Morelia, Michoacán-(OEM-Infomex).-El terror social es un género naciente de Latinoamérica, con exponentes como la argentina Mariana Enríquez o la boliviana Liliana Colanzi. También ya se considera integrante de este movimiento al mexicano Alejandro Paniagua Anguiano.
No es para menos luego de que cualquier lector de México tenga contacto con su novela "Tres cruces", que conjuga la fantasía sutil con el contexto de violencia, por lo que sus personajes podrían estar situados en cualquier parte del territorio nacional.
La ubicuidad de la niña Lúa, su abuela Estela y del sicario El Ponzoña, habitantes de una ciudad que no se nombra y que el lector puede situar donde le plazca, tiene dos funciones: presentar la hegemonía del crimen organizado y también la autoprotección del autor.
En entrevista exclusiva, el autor es honesto con el anterior punto: “hay muchos eventos reales, entonces no quise poner el lugar, me dio miedo”.
Ese miedo al que justamente va este movimiento del terror social, un subgénero que Paniagua Anguiano resume en pocas palabras: “dice Mariana Enríquez que da más horror encontrar un cadáver en una fosa clandestina latinoamericana que en una abadía inglesa del siglo XIX y creo tiene razón”.
Aunque el crimen organizado no es el único punto que toca Paniagua Anguiano en “Tres cruces”, pues también dibuja la relación disfuncional de Lúa y Estela, que en el fondo odia a su nieta. Esto, dijo el autor, tiene el propósito de mirar al concepto de familia desde otro ángulo.
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“Creo que la familia es remedio y enfermedad, puede ser que te dé cosas buenas pero también destruye; para mí era importante mostrar eso, que las relaciones familiares tienen esas posibilidades, elevarnos o dejarnos caer al vacío. Más que desmitificar el asunto, es verlo como es, hay familias increíbles y las hay horrorosas”.
Un tercer elemento presente en “Tres cruces” es el machismo, manifestado en sus niveles más altos de toxicidad a través del crimen organizado. Su presencia en el texto es, de acuerdo al autor, “para hacer una crítica al patriarcado en general”.
“De hecho, yo mismo no me considero un hombre totalmente deconstruido, creo que tengo muchas visiones muy arcaicas todavía pero reconozco que fui formado en una sociedad machista y creo que el narco en México es un gran ejemplo de como la cultura hetero patriarcal afecta tanto a la sociedad: la idea de que el hombre debe ser cabrón, tener dinero y hacer lo que le dé la gana”.
Entonces, añade que la novela “sí tiene mucho de crítica desde el punto de vista de alguien que no se considera libre de esos pensamientos, porque todos los días me descubro con pensamientos arcaicos y quería mostrar eso, como estamos envueltos en ese sistema patriarcal terrible”.
Imaginar para no sucumbir
El escritor se inspiró en una historia real, de una mujer, Karina, que cuando era niña llegó a jugar con los cadáveres de una fosa clandestina. “La conocí en un taller literario, luego de contarme esas anécdotas le dije que eso estaba muy cabrón y debería hacer una novela al respecto, pero respondió que no, no se sentía ni con las ganas ni la capacidad”.
Luego de que Karina le expresara detalles de ese episodio de su infancia a Paniagua Anguiano, llegó a un punto de hartazgo y le regaló la historia al escritor, también con la intención de desmarcarse de semejante cuestión.
Lo que hizo Paniagua Anguiano fue reformular los hechos desde una ángulo literario, que también se manifiesta con las fantasías de Lúa y del El Ponzoña; es un elemento ligado tanto a una postura del autor como a un llamado al lector: “la única manera de resistir la realidad es impregnándola de imaginación, de poesía, de belleza”.