/ jueves 9 de septiembre de 2021

El grito de las mujeres

Yurisan Berenice Bolaños Ruiz

Me intrigan las historias de las mujeres que nunca conoceremos, aquellas escritoras, poetas, filósofas, pintoras, científicas, que por su mera pertenencia a nuestro sexo, han quedado excluidas de toda tradición. El pensamiento feminista, postula como una de sus improntas, la urgente recuperación de la vida y obra de éstas. Un mundo de saberes se encuentra ahí, en estado latente, silenciado durante siglos y condenado, en el mejor de los casos, a la marginalidad. Potencia en espera de ser escuchada por oídos más sensibles, menos desdeñosos.

Es la historia de la voz y el pensamiento de las mujeres, la larga historia de un silencio. De Telémaco callando públicamente a su madre Penélope en la Odisea, hasta el moderno mansplaining. En todo este tiempo, sin embargo, las mujeres no han parado de resistir a este desprecio sistemático. Ávidas por hacerse de una voz pública, muchas han soportado los embates de una cultura que las impele constantemente a callar. A una de estas valientes, me gustaría dedicar las siguientes líneas.

Marie de Gournay, pensadora francesa que nace en Paris en 1565, dedica la mayor parte de su obra a denunciar los mecanismos utilizados por los hombres para privar a las mujeres del derecho a la palabra. Pese a la nobleza de su linaje nunca pudo acceder a la educación formal, por lo que tuvo que estudiar por cuenta propia. Las lecturas tempranas y sus experiencias personales fueron conformando una visión peculiar de la injusticia que atraviesa las relaciones entre los sexos. Siendo muy joven alcanzó a comprender el lugar secundario que se le asignaba a la mujer y empezó a indagar cuáles eran las causas de ello. Su primer obra, una pequeña pieza de ficción titulada Le promenoir de monsieur de Montaigne es una critica al matrimonio, institución cuya función social —observa— no es otra más que someter a las mujeres a los mandatos masculinos. El matrimonio es uno de los fundamentos culturales de la desigualdad, por ello invita a las mujeres a permanecer libres y solteras. Ella misma se niega al compromiso marital pues sabe que, de optar por el papel de esposa, estaría condenada al silencio y la subordinación. Denuncia también la falta de educación de las mujeres. Mantenerlas en la ignorancia es una estrategia que beneficia a los varones, pues favorece que el discurso, el conocimiento, el poder y la autoridad recaigan exclusivamente en sus manos. Por ello, pugna constantemente por una educación que ponga a las mujeres en igualdad de condiciones. Esta preocupación se encuentra, principalmente, en un tratado publicado en 1622, titulado Igualdad de los hombres y las mujeres, texto en el que la autora critica que se les quiera mantener alejadas de los espacios académicos, recluidas en el ámbito doméstico.

Pero, el silenciamiento femenino no es exclusivo del espacio académico e intelectual. Marie de Gournay observa, en las situaciones más cotidianas, la existencia de mecanismos de desautorización que son utilizados por los hombres. El paternalismo, la galantería, la burla y hasta las más sencillas muecas de desprecio van constituyendo modos sutiles, pero altamente efectivos, de descalificar a las mujeres y anular su capacidad expresiva. Las dificultades femeninas para expresarse obedecen, para Marie, no solo a su falta de educación sino, sobre todo, a la exposición continua y prolongada a un orden cultural en donde los hombres las denigran a toda hora. Así, con el paso del tiempo, la mujer va creyendo que su palabra no tiene valía y calla.

Estudiar, escribir, tener participación en los debates públicos, salir a la calle y marchar, manifestarnos, son todas formas de ir contra el mutismo que constantemente se nos quiere imponer. Aquí estamos, cinco siglos después de que Marie de Gournay alzara la voz y más de dos mil años después de que Penélope fuera silenciada. Seguimos apropiándonos de esa palabra que nos ha sido arrebata. Hoy, somos millones las que en un grito colectivo decimos: No, nos callaremos, jamás.


Yurisan Berenice Bolaños Ruiz

Me intrigan las historias de las mujeres que nunca conoceremos, aquellas escritoras, poetas, filósofas, pintoras, científicas, que por su mera pertenencia a nuestro sexo, han quedado excluidas de toda tradición. El pensamiento feminista, postula como una de sus improntas, la urgente recuperación de la vida y obra de éstas. Un mundo de saberes se encuentra ahí, en estado latente, silenciado durante siglos y condenado, en el mejor de los casos, a la marginalidad. Potencia en espera de ser escuchada por oídos más sensibles, menos desdeñosos.

Es la historia de la voz y el pensamiento de las mujeres, la larga historia de un silencio. De Telémaco callando públicamente a su madre Penélope en la Odisea, hasta el moderno mansplaining. En todo este tiempo, sin embargo, las mujeres no han parado de resistir a este desprecio sistemático. Ávidas por hacerse de una voz pública, muchas han soportado los embates de una cultura que las impele constantemente a callar. A una de estas valientes, me gustaría dedicar las siguientes líneas.

Marie de Gournay, pensadora francesa que nace en Paris en 1565, dedica la mayor parte de su obra a denunciar los mecanismos utilizados por los hombres para privar a las mujeres del derecho a la palabra. Pese a la nobleza de su linaje nunca pudo acceder a la educación formal, por lo que tuvo que estudiar por cuenta propia. Las lecturas tempranas y sus experiencias personales fueron conformando una visión peculiar de la injusticia que atraviesa las relaciones entre los sexos. Siendo muy joven alcanzó a comprender el lugar secundario que se le asignaba a la mujer y empezó a indagar cuáles eran las causas de ello. Su primer obra, una pequeña pieza de ficción titulada Le promenoir de monsieur de Montaigne es una critica al matrimonio, institución cuya función social —observa— no es otra más que someter a las mujeres a los mandatos masculinos. El matrimonio es uno de los fundamentos culturales de la desigualdad, por ello invita a las mujeres a permanecer libres y solteras. Ella misma se niega al compromiso marital pues sabe que, de optar por el papel de esposa, estaría condenada al silencio y la subordinación. Denuncia también la falta de educación de las mujeres. Mantenerlas en la ignorancia es una estrategia que beneficia a los varones, pues favorece que el discurso, el conocimiento, el poder y la autoridad recaigan exclusivamente en sus manos. Por ello, pugna constantemente por una educación que ponga a las mujeres en igualdad de condiciones. Esta preocupación se encuentra, principalmente, en un tratado publicado en 1622, titulado Igualdad de los hombres y las mujeres, texto en el que la autora critica que se les quiera mantener alejadas de los espacios académicos, recluidas en el ámbito doméstico.

Pero, el silenciamiento femenino no es exclusivo del espacio académico e intelectual. Marie de Gournay observa, en las situaciones más cotidianas, la existencia de mecanismos de desautorización que son utilizados por los hombres. El paternalismo, la galantería, la burla y hasta las más sencillas muecas de desprecio van constituyendo modos sutiles, pero altamente efectivos, de descalificar a las mujeres y anular su capacidad expresiva. Las dificultades femeninas para expresarse obedecen, para Marie, no solo a su falta de educación sino, sobre todo, a la exposición continua y prolongada a un orden cultural en donde los hombres las denigran a toda hora. Así, con el paso del tiempo, la mujer va creyendo que su palabra no tiene valía y calla.

Estudiar, escribir, tener participación en los debates públicos, salir a la calle y marchar, manifestarnos, son todas formas de ir contra el mutismo que constantemente se nos quiere imponer. Aquí estamos, cinco siglos después de que Marie de Gournay alzara la voz y más de dos mil años después de que Penélope fuera silenciada. Seguimos apropiándonos de esa palabra que nos ha sido arrebata. Hoy, somos millones las que en un grito colectivo decimos: No, nos callaremos, jamás.