuando llegaron los acordes de “Santa Carmela”, el frío comenzó a calar en una noche apacible, dónde pocos (muy pocos) andaban ebrios, otros (también los menos) quizás un poco nublados por uno que otro churro que comenzaban a circular tímidamente, pero casi nadie fuera de lugar.
El público de pie o sentados en las gradas, escuchando, balanceando poquito la cadera, ahora ya reposados los acorde de “El Genio del Dub”, “Yo no me sentaría en tu Mesa”, “Demasiada Presión” y por supuesto, “Calaveras y Diablitos”, que mal se entendía por el pésimo sonido.
Alguien se lamentaba con que nada que ver con los conciertos de hace 20, 30 años donde Los Fabulosos Cadillacs, Vicentico, Rotman Flavio y otros que ya no están en la agrupación cerraban los ojos, con el cuerpo febril y bañados en sudor abrían los brazos para ser adorados, venerados y vestidos por la pasión de la banda, esa banda que surgió en Mar de la Plata, con músicos que no sabían tocar instrumentos, pero que supieron aglutinar y entender perfectamente los sentimientos de los jóvenes ávidos de gritar y romper los estereotipos de “Mal Bicho”, “Vasos Vacíos”, “Siguiendo la Luna”, “El muerto”, “El León”.
Los pies retumbaban en la capa de plástico que cubrió el césped de la cancha del Estadio Morelos. Sonaron “Ciego de Amor”, “Calaveras y Diablitos” y la multitud se prendió de nuevo: "No quiero morir sin antes haber amado, pero tampoco quiero morir de amor, calaveras y diablitos, invaden mi corazón", coreaban a grito pelado los fans.
Los asistentes tararearon y movieron sus cuerpos al ritmo de la trompeta, el bajo y el sax de Rotman, Cianciarulo, Mario Siperman, Daniel Lozano y Fernando Riciardi con rolas como “Los Condenaditos”, “El aguijón”, “Saco azul”, que el año pasado interpretaron también en Nueva York a su regreso como banda para celebrar precisamente los primeros 30 años de su emblemática canción “Matador”.
Las cifras oficiales dicen que hubo más de 30 mil almas que brincaron y se sacudieron la rutina en el Estadio Morelos, mientras un enjambre de drones sobrevolaban en las cabezas.
A mitad del concierto el aforo recobró la tranquilidad por unos segundos. En la pantalla apareció el mar y con él un aullido que hizo vibrar y dar paso a: "Siguiendo la luna no llegaré lejos...", suelta Vicentico con su peculiar y desgarradora voz y de inmediato el Morelos se inunda de luces de celulares. Es una canción que la mayoría esperaba, suplicaba.
Casi llegando a la hora y media de concierto sobreviene “Carnaval toda la vida”, “Mal Bicho, Vasos Vacíos”, la emblemática canción-himno “Matador” y Los Fabulosos Cadillacs se despiden de Morelia, con un gesto de solidaridad hacia Rocko Pachucote de La Maldita Vecindad, que la semana pasada fue a dar al hospital.
Le desean desde el escenario buena recuperación a Pachucote y su puñado de tímidos seguidores nos recuerdan que es la primera vez que pisan tierras purhépechas y a coro, les deseaba suerte y que pronto nos volvamos a ver en estas aguas de río, revueltas, agitadas.
De regreso a casa
Algunos solos y otros acompañados los fans de Los Fabulosos Cadillacs concentrados en el Estadio Morelos, se enfrentaron, una vez más a la falta de organización de sus gobiernos estatales y municipal que dejaron a su suerte y sin movilidad a los asistentes al concierto.
Pasadas las 23 horas, decenas de personas recurrieron a los taxis de la Terminal de Autobuses (TAM), sin embargo, las unidades también fueron insuficientes para cubrir la demanda de quienes buscaba regresar a sus casas sanos y salvos, por lo que personal de la administración de los taxis de la central tuvieron que negar el servicio, tanto a pasajeros como a externos, que buscaban con afán salir de la zona.
Las aplicaciones digitales de transporte como Didi, Uber e inDriver, aumentaron hasta en un 200 por ciento sus tarifas, ante la falta de taxis, pero a pesar de que el traslado mínimo era de 160 a 200 pesos en destinos como el Centro Histórico y colonias aledañas, también se agotaron pronto.
Solo un puñado de combis color gris aprovecharon el momento y subieron pasaje cobrando hasta 40 pesos por persona, trasladando a la gente a puntos estratégicos como salida a Charo Mil Cumbres y el Centro, dónde pudieran moverse de forma segura a sus destinos.
A otros les tocó caminar por más de una hora, hora y media en una ciudad que a pesar de la medianoche, los problemas viales y la falta de movilidad, estaba transitable, apacible y con ganas remojadas en cerveza o café de seguir oyendo rock para evocar otros tiempos, otra clase de rebeldía que apenas sin saberlo se esfumó, como dice la letra de “Los Condenaditos”: “¿dónde está escondido ese recuerdo tan preciado?”.