/ viernes 25 de octubre de 2024

Hojas de papel | A favor del campo

La naturaleza castiga. La naturaleza premia. O como dijera Ramón de Campoamor: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”.

Hay un espíritu o un duende o un gnomo o aluxe que nos jala de la mano para llevarnos al mundo bucólico del campo, al mundo original, a nuestros espacios abiertos, enormes, de horizontes lejanos, con montañas, bosques, selvas, desiertos, ríos, cañadas, valles, hondonadas y una carga de oxÍgeno que ni Obama tiene.

(Pero ya no diré estos dichos políticos, no quiero invocar los malos espíritus). Eso es. El campo, dicho así, ampliamente, es la ventana abierta a lo que es el planeta Tierra y su regalo para los seres humanos…

Con frecuencia se hace alusión y se genera la ilusión de ir un día al campo ‘para estar en contacto con la naturaleza’. Y sÍ, digamos que en contacto más directo, porque naturaleza es también donde vivimos, así atosigados por el smog, por la estrechez vecinal, por los grandes problemas, sobre todo en las zonas urbanas y desarrollos industriales…

El campo nos permite estar en contacto con la naturaleza. Foto: Pexels

Por estos días de lluvia furiosa en la mayor parte del territorio mexicano, el campo es el más beneficiado. Es un espacio para el que el agua resulta vital, es la garantía de que el campo mismo saciará su sed y de que habrá comida para muchos, porque el campo no sólo sobrevive con el agua, también nos da de comer y le da vida a miles de especies que pueblan la campiña, las selvas, los bosques… y los que son factor de equilibrio forestal y para el campo productivo.

Y sin embargo, decíamos, también castiga. Cuando nos regatea el agua por largos periodos y los vientos se aquietan, entonces se producen crisis de alimento y de vida… y el campo desfallece.

Hace apenas unos meses, el país –y el mundo en general- pasó por una etapa de calores extremos. Para muchos eran días insoportables. En algunos lugares del país se llegó a pasar a más de 40 grados centígrados. Este año hubo muchos afectados por insolación-golpes de calor, caían aves de sus nidos, changuitos saraguatos aparecían muertos por el exceso de calor y por la falta de agua.

Los monos caen desde lo más alto de los árboles debido a que no tienen cómo resguardarse de las altas temperaturas. Foto: Cortesía

Implorábamos que llegaran las lluvias. Que no se secaran las presas del país que llegaron a límites mínimos, que no faltara el líquido para saciar nuestra sed y para nuestro aseo…

Pero había la esperanza de las lluvias, o como dijera Gilbert Becaud en su rola francesa “Le jour où la pluie viendra”. El día que lleguen las lluvias: “Seremos tú y yo los más ricos del mundo; los árboles llorarán de alegría y ofrecerán en sus brazos los mejores frutos del mundo…”

Eso es. La lluvia hace que el campo reverdezca, que los árboles den frutos, que la tierra trabajada de sol a sol, como lo hacen los campesinos y agricultores mexicanos, nos darán el alimento indispensable para vivir y para tener los cachetes rojos.

Salir al campo cercano por estos días es un halago a nuestros sentidos, a la vista, al olfato, al sabor, al tacto, al oído: todo a disposición de lo que nos ofrece ese verde tapiz como son los prados, las montañas y los cerros. El agua de los ríos corre más cristalina –de los ríos que no han sido contaminados por la maledicencia humana y que por desgracia son pocos ya--. Pero ahí está el “Arroyo claro que en tu murmullo le das arrullo al cañaveral. Hilito de agua que hace cosquillas a mi vereda y mi jacal…”

Foto: Archivo El Sol de México

Si todo esto es cierto y más. La vista maravillosa del campo por estos días nos devuelven la esperanza en la vida misma, en los regalos que no pedimos y que sí queremos: una vida plácida, iluminada y cargada de frescura y alimento y casa y comida y sustento.

Pero no todo es moco de pavo. También hay sus queveres dolorosos. Hace no mucho, un gran amigo, Alonzo Antonio García, quien tiene sus tierras para siembra en un lugar de Oaxaca de cuyo nombre si me acuerdo: Santiago Ixtaltepec, municipio de Teotitlán del Valle.

Me comentó que su siembra de garbanzo casi se había perdido. En el primer momento por la falta de lluvias. Aunque el garbanzo subsiste con apenas el rocío, pues ni eso… Lamentaba, sí, la falta de agua para su terreno de temporal.

Sé de su esfuerzo; de sus salidas de madrugada de domingo a domingo para estar en su siembra, cuidarla, estimularla, hacer que la tierra sea pródiga y sus productos sirvan para alimentar a muchos y para la propia subsistencia personal y familiar. Sé de sus regresos, cada día, exhausto.

Foto: Alejandro Rodríguez / Cuartoscuro.com

Un enorme esfuerzo de trabajo, de lucha para protegerse de las inclemencias del sol que en Oaxaca pega de frente, no de hito en hito como en otras partes.

Según sus cálculos, las lluvias llegarían a partir de junio y para ello se siembra con tiempo; pero no, no y no, las lluvias no llegaron a tiempo y cuando después de días de preocupación, finalmente como por milagro consiguió salvar su cosecha…

Apareció entonces otra tragedia: las plagas; las plagas que esta vez sí acabaron con su siembra de garbanzo: todo perdido: todo fuera de sí: todo aquello quedó en cero. Ni para dónde mirar. Sin ayuda oficial alguna. Y de nuevo, poco a poco, comenzar a recoger lo perdido y a recuperar la tierra para otro ciclo vital.

Y es que en asuntos del campo hay mucho por defender. Que el gobierno, el anterior y este mismo, ofrezca disculpas por el estado lamentable en el que se puso a la gente del campo, campesinos, labradores, agricultores, productores: el abandono criminal del campo mexicano.

Foto: José I. Hernández / Cuartoscuro.com


El investigador Julio Castillo nos dice: “El sector agrario representa 13 por ciento del empleo en México, con 27.2 millones de personas involucradas. Existen cerca de 5 millones de unidades de producción trabajando en 32 millones de hectáreas; aunque 3 millones de hectáreas permanecen inactivas por problemas legales o de crédito.

“Aproximadamente 46 por ciento del área rural de México, equivalente a 192 millones de hectáreas, sin ser plenamente aprovechada. El crecimiento en el sector agrario ha disminuido mucho, pasando de un promedio de 6 por ciento en 2012 a solamente 1.20 por ciento durante el gobierno de López Obrador.” Y sigue:

“Alrededor del 47% de las unidades de producción enfrentan dificultades para comercializar sus productos, lo que limita su crecimiento y rentabilidad. De hecho, únicamente el 6 por ciento de las unidades de producción agrícola se consideran empresas con capacidad de comercializar sus productos a nivel nacional e internacional, y el mismo porcentaje tiene acceso a crédito institucional.

El apoyo gubernamental al sector agrícola es solamente el 0.6 por ciento del PIB, el más bajo entre los países de la OCDE

“Otro factor que ha generado grandes problemas es el aumento en más de 300 por ciento del precio de los fertilizantes y la falta de sensibilidad del gobierno para hacer algo al respecto”.

Y eso: si el campo por estos días es verde, florido, gracioso, agradable, risueño y todo eso que se dice para calificar a lo que ven nuestros ojos por estos días al salir a recorrer la campiña mexicana. Pero también hay un enorme rezago en su fortalecimiento y su trabajo. Miles de jóvenes dejan el campo mexicano para irse a buscar mejores condiciones de vida en otro país.

Todavía, no hace mucho, Ramón López Velarde cantó en su “Suave Patria” (1921):

Patria: tu superficie es el maíz, tus minas el palacio del Rey de Oros, y tu cielo, las garzas en desliz y el relámpago verde de los loros

O Bernardo de Balbuena en su “Grandeza Mexicana” (1604): “… De sus altos vestidos de esmeralda, que en rico agosto y abundantes mieses el bien y el mal reparten de su falda, nacen llanos de iguales intereses, cuya labor y fértiles cosechas en uno rinden para muchos meses”.

Y tanto más que canta al campo mexicano, a sus colores, su frescura, su floresta, “el chíflido de sus aires”… Sus ríos, lagos, lagunas… Todo por estos días de un verdor desconcertante y sin embargo… tan poco queda.

Y queda que hoy por hoy salgamos a mirarlo a tocarlo y a decirle “gracias por todo lo que nos das” y a mirarnos en ese campo, a sentirnos en nuestro origen y ser parte de su salvación y su cuidado y su respeto, no sólo personal, también el que merece desde el gobierno que debe aportar la solución a través de los recursos públicos, que son los de todos nosotros…

Y nunca repetir aquel lamento de Alfonso Reyes: “¿Es esta la región más transparente del aire? ¿Qué habéis hecho, entonces, de mi alto valle metafísico?”.

La naturaleza castiga. La naturaleza premia. O como dijera Ramón de Campoamor: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”.

Hay un espíritu o un duende o un gnomo o aluxe que nos jala de la mano para llevarnos al mundo bucólico del campo, al mundo original, a nuestros espacios abiertos, enormes, de horizontes lejanos, con montañas, bosques, selvas, desiertos, ríos, cañadas, valles, hondonadas y una carga de oxÍgeno que ni Obama tiene.

(Pero ya no diré estos dichos políticos, no quiero invocar los malos espíritus). Eso es. El campo, dicho así, ampliamente, es la ventana abierta a lo que es el planeta Tierra y su regalo para los seres humanos…

Con frecuencia se hace alusión y se genera la ilusión de ir un día al campo ‘para estar en contacto con la naturaleza’. Y sÍ, digamos que en contacto más directo, porque naturaleza es también donde vivimos, así atosigados por el smog, por la estrechez vecinal, por los grandes problemas, sobre todo en las zonas urbanas y desarrollos industriales…

El campo nos permite estar en contacto con la naturaleza. Foto: Pexels

Por estos días de lluvia furiosa en la mayor parte del territorio mexicano, el campo es el más beneficiado. Es un espacio para el que el agua resulta vital, es la garantía de que el campo mismo saciará su sed y de que habrá comida para muchos, porque el campo no sólo sobrevive con el agua, también nos da de comer y le da vida a miles de especies que pueblan la campiña, las selvas, los bosques… y los que son factor de equilibrio forestal y para el campo productivo.

Y sin embargo, decíamos, también castiga. Cuando nos regatea el agua por largos periodos y los vientos se aquietan, entonces se producen crisis de alimento y de vida… y el campo desfallece.

Hace apenas unos meses, el país –y el mundo en general- pasó por una etapa de calores extremos. Para muchos eran días insoportables. En algunos lugares del país se llegó a pasar a más de 40 grados centígrados. Este año hubo muchos afectados por insolación-golpes de calor, caían aves de sus nidos, changuitos saraguatos aparecían muertos por el exceso de calor y por la falta de agua.

Los monos caen desde lo más alto de los árboles debido a que no tienen cómo resguardarse de las altas temperaturas. Foto: Cortesía

Implorábamos que llegaran las lluvias. Que no se secaran las presas del país que llegaron a límites mínimos, que no faltara el líquido para saciar nuestra sed y para nuestro aseo…

Pero había la esperanza de las lluvias, o como dijera Gilbert Becaud en su rola francesa “Le jour où la pluie viendra”. El día que lleguen las lluvias: “Seremos tú y yo los más ricos del mundo; los árboles llorarán de alegría y ofrecerán en sus brazos los mejores frutos del mundo…”

Eso es. La lluvia hace que el campo reverdezca, que los árboles den frutos, que la tierra trabajada de sol a sol, como lo hacen los campesinos y agricultores mexicanos, nos darán el alimento indispensable para vivir y para tener los cachetes rojos.

Salir al campo cercano por estos días es un halago a nuestros sentidos, a la vista, al olfato, al sabor, al tacto, al oído: todo a disposición de lo que nos ofrece ese verde tapiz como son los prados, las montañas y los cerros. El agua de los ríos corre más cristalina –de los ríos que no han sido contaminados por la maledicencia humana y que por desgracia son pocos ya--. Pero ahí está el “Arroyo claro que en tu murmullo le das arrullo al cañaveral. Hilito de agua que hace cosquillas a mi vereda y mi jacal…”

Foto: Archivo El Sol de México

Si todo esto es cierto y más. La vista maravillosa del campo por estos días nos devuelven la esperanza en la vida misma, en los regalos que no pedimos y que sí queremos: una vida plácida, iluminada y cargada de frescura y alimento y casa y comida y sustento.

Pero no todo es moco de pavo. También hay sus queveres dolorosos. Hace no mucho, un gran amigo, Alonzo Antonio García, quien tiene sus tierras para siembra en un lugar de Oaxaca de cuyo nombre si me acuerdo: Santiago Ixtaltepec, municipio de Teotitlán del Valle.

Me comentó que su siembra de garbanzo casi se había perdido. En el primer momento por la falta de lluvias. Aunque el garbanzo subsiste con apenas el rocío, pues ni eso… Lamentaba, sí, la falta de agua para su terreno de temporal.

Sé de su esfuerzo; de sus salidas de madrugada de domingo a domingo para estar en su siembra, cuidarla, estimularla, hacer que la tierra sea pródiga y sus productos sirvan para alimentar a muchos y para la propia subsistencia personal y familiar. Sé de sus regresos, cada día, exhausto.

Foto: Alejandro Rodríguez / Cuartoscuro.com

Un enorme esfuerzo de trabajo, de lucha para protegerse de las inclemencias del sol que en Oaxaca pega de frente, no de hito en hito como en otras partes.

Según sus cálculos, las lluvias llegarían a partir de junio y para ello se siembra con tiempo; pero no, no y no, las lluvias no llegaron a tiempo y cuando después de días de preocupación, finalmente como por milagro consiguió salvar su cosecha…

Apareció entonces otra tragedia: las plagas; las plagas que esta vez sí acabaron con su siembra de garbanzo: todo perdido: todo fuera de sí: todo aquello quedó en cero. Ni para dónde mirar. Sin ayuda oficial alguna. Y de nuevo, poco a poco, comenzar a recoger lo perdido y a recuperar la tierra para otro ciclo vital.

Y es que en asuntos del campo hay mucho por defender. Que el gobierno, el anterior y este mismo, ofrezca disculpas por el estado lamentable en el que se puso a la gente del campo, campesinos, labradores, agricultores, productores: el abandono criminal del campo mexicano.

Foto: José I. Hernández / Cuartoscuro.com


El investigador Julio Castillo nos dice: “El sector agrario representa 13 por ciento del empleo en México, con 27.2 millones de personas involucradas. Existen cerca de 5 millones de unidades de producción trabajando en 32 millones de hectáreas; aunque 3 millones de hectáreas permanecen inactivas por problemas legales o de crédito.

“Aproximadamente 46 por ciento del área rural de México, equivalente a 192 millones de hectáreas, sin ser plenamente aprovechada. El crecimiento en el sector agrario ha disminuido mucho, pasando de un promedio de 6 por ciento en 2012 a solamente 1.20 por ciento durante el gobierno de López Obrador.” Y sigue:

“Alrededor del 47% de las unidades de producción enfrentan dificultades para comercializar sus productos, lo que limita su crecimiento y rentabilidad. De hecho, únicamente el 6 por ciento de las unidades de producción agrícola se consideran empresas con capacidad de comercializar sus productos a nivel nacional e internacional, y el mismo porcentaje tiene acceso a crédito institucional.

El apoyo gubernamental al sector agrícola es solamente el 0.6 por ciento del PIB, el más bajo entre los países de la OCDE

“Otro factor que ha generado grandes problemas es el aumento en más de 300 por ciento del precio de los fertilizantes y la falta de sensibilidad del gobierno para hacer algo al respecto”.

Y eso: si el campo por estos días es verde, florido, gracioso, agradable, risueño y todo eso que se dice para calificar a lo que ven nuestros ojos por estos días al salir a recorrer la campiña mexicana. Pero también hay un enorme rezago en su fortalecimiento y su trabajo. Miles de jóvenes dejan el campo mexicano para irse a buscar mejores condiciones de vida en otro país.

Todavía, no hace mucho, Ramón López Velarde cantó en su “Suave Patria” (1921):

Patria: tu superficie es el maíz, tus minas el palacio del Rey de Oros, y tu cielo, las garzas en desliz y el relámpago verde de los loros

O Bernardo de Balbuena en su “Grandeza Mexicana” (1604): “… De sus altos vestidos de esmeralda, que en rico agosto y abundantes mieses el bien y el mal reparten de su falda, nacen llanos de iguales intereses, cuya labor y fértiles cosechas en uno rinden para muchos meses”.

Y tanto más que canta al campo mexicano, a sus colores, su frescura, su floresta, “el chíflido de sus aires”… Sus ríos, lagos, lagunas… Todo por estos días de un verdor desconcertante y sin embargo… tan poco queda.

Y queda que hoy por hoy salgamos a mirarlo a tocarlo y a decirle “gracias por todo lo que nos das” y a mirarnos en ese campo, a sentirnos en nuestro origen y ser parte de su salvación y su cuidado y su respeto, no sólo personal, también el que merece desde el gobierno que debe aportar la solución a través de los recursos públicos, que son los de todos nosotros…

Y nunca repetir aquel lamento de Alfonso Reyes: “¿Es esta la región más transparente del aire? ¿Qué habéis hecho, entonces, de mi alto valle metafísico?”.

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