/ miércoles 1 de febrero de 2023

El arte de vivir

Uno es tan joven como su fe y tan viejo como su duda. Tan joven como su confianza en sí mismo, tan joven como su esperanza y tan viejo como su abatimiento.

“La juventud no es un periodo de vida; es un estado del espíritu, es el producto de una voluntad. Una cualidad de la imaginación y una intensidad emotiva. Es la victoria del coraje sobre la timidez y de la aventura sobre el confort”

No se envejece por haber vivido una cantidad de años, se envejece por haber desertado a un ideal. Los años arrugan la piel, pero renunciar a los ideales arruga el alma. Las preocupaciones, las dudas, los temores y la falta de esperanza son los enemigos que lentamente nos hacen inclinarnos hacia la tierra y convertirnos en polvo antes de la muerte.

Sorprende ver, en ocasiones, a “jóvenes demasiado viejos”, sin un propósito trascendente en la vida, sorteando el día a día sin ilusión, ni para qué caminar. Sin duda existen otros (ojalá que la mayoría) con la chispa propia de la edad: creativos, talentosos y generosos a raudales porque son los rasgos que los caracterizan. Caminar al lado de los jóvenes, acompañarlos y animarlos nos convierte en beneficiarios de su espíritu.

Conscientes de la factura que impone el transcurso de la existencia, la juventud será siempre una forma de ser.

Aquí, diez interesantes rituales de Robin S. Sharma, que favorecen la vida:

Soledad: su propósito es la propia renovación y se consigue pasando un tiempo a solas, inmersos en la hermosa envoltura del silencio.

Fisicalidad: se basa en el principio de que, cuidando el cuerpo se cuida la mente. Dedicar cada día un poco de tiempo a nutrir el templo del propio cuerpo con vigorosos ejercicios, haciendo que la circulación sanguínea se ponga en movimiento. Eso implica también aprender a respirar bien, más profunda y lentamente.

Nutrición: comer sanamente; es decir, consumir aquellos alimentos que provienen de la naturaleza, del sol, el aire, la tierra y el agua; siempre con equilibrio.

Saber abundante: se centra en la idea del aprendizaje y la expansión de los conocimientos. Consiste en convertirse en estudiante permanente de la vida; ¡leer cosas nutritivas!

Reflexión personal: se trata de pensar, para prosperar. Tomar el hábito de la introspección personal. Analizando lo que se hace y en qué se invierte el tiempo. El único modo de mejorar mañana es saber qué se ha hecho mal hoy.

Despertar anticipado: levantarse con el sol y empezar bien el día (en general, dormimos más de lo necesario).

Música: jamás olvidar el poder de la música. Invertir un tiempo cada día escuchando y/o haciendo música.

Palabra hablada: somos lo que pensamos todo el día; somos lo que decimos de nosotros mismos, y esto afecta nuestra autoestima. Es fundamental ser impecables con nuestras expresiones.

Carácter congruente: se trata de fraguar el carácter cultivando las virtudes y los principios de laboriosidad, compasión, humildad, paciencia, honestidad y coraje; generando armonía y paz interior.

Simplicidad: se trata de vivir una vida sencilla. No hay que vivir en el “meollo de las cosas nimias”. Concentrarse en las actividades que tienen verdadero sentido trascendente.

Hace tiempo, acompañé a mi suegro Don Juan, a realizar una compra insólita que me hizo reflexionar sobre la forma y las ganas de vivir.

Con casi noventa años en sus alforjas, el abuelo Juan se incorporaba al día a día muy temprano; él mismo se preparaba un jugo con una combinación de frutas que le proporcionaban energía. Leía con cotidiana puntualidad el periódico y salía a caminar, a pesar de sus padecimientos cardiacos; manejaba su coche con experiencia.

Interesado en actualizarse, los avances tecnológicos no le eran ajenos. “Me gustaría dar el brinco de la computadora fija al IPad”, nos dijo. Y sin más, lo acompañamos a adquirir esta herramienta. Con mayor facilidad, comprobó que revisaba sus asuntos bancarios, las noticias y los sitios en la red que resultaban de su interés.

En su juventud viajó de polizonte en un barco, escapando de la Guerra Española. Marinero, cocinero, lavaplatos, mesero, chofer de camión de refrescos, de cervezas; abarrotero, perforador de pozos de agua, constructor y habilidoso comerciante; Don Juan vivió con pasión y gozo la vida. Su figura erguida y su amabilidad son reconocidas y admiradas por quienes lo conocimos. Compartía el pan y la sal, y sabía degustar un vino tinto bien conversado.

Amor a la vida, ganas de aprovechar cada minuto. Con mucho terreno caminado por doquier, Don Juan transmitió con claridad los rasgos de la madurez: objetividad, responsabilidad, puntualidad, amistad profunda en especial, un agudo sentido del humor.

Un testimonio que resulta útil y alentador para quienes podemos aprender de esta forma de interpretar, en el escenario de la vida: “la función vital de cada día”, haciendo de manera sencilla y nada pretenciosa, un homenaje al arte de existir.


Dr. en Educ. J. Jesús Vázquez Estupiñán

Rector de la Universidad La Salle Morelia

jve@ulsamorelia.edu.mx


Uno es tan joven como su fe y tan viejo como su duda. Tan joven como su confianza en sí mismo, tan joven como su esperanza y tan viejo como su abatimiento.

“La juventud no es un periodo de vida; es un estado del espíritu, es el producto de una voluntad. Una cualidad de la imaginación y una intensidad emotiva. Es la victoria del coraje sobre la timidez y de la aventura sobre el confort”

No se envejece por haber vivido una cantidad de años, se envejece por haber desertado a un ideal. Los años arrugan la piel, pero renunciar a los ideales arruga el alma. Las preocupaciones, las dudas, los temores y la falta de esperanza son los enemigos que lentamente nos hacen inclinarnos hacia la tierra y convertirnos en polvo antes de la muerte.

Sorprende ver, en ocasiones, a “jóvenes demasiado viejos”, sin un propósito trascendente en la vida, sorteando el día a día sin ilusión, ni para qué caminar. Sin duda existen otros (ojalá que la mayoría) con la chispa propia de la edad: creativos, talentosos y generosos a raudales porque son los rasgos que los caracterizan. Caminar al lado de los jóvenes, acompañarlos y animarlos nos convierte en beneficiarios de su espíritu.

Conscientes de la factura que impone el transcurso de la existencia, la juventud será siempre una forma de ser.

Aquí, diez interesantes rituales de Robin S. Sharma, que favorecen la vida:

Soledad: su propósito es la propia renovación y se consigue pasando un tiempo a solas, inmersos en la hermosa envoltura del silencio.

Fisicalidad: se basa en el principio de que, cuidando el cuerpo se cuida la mente. Dedicar cada día un poco de tiempo a nutrir el templo del propio cuerpo con vigorosos ejercicios, haciendo que la circulación sanguínea se ponga en movimiento. Eso implica también aprender a respirar bien, más profunda y lentamente.

Nutrición: comer sanamente; es decir, consumir aquellos alimentos que provienen de la naturaleza, del sol, el aire, la tierra y el agua; siempre con equilibrio.

Saber abundante: se centra en la idea del aprendizaje y la expansión de los conocimientos. Consiste en convertirse en estudiante permanente de la vida; ¡leer cosas nutritivas!

Reflexión personal: se trata de pensar, para prosperar. Tomar el hábito de la introspección personal. Analizando lo que se hace y en qué se invierte el tiempo. El único modo de mejorar mañana es saber qué se ha hecho mal hoy.

Despertar anticipado: levantarse con el sol y empezar bien el día (en general, dormimos más de lo necesario).

Música: jamás olvidar el poder de la música. Invertir un tiempo cada día escuchando y/o haciendo música.

Palabra hablada: somos lo que pensamos todo el día; somos lo que decimos de nosotros mismos, y esto afecta nuestra autoestima. Es fundamental ser impecables con nuestras expresiones.

Carácter congruente: se trata de fraguar el carácter cultivando las virtudes y los principios de laboriosidad, compasión, humildad, paciencia, honestidad y coraje; generando armonía y paz interior.

Simplicidad: se trata de vivir una vida sencilla. No hay que vivir en el “meollo de las cosas nimias”. Concentrarse en las actividades que tienen verdadero sentido trascendente.

Hace tiempo, acompañé a mi suegro Don Juan, a realizar una compra insólita que me hizo reflexionar sobre la forma y las ganas de vivir.

Con casi noventa años en sus alforjas, el abuelo Juan se incorporaba al día a día muy temprano; él mismo se preparaba un jugo con una combinación de frutas que le proporcionaban energía. Leía con cotidiana puntualidad el periódico y salía a caminar, a pesar de sus padecimientos cardiacos; manejaba su coche con experiencia.

Interesado en actualizarse, los avances tecnológicos no le eran ajenos. “Me gustaría dar el brinco de la computadora fija al IPad”, nos dijo. Y sin más, lo acompañamos a adquirir esta herramienta. Con mayor facilidad, comprobó que revisaba sus asuntos bancarios, las noticias y los sitios en la red que resultaban de su interés.

En su juventud viajó de polizonte en un barco, escapando de la Guerra Española. Marinero, cocinero, lavaplatos, mesero, chofer de camión de refrescos, de cervezas; abarrotero, perforador de pozos de agua, constructor y habilidoso comerciante; Don Juan vivió con pasión y gozo la vida. Su figura erguida y su amabilidad son reconocidas y admiradas por quienes lo conocimos. Compartía el pan y la sal, y sabía degustar un vino tinto bien conversado.

Amor a la vida, ganas de aprovechar cada minuto. Con mucho terreno caminado por doquier, Don Juan transmitió con claridad los rasgos de la madurez: objetividad, responsabilidad, puntualidad, amistad profunda en especial, un agudo sentido del humor.

Un testimonio que resulta útil y alentador para quienes podemos aprender de esta forma de interpretar, en el escenario de la vida: “la función vital de cada día”, haciendo de manera sencilla y nada pretenciosa, un homenaje al arte de existir.


Dr. en Educ. J. Jesús Vázquez Estupiñán

Rector de la Universidad La Salle Morelia

jve@ulsamorelia.edu.mx