Morelia, Mich. (OEM-Infomex).- No es extraño que las mentes brillantes busquen más de una pasión. Boris Vian fue escritor, jazzista, ingeniero y periodista, mientras que Patti Smith es una diosa del punk y la literatura. En Michoacán hay ejemplos de personajes que se han hecho una sólida trayectoria en alguna rama artística, pero tienen un lado B, un segundo amor, un matrimonio alternativo.
Con alma felina
Hablar de Yazmín David nos lleva a una de las mejores referencias en cuanto a periodismo cultural en el estado. Por muchos años fue una de las voces y rostros más destacados del Sistema Michoacano de Radio y Televisión y hoy en día es la directora general de Radio Nicolaita. Sin embargo, en más de dos décadas de trayectoria en la comunicación, Yazmín nunca ha abandonado a su otro romance, el que sostiene con la música y que en este 2020 se ha reavivado al ser la voz del grupo de blues La Gatucada.
Creció en un ambiente artístico, así que a los 18 años se integró al Taller de Coro del Instituto Michoacano de Cultura, en el cual debutaría nada menos que con Carmina Burana. “Desde entonces no me puedo desvincular de la música; es mucho tiempo dedicada a la comunicación, pero hace poco, hará tres años, Juan Pablo Meneses me invitó a participar en los Viernes de Jazz del Centro Cultural UNAM”. Eso la invadió de una ansiedad imposible de posponer, por lo que se decidió a retomar su gusto por géneros como el blues, el bossa nova y el propio jazz, con los que ha crecido como melómana.
Ya entusiasmada con volver a los escenarios, acompañó a su pareja y director escénico Fernando Ortiz en la obra ¿Cuánto cuesta el hierro? como la voz dentro de un concepto de teatro cabaret. “De aquí no me quiero mover”, pensó David, luego de interpretar a una cigarrera que además de cantar, baila. En pleno viaje vacacional, Juan Carlos Cortés la invitó a una noche de blues en la que solo cantaran mujeres; sin pensarlo lo aceptó, pero fue tan grata la experiencia que decidieron crear una banda a la que bautizaron La Gatucada, referencia explícita a su cariño por los gatos, por la noche y por la música, donde se integraron Alex García, Jesús Suárez y Rodrigo Bejar. El combo es un viaje que va más allá de lo musical, pues combinan lecturas poéticas, composiciones propias y arreglos a temas del encanto popular. “Me siento muy feliz de estar en este nuevo proyecto, me siento arropada por grandes músicos y amigos, es lo que soñaba, y aunque muero de nervios, estoy fascinada; los nervios siempre están ahí, ante el micrófono de una cabina o en el escenario, sólo hay que transformarlos en gusto y ya estás del otro lado”.
Se pintan libros
¿Qué más se podría decir del artista plástico Rafa Flores? El nacido en Ciudad Hidalgo es uno de los creadores más respetados no solo en el estado, sino en el país, pues su obsesión por el cuerpo humano lo ha llevado a decenas de exposiciones nacionales e internacionales. Pareciera que la pintura es su única amante, pero este hombre canoso y que no para de fumar hace poco dio a conocer su poligamia, su affair, su relación tóxica: las letras.
La novela Rolando (ABZ Editores, 2018) deja ver al Rafa hippie, al Flores de la onda, al michoacano marihuano y rockanrolero. El egresado de la Academia de San Carlos es cínico cuando acepta que la literatura “es un viejo amor que traía desde la prepa”, cuando comenzó a leer al boom latinoamericano, “y de ahí me seguí con los Beats, con el existencialismo, con Bolaño, José Emilio Pacheco y un chorro de escritores más”. A sabiendas de que la lectura es la verdadera formadora de escritores, Flores tuvo la paciencia para publicar su ópera prima en el mejor momento de su vida, pues aunque la espina siempre estuvo ahí, siente que debutar como novelista le llegó de forma más que oportuna.
“Rolando es un viaje al sureste y también a la vida adulta en el contexto de la cultura hippie; tiene que ver con la mota, los hongos, el peyote, las comunas y el movimiento pacifista, sin olvidar al rock y al movimiento estudiantil”, dice ese Rafa que siempre luce sonriente en el patio principal de su casa, donde un gato escucha nuestra conversación como si nada en la vida le preocupara. La novela es parte autobiográfica y parte ficción, pero en su segunda parte ahonda en ese sentimiento de desencanto, quizá el que se ancla cuando crecemos y abandonamos las utopías.
“El título obedece a quien va rolando en la carretera, rolando mota y escuchando rolas, una metáfora del viaje y de la vida”, concluye mientras sorbe un café sin azúcar y se reivindica como pintor: “Eso sí soy, pero escribir un libro no me hace escritor, ¡eso es un asunto muy serio!
Entonada
Nominada dos veces al Ariel, a Teresita Sánchez habría que hablarle de usted por su gran trayectoria en el terreno de la actuación, pero eso es imposible cuando te trata como si fueras su mejor amigo. ¿Qué fue primero: la actuación o la cantada?, le preguntamos a esta artista todo terreno, y entonces narra que desde la secundaria se metía a todo lo que oliera a montaje teatral: “Desde entonces lo tuve claro y supe que tenía que hacer lo que fuera con tal de ser actriz”. Aquí conoció a Fernando Ortiz y comenzaría una carrera imparable sobre todo en el teatro y posteriormente en el cine. ¿Y entonces a qué hora le entró a la música? ¿Cómo fue que salía con otra pareja mientras llevaba un matrimonio estable? “La culpa fue de mi hermano, tenía en la casa una guitarra y a mí me daban ganas de tocarla pero él era muy celoso, así que para evitar peleas mi papá me compró una para mí. También de mi hermana; juntas nos poníamos a cantar y hasta ganamos concursos porque sí nos entonábamos, solo eso, nunca desarrollamos una técnica ni nada de eso”.
Su incursión más seria en el canto comenzó con Jesús Izarraraz, mientras que su primer concierto fue en el teatro Stella Inda como la voz del grupo La Pequeña Trova. Naturalmente que ese escenario le pareció gigante, sin importar que como actriz hubiese pisado otros foros incluso de mucho más capacidad. “Temblé, lloré, ¡me dio pánico!”, confiesa entre muchas risas.
Sin dejar los escenarios, Teresita mantuvo su tórrido romance con la música, ya fuera con grupos de trova, como solista y en mancuerna con quien considera una de sus mejores compañeras de vida: Lety Servín, con la que formó el dueto Salida de Emergencia. También ha trabajado con Salvador Carrillo, gran compositor michoacano, y hasta con la hoy controversial senadora Jesusa Rodríguez. Para concluir la charla sobre su lado B, Teresita se asume como una cantante guarra: “Si algo amo es que la gente se muera de la risa y se burle de mí, eso es lo que más me gusta cuando canto, sólo por eso sigo haciendo el ridículo con todo mi corazón”.
El maestro
No sólo es licenciado en Letras, también concluyó la carrera en Administración de Empresas Turísticas en el Politécnico, es maestro en Estudios Étnicos por el Colegio de Michoacán, así como doctor en Literatura Mexicana por la UNAM. Encima de todo eso, es músico, hace versos y escribe poemas. Su nombre: Raúl Eduardo González, cuyo currículum no alcanzaríamos a escribir en este espacio. “Los músicos en la Tierra Caliente dicen que uno hace lo que hace por destino y es mi caso; siempre terminas trabajando en lo que te apasiona más allá de que si te consigues un empleo de ocho horas”, afirma el profesor de la Universidad Michoacana. Comenzó con la palabra escrita y a los 17 años descubrió que la podía ligar con la música, pero sería en sus 20 que se sumergió en las canciones tradicionales del país. “Hay letras y música que están ensambladas indisolublemente; si uno recita la letra de esos temas siente que falta algo y viceversa”, sostiene este compositor de décimas y editor de la serie Pireri, editada por Jitanjáfora.
El poliamoroso Raúl Eduardo se da tiempo para cumplir con todos sus matrimonios; entre semana da clases, investiga, escribe, y los fines de semana se va a los escenarios para cantar y tocar, para compartir con mujeres y hombres que de la misma manera se derriten cuando suena la música. Sobre las diferencias que encuentra entre escribir literatura y melodías, nos dice: “El poema y la canción deben sonar, tener ritmo, sólo que a veces los poetas no leemos en voz alta y se nos olvida ese flujo, el discurrir del texto, por lo que a veces tropezamos. En la música no hay vuelta de hoja, porque si no fluye con la voz, simplemente te atoras, no funciona”. En esta doble vida, González sabe que si el músico siempre está en compañía de gente que quiere cantar y bailar, el poeta ha de resignarse a cierta soledad, aun cuando quiere presumir sus libros: “Recuerdo que en una ocasión José Emilio Pacheco leyó junto con Joaquín Sabina, por lo que juró que jamás volvería a leer si no estaba el músico español; el poeta, a fin de cuentas, busca ser escuchado, que los demás escuchen la melodía que lleva dentro”.
Si algo amo es que la gente se muera de la risa y se burle de mí, eso es lo que más me gusta cuando canto, sólo por eso sigo haciendo el ridículo con todo mi corazón
Teresita Sánchez. Actriz y cantante