Morelia, Mich. (OEM-Infomex). En Almas Rotas, segundo largometraje del michoacano Juan Pablo Arroyo, tres personajes buscan lo que parece imposible: recomponer lo que ellos mismos destruyeron, sanar heridas abiertas, juntar los pedazos esparcidos en una casa alejada de la urbe.
Julián (interpretado por Raúl Méndez) regresa a lo que alguna vez fue su morada y con quien alguna vez fue su mujer, María (Daniela Zavala), quien ahora vive a la sombra, como ella misma lo reconoce, de Santiago (Andrés Montiel) su nueva pareja, un escritor que parece empecinado en salirse de la realidad cuando pregunta de forma insistente si debe o no matar al protagonista de su novela en ciernes.
Ese es el punto de partida y la metáfora de un filme de largo aliento que se suma a los aún escasos largometrajes hechos en Michoacán (Enero y Andrea en una caja, de Adrián González Camargo, y Día Seis, del mismo Arroyo).
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Vivir para matar en la ficción es la válvula de escape de un hombre renegado a regresar al mundo real, de ahí que se obstine en permanecer en un caserón donde en apariencia lo tiene todo, y ese todo es tan reducido como una computadora y el trabajo de campo para subsistir.
María, en cambio, dice sentirse presa, atada a un escritor que, intuimos, ni siquiera tiene un panorama optimista en el de por sí magro mundo de la literatura. A la pareja la interrumpe Julián, quien no llega solo, sino con la presencia de un fantasma con rostro infantil.
En ese triángulo nada está bien acomodado y falta algo de información, porque el idilio campestre se ha construido con mentiras, o al menos con omisiones. Cuando Santiago invita al nuevo hombre para que pase unos días en la cabaña, ignora que algo esconde, que algo esconden.
Arantxa Servín, Francisco Rubio, Patricia Bernal, Marco Treviño y Valery Sais complementan el reparto de este relato sumido en la desesperanza, porque a veces no basta con el volver a empezar, a veces, las huellas atrás del camino se convierten en púas impenetrables, en bardas que no podemos cruzar.