/ martes 4 de septiembre de 2018

Del dominio público

Eva E. Arreola

El grito ahogado de Valentina

La muerte de la pequeña Valentina, de sólo 4 años de edad concinco meses, sacudió otra vez nuestras conciencias como sociedad.La descomposición que lleva al ser humano a cometer una atrocidadcomo la que le quitó la vida a esta niña moreliana, golpea fuerteen el rostro y corazón de propios y extraños.

Valentina no murió aquella noche del 29 de junio, después detres días en que los médicos intentaron infructuosamente salvarsu vida. Valentina perdió la vida desde que sus gritos de auxiliose perdieron en el vacío de su propio entorno.

Los testimonios que hoy se conocen de vecinos y familiares deBrenda y Diego, los padres de Valentina, son tan desgarradores comoindolentes, pues ellos también la mataron con su silencio eindiferencia.

La madre, con estudios de preparatoria, se había separado delpadre biológico de Valentina por los problemas que éste teníacon las drogas. Y el año pasado se refugió en los brazos de unjoven de 28 años, con secundaria terminada, que terminó siendo unauténtico verdugo en su vida y la de su pequeña hija. Ambasconocieron de sus gritos, puños y otros ataques que fueron minandosus vidas dentro de los muros de aquella casa que les habíanprestado como hogar.

Aunque ella trabajaba y debía dejar sola a su hija con Diego,la joven madre sabía que algo muy grave estaba pasando. Decía asus allegados, que a Valentina se le notaba el miedo, mucho miedo,con que veía a su padrastro.

Ella misma presenció, en el mes de marzo, cuando el energúmenoagredió a la pequeña mordiéndole la entrepierna ante los ojos desu madre, a la que también sometió a golpes sólo porque podíahacerlo, sólo porque todos callaban.

Y así callaron también otro episodio, donde Valentina alertócon las palabras de su inocente edad, del contacto físico, alevosoy sucio, que el padrastro ejercía contra ella en la ausencia de sumadre.

Pero ni eso, ni las marcas de violencia en el cuerpo –menosaún las del corazón y del alma que también le fueron destruidosa Valentina-, ni la súplica de la niña para no quedarse más encasa al ver salir a su madre al trabajo, tuvieron eco.

Los médicos le diagnosticaron fractura de pelvis, múltiplesgolpes, daño en el hígado, desgarre en genitales y otras lesionesque finalmente apagaron su corta vida. Sus gritos no fueronescuchados. Se ahogaron en la nada.

Eva E. Arreola

El grito ahogado de Valentina

La muerte de la pequeña Valentina, de sólo 4 años de edad concinco meses, sacudió otra vez nuestras conciencias como sociedad.La descomposición que lleva al ser humano a cometer una atrocidadcomo la que le quitó la vida a esta niña moreliana, golpea fuerteen el rostro y corazón de propios y extraños.

Valentina no murió aquella noche del 29 de junio, después detres días en que los médicos intentaron infructuosamente salvarsu vida. Valentina perdió la vida desde que sus gritos de auxiliose perdieron en el vacío de su propio entorno.

Los testimonios que hoy se conocen de vecinos y familiares deBrenda y Diego, los padres de Valentina, son tan desgarradores comoindolentes, pues ellos también la mataron con su silencio eindiferencia.

La madre, con estudios de preparatoria, se había separado delpadre biológico de Valentina por los problemas que éste teníacon las drogas. Y el año pasado se refugió en los brazos de unjoven de 28 años, con secundaria terminada, que terminó siendo unauténtico verdugo en su vida y la de su pequeña hija. Ambasconocieron de sus gritos, puños y otros ataques que fueron minandosus vidas dentro de los muros de aquella casa que les habíanprestado como hogar.

Aunque ella trabajaba y debía dejar sola a su hija con Diego,la joven madre sabía que algo muy grave estaba pasando. Decía asus allegados, que a Valentina se le notaba el miedo, mucho miedo,con que veía a su padrastro.

Ella misma presenció, en el mes de marzo, cuando el energúmenoagredió a la pequeña mordiéndole la entrepierna ante los ojos desu madre, a la que también sometió a golpes sólo porque podíahacerlo, sólo porque todos callaban.

Y así callaron también otro episodio, donde Valentina alertócon las palabras de su inocente edad, del contacto físico, alevosoy sucio, que el padrastro ejercía contra ella en la ausencia de sumadre.

Pero ni eso, ni las marcas de violencia en el cuerpo –menosaún las del corazón y del alma que también le fueron destruidosa Valentina-, ni la súplica de la niña para no quedarse más encasa al ver salir a su madre al trabajo, tuvieron eco.

Los médicos le diagnosticaron fractura de pelvis, múltiplesgolpes, daño en el hígado, desgarre en genitales y otras lesionesque finalmente apagaron su corta vida. Sus gritos no fueronescuchados. Se ahogaron en la nada.

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