Por: Chpír Etétzi Sánchez García
Si bien poco alentadora, la situación de nuestro espacio vital se encuentra atravesada por dinámicas sistemáticas que generan, propician y alientan la desigualdad. En esta circunstancia, la violencia encuentra un terreno fértil en el cual reproducirse, pues estas desigualdades sociales, fundamentalmente económicas, pero también sociales y culturales, producen una pobre calidad de vida que se traduce en la recurrencia a la corrupción y el despojo como prácticas normalizadas de las relaciones entre las personas. A ello se le suma una violencia estatal sistemática, donde el monopolio de la fuerza se efectúa en la disposición del derecho máximo de los existentes a la vida, a su cuerpo que la porta. Sin embargo, en este panorama poco alentador, también se dispone de una riqueza y diversificación de las expresiones culturales, signo brillante de las posibilidades creativas de un pueblo que puede generar belleza aún en las circunstancias menos propicias. El arte es. Es en todas partes.
En términos de nuestras corporalidades, nuestro contexto se conforma una y otra vez a través del despojo del deseo como la categoría de acción generalizada. Nuestra cotidianidad está invadida por imágenes de cuerpos normalizados construidos para alimentar la máquina del consumo. El cuerpo que consume es el “cuerpo feliz”, aún a costa de su propia negación como potencia deseante, creativa. El cuerpo se ha transformado en un instrumento que produce, que se disciplina para el trabajo extenuante y repetitivo con la única finalidad de seguir consumiendo. Incluso en los espacios “libertarios”, como la academia, el cuerpo es una máquina de producción obligada a sostenerse en posturas repetitivas y carcelarias cuyo fin se justifica en la producción cultural, en el avance espiritual.
Tal economía de las potencias corporales produce también puntos de fuga. Pero, dada la dinámica represiva en la que están envueltos, la liberación de la energía corporal se da en situaciones que perpetúan la violencia de la cual surgen: adicciones, violencia sobre otros cuerpos, disposición de mi breve poder sobre los cuerpos más vulnerables (cuerpo infantes, cuerpos de mujer, cuerpos enfermos, cuerpos distintos).
La importancia de la danza
En este sentido, la danza, como práctica creadora, creativa, revitaliza el desarrollo de individuos sensibles, conscientes y libres, con capacidad de desarrollar proyectos desde el redescubrimiento de las potencialidades del cuerpo propio y colectivo, para incidir de manera libertaria en su contexto. Aunque tome la apariencia de lo más palpable, de lo más fáctico, el cuerpo se construye, se deconstruye, se reconstruye. La danza anima este proceso gestando imágenes y prácticas del cuerpo que pueden funcionar como resistencia frente a las dinámicas represivas del mismo. La danza es el lugar concreto, fáctico, de generación de espacios de experiencias donde se busca la prevalencia de la sensibilidad, la afectividad, el pensamiento y la libertad imaginativa encarnada. Es el despliegue de las posibilidades de acción y reacción, donde los sujetos nos descubrimos como seres deseantes, capaces de experimentar placer y gozo, más allá del consumo. La danza propicia cuerpos colectivos animados por el afecto. El cuerpo que baila, goza. Y el que goza no goza solo, goza con otros.
Es por ello que el compromiso de quien baila es el máximo posible: pone su cuerpo. En palabras de Javier Contreras, quien baila asume una situación de riesgo y vulnerabilidad ante el otro, ante la otra. ¿Qué acción más riesgosa que ponerse, poner tu cuerpo, en manos de otro? ¿Qué más esperanzador que saberte sostenido en tu vulnerabilidad? La apuesta de la danza es por construir desde lo más frágil y lo más concreto, el cuerpo, como una apuesta ética y vital. En este sentido, habría una danza que no se arriesga, que no sería corporal en los términos descritos. Cuando hay riesgo y generación de redes afectivas, de cuerpos colectivos gozantes, hay danza. Por estas razones, la danza es anticapitalista y también antipatriarcal, pues el patriarcado despoja a los cuerpos de su deseo, objetivándolos como objeto de consumo. La danza es posible ya hoy como un espacio de resistencia frente a esto.
Pertinencia social de la Licenciatura en Danza de la UMSNH
La Licenciatura en Danza de la Facultad Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo mantiene en el horizonte la situación antes descrita y apuesta desde su construcción por llevar a la práctica objetivos de libertad corporal y resistencia organizada. La Licenciatura pone sobre la mesa la necesidad de repensar las posibilidades de la docencia de la danza como una herramienta de construcción de una sociedad más libre a través de la promoción de las prácticas corporales integradas a nuestras dinámicas vitales cotidianas. Desde la profesionalización de la danza se apuesta por revalorar a la docencia de la danza como una de las apuestas coreográficas más complejas y de mayor alcance e impacto en los cuerpos individuales y colectivos. La danza puede alcanzar su espacio de pertinencia como una acción pedagógica social, transformando a los danzantes en espectadores conscientes de sí mismos y de l_s otr_s. En este sentido, promueve la integración de la escena como la construcción de un espacio pedagógico de liberación de posibilidades del cuerpo y al aula como el despliegue de la actividad sensible que permitirá la apreciación de la escena. Del mismo modo, la danza es feminista, no solo porque la mayoría de los estudiantes y docentes son mujeres, sino, principalmente, porque la posibilidad de construcción de afectos que la danza abre es históricamente una resistencia de las mujeres para la liberación de todos. Quizás el feminismo, en cuanto apuesta por la recuperación del cuerpo como espacio para la liberación en, de y para los afectos, pueda abrir senderos de acción para y con la danza.